La cuarentena tiene en vilo a los feriantes en Bariloche

Viven de los que venden en los puestos y, como los espacios no se abren, pasaron de un día para otro de la supervivencia a una crisis severa. Algunos piden que el Estado los asista.

Los feriantes que se ganan el sustento diario en la calle saben de sacrifico. Tienen el cuerpo curtido de aguantar la lluvia el frío, la nieve o el calor para llevar un peso a la casa. No conocen los francos ni los feriados. Pero el coronavirus los confinó en la casa y desde hace más de un mes que no trabajan.

Gran parte de esas familias vivían de lo que vendían en el día a día. La cuarentena obligatoria dispuesta como medida de emergencia sanitaria, para contener el coronavirus, dejó sin frazada a los que no depende de un empleo del Estado o de una empresa grande, mediana o pequeña.

Desde hace más de un mes que los feriantes de la calle Onelli casi Santa Cruz no concurren a sus puestos a trabajar. Los dos complejos ubicados en ese sector de la ciudad están apagados. El silencio sorprende. Impacta. Nadie circula por sus pasillos estrechos.

Los días pasan y en los hogares de muchos feriantes la cuarentena se ha transformado en un drama. Algunos tienen el apoyo de los hijos, familiares o amigos. Otros deben resistir solos.

En la misma situación están cientos de feriantes de la calle Otto Goedecke, que concurrían los fines de semana a ese punto de la ciudad a ofrecer todo tipo de productos.

“El shopping de los pobres”, como lo bautizó Adela Bravo, está cerrado y nadie sabe cuándo volverá a funcionar.

La feria Antu también permanece cerrada desde hace seis semanas y no tiene fecha de reapertura. Foto: Alfredo Leiva

Adela vende en la calle desde la profunda crisis social y económica de 2001. Estuvo 11 años en Onelli y Mascardi, otros 4 en Onelli, junto a la Parroquia Santo Cristo, y desde hace algo más de 3, en la feria de Otto Goedecke.

Quien vive de la feria está muy complicado”, sostiene la mujer. Advirtió que los fines de semana de buen clima en la calle Otto Goedecke se juntan entre 300 y 350 personas a vender. Son tantos los puestos que la feria se extiende hasta las calles 25 de Mayo y Chubut.

“Cuando está lindo no hay lugar”, advierte. “Hay mucha gente que lo poquito que hace ese fin de semana de eso viven”, comenta.

“La gente vende de todo, desde un tornillo hasta ropa, calzado o comida. Vienen de todos lados”, describe. Y asegura que hasta algunos turistas alemanes, curiosos, visitaron el lugar.

“Es que es algo que les llama la atención”, afirma.

La ausencia

Extraña su puesto de 3 metros cuadrados al aire libre, que “es solo para los feriantes permanentes”. Adela se levantaba cada sábado a las 6, se tomaba unos mates y un remís la pasaba a buscar a las 7.30 por su casa, en el barrio Las Mutisias. Cargaba la ropa y calzado usado que tenía para vender, y se iba a la feria.

Allí, formaba religiosamente la fila para acceder al tablón y los tres caballetes que entregan unas empleadas municipales a cambio de 40 pesos. Allí, pone su mercadería. Hace 6 semanas que no hace esa rutina.

Hay veces que es tanta la gente que se junta en ese lugar que no se puede ni caminar entre los puestos. “Una vez me contaba un señor que le gustaba venir a la feria porque me explicaba que no podía ir al shopping de la Onelli con sus tres chicos, entonces los traía a la feria porque podían comer una hamburguesa súper completa por 80 pesos”, rememora. “Por eso, le puse el shopping de los pobres”, explica.

Piensa en aquellos feriantes que no tienen nada. Y se lamenta. “Estoy preocupada por ellos porque algunos recibieron una bolsa de comida pero con eso no hace nada una familia”, plantea.

Asegura que estos días le ofrecieron una bolsa de alimentos, “pero con una mano en el corazón le dije dale a la gente que no tiene nada, porque yo tengo un pequeño sueldito”. Se refiere, en realidad, a una pensión de 14 mil pesos porque fue madre de 7 hijos.

