La inflación anda suelta


Los economistas locales son reacios a hablar del riesgo de que el país sufra otra explosión hiperinflacionaria, pero acaso ha llegado la hora de tomar tal alternativa en serio.


Por razones que son comprensibles, el equipo formalmente encabezado por Alberto Fernández está procurando frenar la inflación con medidas que son impactantes pero que en todas partes han resultado ser de muy dudosa eficacia.

Aunque es de suponer que Martín Guzmán, el encargado de curar el mal crónico que tanto ha debilitado el cuerpo social del país, sabe que no servirá para mucho prohibir las exportaciones de carne por un rato, entenderá que es necesario que el gobierno brinde la impresión de ser capaz de obligar a la economía a obedecer sus órdenes. Por lo demás, hay funcionarios que quieren desquitarse del campo por lo que hizo en 2008, cuando asestó al gobierno de Cristina una derrota dolorosa que no han olvidado.

A los economistas liberales, les encanta recordarnos que en el transcurso de los cinco milenios últimos hubo centenares, tal vez miles, de gobiernos de distinto tipo que adoptaron políticas antiinflacionarias similares a la elegida por el gobierno de los Fernández sin lograr lo que se habían propuesto.

Con leyes que a menudo eran terriblemente punitivas, regímenes egipcios, babilonios, sumerios, asirios, griegos, romanos y chinos procuraron castigar a los comerciantes que a su juicio eran culpables de la carestía que afligía al pueblo. Lo único que consiguieron fue agravar la escasez.

Es lo que sucedería aquí si el gobierno se pusiera a encarcelar a los reacios a vender a pérdida.

Antes de alcanzar su eminencia actual, Alberto entendía muy bien que, por ser la inflación un fenómeno monetario, es insensato atribuirla a la codicia de sujetos que, a diferencia de sus congéneres de otros países, disfrutarán de la miseria ajena.

Sin embargo, es una cosa ser un comentarista independiente que por las razones que fueran hace gala de su escepticismo y otra muy diferente ser un gobernante que necesita contar con la aprobación de la gente.

Mientras que el comentarista puede darse el lujo de mofarse de los poderosos de turno, el presidente tiene que satisfacer a quienes lo exhortan a hacer algo ya para impedir que los precios continúen subiendo.

Puesto que para el gobierno es mucho más fácil ganar un poco de tiempo hostigando a los ganaderos y otros empresarios de lo que le sería enfrentar las consecuencias de desactivar la maquinita de imprimir billetes, es lógico que Alberto haya optado por una estrategia que, en su encarnación anterior, hubiera considerado peor que inútil.

Aunque el consenso internacional es que la inflación dista de ser tan “multicausal” como dicen Axel Kiciloff y los pensadores del Instituto Patria, insistir en que sí lo es suministra al gobierno pretextos para intimidar a los “formadores de precios” y de tal manera hacer pensar que está dispuesto a ir a virtualmente cualquier extremo para defender el bolsillo popular.

Aun cuando el gobierno de Alberto fuera un reducto de neoliberales despiadados, no podría resistirse a las presiones de los muchos que le pedirán más plata. Así pues, parece inevitable que se acelere la transferencia de recursos de las partes productivas de la sociedad, comenzando con el campo, hacia las que no lo son, hasta que un buen día la caja esté vacía. Entonces, sólo quedaría la maquinita.

Una bestia insaciable

Los economistas locales son reacios a hablar del riesgo de que el país sufra otra explosión hiperinflacionaria, como aquellas que se dieron en la fase final de la gestión de Raúl Alfonsín y a comienzos de la de su sucesor, Carlos Menem, pero acaso ha llegado la hora de tomar tal alternativa en serio.

Al registrarse mes tras mes un aumento cercano al 4%, ya es nula la posibilidad de que el año termine con el 29% previsto por Guzmán.

Con cautela, los especialistas en la ciencia lúgubre hablan del 60, tal vez del 70%, pero la experiencia nos ha enseñado que se trata de un proceso dinámico que, una vez puesto en marcha, propende a acelerarse a un ritmo exponencial.

La inflación es una bestia insaciable. En la mayor parte del resto del mundo, los gobiernos la tienen enjaulada porque saben que, si llega a escapar, capturarla antes de que haya provocado daños sociales irremediables no sería nada sencillo.

Es por tal motivo que en Estados Unidos algunos economistas demócratas influyentes han comenzado a advertir al presidente Joe Biden – “Juan Domingo Biden”, según sus fans kirchneristas -, que los aumentos masivos del gasto público que está impulsando para conformar al ala progresista de su partido los hacen temer que la superpotencia esté por emprender un rumbo parecido al tomado por la Argentina siete décadas atrás, lo que a buen seguro sería catastrófico no sólo para Estados Unidos sino también para muchos otros países.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios