La emocionante historia del artesano que enseña su oficio en una escuela hogar de la Línea Sur

Ignacio Antitrú rinde honor al legado de su padre en Atraico, a 35 km de Jacobacci, donde 14 familias viven dispersas en un radio de 5 kilómetros. La Escuela Hogar 162 es el centro de la vida en el paraje y por la pandemia solo asisten 8 de los 17 alumnos. Juntos, ya preparan regalos para el Día del Padre.

“Sigo el legado de mi viejo. Le hice caso y hoy tengo un trabajo estable” señala Ignacio Antitrú, quien está a cargo del taller de artesanías en la Escuela Hogar 162 de Atraico.

Ignacio, a quien desde muy pequeño lo apodaron Adán, y aún hoy, a los 50 años, no sabe por qué, nació en cercanía de este pequeño paraje, distante a 35 km al sur de Jacobacci, en el que está emplazada esta escuela rural.

Es integrante de una de las familias tradicionales de lugar, durante décadas se dedicó a criar animales en un campo ubicado a unos 4 km de Atraico. Allí, don Antonio Antitrú, y doña Gregoria Arcapán, criaron a sus hijos y trabajaron la tierra. Ignacio es el quinto de nueve hermanos.

“Mi viejo cuidaba el campo de mi familia y trabajó 28 años en la estancia de Criado, que está cerca de Atraico. También fue artesano de la escuela durante unos 20 años. Enseñaba soguería y trabajos con cuero. Le gustaba mucho y siempre me decía que yo tenía que seguir sus pasos” afirma y admite que en su juventud decidió irse del paraje en busca de mejores oportunidades.

Fue así que durante algunos años trabajó en la cosecha de fruta y en otras actividades, en distintas localidades del Valle de Río Negro. Pero, las palabras de su papá -ya fallecido- siempre daban vueltas por su mente.

En el 2005, se decidió a presentar una nota ante Educación, solicitando el puesto que había quedado vacante luego que su padre se jubilara. Un mes después fue llamado para presentarse en la escuela y desde entonces, tiene a su cargo el Taller de Artesanías.

Orgulloso de la producción de los chicos. Foto: José Mellado.

“Yo no tenía pensado volver al paraje. Pero cuando tenía 37 ó 38 años, un día mi viejo me volvió a recordar que le gustaría que ingresara a trabajar como artesano en la escuela. Me dijo: ‘no sé cuánto me queda de vida. Podes hacer una nota, total no perdés nada’.

En la Supervisión estaba doña Nora -Páez- que me conocía de chico y también a toda mi familia. También el maestro Claudio -Amaya, actual director de la escuela-. Y así entre a trabajar. Hoy tengo un trabajo estable en esta escuela en la que estudié de 1° a 7° grado” resalta.

Ignacio tiene un cargo de 10 horas. Miércoles, jueves y viernes, viaja de Jacobacci para enseñarles a los chicos a trabajar la madera, el plástico reciclado y cueros para hacer percheros, sillas, mesas ratonas, carteles, etc. 

También, junto a los alumnos y docentes, cuando hace falta, realiza trabajos de mejoras en los cercos y en el invernadero, entre otras cosas.

Ignacio corta los árboles caídos y saca la madera para trabajar con sus alumnos. Foto: José Mellado.

La escuela es el corazón del paraje y la única fuente laboral estatal. La que concentra casi todas las actividades, la que le da vida. Los vecinos van a comunicarse por teléfono, a través del WhatsApp, con sus familiares de otras localidades, a mirar televisión digital y/o a pasar momentos con el cuerpo docente.

Tiene una matrícula de 17 alumnos, pero debido a la pandemia y ante la falta de un protocolo específico que garantice la presencialidad de los alumnos del campo, solo asisten 8 niños que viven en el paraje. Cuatro al turno mañana y el resto al turno tarde. Con su motosierra, Ignacio corta los árboles caídos y saca la madera para trabajar con sus alumnos.

Con los cuidados que demanda la pandemia, diseñan carteles indicadores con los nombres de cada familia para identificar las viviendas del paraje. “Se viene el Día del Padre y los chicos querían hacer algo para sus familias. Muchas de las artesanías que hacemos, se la llevan a sus casas” afirma y resalta la calidez y el cariño que recibe de los niños.


A unos 20 minutos de Jacobacci, por la ruta provincial 76 y un camino vecinal que durante la mayor parte del año no presenta buenas condiciones, en medio de la meseta, sobre la ladera de un cordón montañoso, se levanta el paraje Atraico.

Un pintoresco lugar en el que viven dispersas unas 14 familias, en un radio de 5 km. Niños y adultos mayores. Los jóvenes se van a Jacobacci o a otros lugares para seguir estudiando o en busca de un trabajo.

El lugar en el que está emplazada la escuela presenta una abundante vegetación producto de la humedad que guarda el suelo. La mayoría de los habitantes viven del campo, pero en los últimos años, la naturaleza ha jugado un papel preponderante en la drástica disminución de los animales y ha provocado el notable éxodo hacia otros lugares.

Los golpeó duro la sequía que azotó la zona entre 2004 y 2014, la erupción del volcán Puyehue en el 2011 y las intensas nevadas del invierno 2020. “La situación del campo ha cambiado mucho. En algunos lugares quedan muy pocos animales. En el campo de mi familia, por ejemplo, la nevada del año pasado mató todas las ovejas. Había 40. Algunas estaban preñadas y eran de la escuela. Solo quedaron algunos yeguarizos” señala Ignacio.

El hombre recuerda su niñez y parte de la adolescencia en este paraje donde el frío invernal cala hasta los huesos y muchas veces, la nieve y las lluvias cortan el camino de acceso y dejan aislado al paraje. “Es duro el clima en esta zona en el invierno. El frío se siente mucho. El año pasado, por ejemplo, nevó mucho y hubo una gran mortandad  de animales. Algo parecido a los inviernos de 1982 y 1984, donde la pasamos muy mal. Fueron años muy nevadores. Yo era chico y me quedaron grabado en la memoria esos inviernos. Hay que vivir en estos lugares” señala y recuerda el sacrificio de sus padres.


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