Sandra Varela conoce desde hace años a Adela. Comparten la feria de Otto Goedecke desde sus orígenes. Sandra tiene su carácter. Describe con rigurosa precisión lo bueno y lo malo de la feria. Afirma que las personas que realmente concurren a la feria a vender por necesidad son minoría. Sostiene, sin dudar, que la mayoría son “los vivos”. Aquellos que tienen trabajo permanente y hasta comercios que aprovechan ese espacio social que surgió con otro objetivo.

Valora que un coordinador de la feria se preocupó estos días por tratar de asistir a las familias de la feria más urgidas. “Hay una señora que vive de la feria y está enferma, su marido es fletero y está sin trabajar, ¿de dónde saca para comprar los remedios?”, pregunta Sandra.

Dice que ella le acercó un listado al coordinador con familias que necesitan ayuda. Sandra tampoco tiene ahora trabajo. “Pero trato de rebuscármela”, aclara. Sus hijos le ayuda. Uno de ellos es panadero, así que el pan no falta en su hogar del barrio Nuestras Malvinas.

Sandra es feriante desde los 20 años. Hoy tiene 48. Dice que para algunos feriantes la situación es crítica. “La estamos pasando mal, porque todos los fines de semana por lo menos traían un peso, te comprabas un pollo, un maple de huevos, que costaba 130 y ahora te lo venden a 260 pesos”, asegura. “Salíamos todos los fines de semana a buscar un peso, que hoy no tenemos”, remata.

La cruda realidad

Carmen tiene un puesto en la feria “Sin fronteras”. “Nosotros la estamos pasando muy mal”, manifiesta sin vueltas. “Al no tener efectivo en el día es todo difícil”, cuenta.

En la feria «Sin fronteras» trabajan unas 110 personas. Desde hace seis semanas está cerrada. Foto: Alfredo Leiva

La cuarentena sorprendió a Carmen endeudada porque había pedido un préstamo para comprar mercadería en Buenos Aires, que no puede vender. Su esposo no tiene trabajo y tienen dos hijos. Vive en el terreno de sus padres en el barrio San Francisco I. “Nosotros vivimos día a día de la feria”, destaca.

“Las cuentas se están acumulando y te dicen que no te preocupes porque no te van a cortar los servicios, pero los avisos de corte se acumulan”, plantea. Tiene que pagar el aporte, como todos los 99 feriantes, que se destina al sereno “que está cuidando nuestros puestos”.

Lamenta que el municipio no se acuerde de los feriantes. Dice que algunos compañeros están mal y ya piden ayudan de comida. “Nadie sabe la necesidad que uno pasa”, afirma.

Dice que los compañeros de la feria están tratando de vender lo que tienen por redes sociales. “¿Pero a quién le vendés?” La prioridad del efectivo es para la comida y los remedios. En ese listado no está la ropa ni el calzado.

Un futuro cargado de incertidumbre

En la feria “Sin fronteras” trabajan unas 110 personas en la atención al público, estimó Edison Alexander. “Pero somos 95 feriantes”, puntualiza.

Dice que la crisis no afecta a todos igual. Algunos tienen espaldas para aguantar; otro, no. “El que venía llegando recién de viaje, de haber comprado la mercadería y gastando todo lo que tenía en la mano, la está pasando mal”, explica.

“Algunos compañeros piden préstamo para comprar la mercadería y cuando la venden pagan, pero ahora están parados”, afirma.

Cada feriante paga 1.200 pesos por mes por el puesto al municipio, más la luz y el servicio del sereno. Estimó que serán unos 2.700 pesos mensuales. “No es mucho, pero en la situación que estamos algunos no tienen ese dinero”, observa.

Edison conoce la feria como pocos. Por eso, calcula que al menos el 70% “de los que trabajaban ahí es ingreso único en sus hogares”. Dice que algunos “compañeros fueron afortunados porque recibieron los 10 mil pesos, pero otros, no”.

“Haciendo una proyección, creo que va a estar bastante complicado, porque el fin de las restricciones va a ser gradual. Y con algunos compañeros hablamos que de por ahí ni siquiera habiliten la feria”.


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