La difícil profesión de ser policía

SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Se dice que la muerte es un riesgo previsible para el policía, y que morir en un acto de servicio para él es un riesgo asumido.

También suele decirse que «era su trabajo», como si la muerte fuera por sí sola el sentido o fin inexorable de la profesión de policía, pero la muerte, que es el acto de desprendimiento máximo que un ser humano pueda hacer por el prójimo, de ninguna manera se puede aceptar como un riesgo profesional cuando ya son muchos los derechos que se le niegan por su carácter de funcionario policial.

Además de percibir salarios bajísimos, los policías pueden ser condenados al desarraigo -en realidad los oficiales y jefes lo son, en forma permanente-, no pueden agruparse gremial ni políticamente, y le están vedados otros derechos de los que goza la ciudadanía que disfruta de sus servicios, como ser un horario de trabajo medianamente previsible, que le permita tener una segunda ocupación.

Cuando se habla del hombre policía el ciudadano encuentra personas distintas a las demás, pero no diferentes por vanidad, sino porque el régimen laboral y disciplinario, sus obligaciones y la regulación de sus derechos, hacen que sea distinta su situación a la de cualquier otro servidor público.

Se puede recordar al sargento Guillermo Osés enfrentando a una numerosa banda de delincuentes y ofrendando su vida para defender el patrimonio que le había sido encomendado en custodia, aún después de cumplido su horario.

Al sargento Adrián Avilés, herido de gravedad y postrado de por vida por intentar identificar civilizadamente al delincuente traicionero que con dos balazos le destrozó la columna y lo dejó cuadripléjico para siempre.

Al ex cabo Neculmán, que en medio de un tiroteo con delincuentes, abandonó su parapeto para proteger con su cuerpo el de un desprevenido transeúnte, y al sargento primero Meyrelles, que franco de servicio y en compañía de sus familiares no dudó en enfrentar a los asaltantes que le quitaron la vida, para defender a un repartidor que estaba siendo asaltado. Fueron sus propios vecinos los que ultimaron brutalmente al cabo Gerardo Salinas y al agente Roberto Gómez a pocos metros de sus viviendas, y no porque hubieran interrumpido un delito o emplearan la fuerza para impedirlo o detener a sus autores.

Lo ocurrido en estos dos casos se asemeja más al homicidio por placer, en el que intervinieron varias personas que dividieron roles para conseguir el resultado fatal de la manera más cruenta y dolorosa, por el sólo hecho de que las víctimas estaban uniformadas.

Nota asociada: CRIMEN EN EL BOLSON: Detuvieron a tres policías y otro uniformado se suicidó  

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