La doble ofensa de Argentina

El país debió repudiar con su ausencia el acto de jura del nicaragüense Daniel Ortega, encarcelador de opositores. Pero fue, y sumó un papelón: compartió la ceremonia con un jerarca iraní acusado del ataque a la AMIA.

Por Italo Pisani

El venezolano Nicolás Maduro, el iraní Moshen Rezai, el nicaragüense Daniel Ortega y el cubano Miguel Díaz Canel.

Sencillo. El gobierno argentino jamás debió haber avalado a un autócrata como Daniel Ortega asistiendo a la ceremonia de su investidura.

El nicaragüense asume otros cinco años de mandato, tras encarcelar a decenas de opositores, siete de ellos candidatos. Argentina debió haber repudiado al dictador con su ausencia, emulando a líderes de América Latina.

Pero tras incómodos vaivenes, el país envió al acto al embajador Daniel Capitanich. Y surgió el nuevo grotesco. Compartió la escena con el iraní Mohsen Rezai, acusado de autor intelectual del atentado a la AMIA, catalogado como terrorista por la propia Argentina y con pedido de captura internacional.

¿Ingenuidad? Cancillería no podría argüir desconocimiento de la agenda diplomática. (Al menos debió inferir que en el acto de un dictador solo puede haber presencias de su catadura).

Aun suponiendo la candidez, el embajador debió haberse retirado inmediatamente tras reportar a sus superiores para que tramiten la urgente extradición del jerarca iraní. La condena de Cancillería -consumado el papelón y ya avanzados los repudios- suena algo hipócrita. Sobre todo porque Argentina se abstuvo varias veces de condenar a Nicaragua por sus violaciones a los derechos humanos, aunque votó en noviembre una resolución de la OEA que declara ilegítimos los comicios, junto a 25 países.

Más que una errática política -donde las simpatías ideológicas terminan imponiéndose- se trató de una doble ofensa: al sistema democrático y a las víctimas del terrorismo.


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