Mis amigos los gorriones

“Ya por la mañana cuando me preparo el desayuno los veo por la ventana de la cocina alborotando los olivos que supo plantar mi padre”, dice el escritor de Valcheta para recrear el intercambio, los pensamientos y la poesía que despiertan los pajaritos.

Redacción

Por Jorge Castañeda

Entre todos los pajaritos que se enseñorean en el patio de mi casa (hay algunos de voz canora y otros de bello plumaje) a mí me gustan mis amigos los gorriones.
Ya por la mañana cuando me preparo el desayuno los veo por la ventana de la cocina alborotando los olivos que supo plantar mi padre.


Y me parece que con ellos converso. Yo les cuento de mis cuitas y escucho las de ellos. A pesar del clima riguroso siempre están de fiesta y son pura algarabía. Cuando voy caminando a mi trabajo los veo bañándose contentos en las acequias. Me enternecen sus patitas flacas como alambres, su feúcho color gris y su desafinado canto. ¡Pobres! Me digo para mis adentros.


En una amena nota de La Nación podemos leer que “muchas veces se los puede ver revolotear en casas, jardines y plazas a este pajarito tan vulgar: el gorrión, que ha invadido tanto Buenos Aires como todo el territorio nacional. Alguien dijo, con criterio conciliador y no científico, que nació de las entrañas de las nubes y que hoy se lo puede encontrar en todas partes. Pero no hay duda de que tuvo la particularidad de ser exportado de Europa a toda América”.
De lo que si hay dudas es de quién los trajo aquí.
“Muchos dicen que los trajo Sarmiento, pero se conoce una historia anterior, y es la siguiente: el conocido cervecero Emilio Bieckert trajo gorriones de su pueblo natal, Barr, en el Alto Rhin, Alemania. No los pudo llevar a su quinta situada en Juncal y Esmeralda y que por un problema de Aduana, los había soltado en el puerto de Buenos Aires”.
Guillermo Hudson en su maravilloso libro “Aves del Plata” menciona que el hermoso jilguero fue invadido por el gorrión, que ahora es plaga”.
Según Clemente Onelli “destruye las cerezas, dejando el carozo desnudo: pica los duraznos, peras y uvas; ataca las verduras tiernas, como la lechuga, y las arvejas; se come el trigo y demás cereales recién sembrados y roba el grano de las aves de corral. El gorrión merma las cosechas y el Ministerio de Industria y Obras Públicas procederá a destruirlo por todos los medios”. ¡Pobres! Todavía goza de buena salud.
Yo, al decir de Alejando Dolina, como soy un hombre sensible de Valcheta, ante tamañas opiniones, me acuerdo de ese breve poema de José Emilio Pacheco: “Baja a las soledades del jardín / y de pronto lo espanta tu mirada / y alzando el vuelo sin fin / alza su libertad amenazada”.


¿Acaso la gran cantante Edith Piaf no era el gorrión de París? ¿En el tema Chiquillada, no canta Leonardo Fabio “Media galleta, rompiendo los bolsillos, / pajitos monjarreros, saltitos de gorrión”.
Glosa en hermosos versos Torres Bodet: “La primavera de la aldea / bajó esta tarde a la ciudad, / con su cara de niña fea / y su vestido de percal. Traía nidos en las manos / y le cantaba el corazón / como en los últimos manzanos / el trino del primer gorrión”.


Al escribir esta breve nota en el frío de la tarde pueblerina me siento todo un Adán Buenosayres, con el perdón de Leopoldo Marechal, “porque me adorna la virtud del pájaro y desde sus alturas he tendido una mirada gorrionesca sobre todo el pueblo”. Es que me siento un gorrión con todas las palabras.


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