La sonrisa de José es el mejor remedio

Todos lo reconocen en Roca como el farmacéutico del moño. Es un gran animador, cantor y guitarrero. Le pone el cuerpo a toda acción solidaria por medicamentos para los más necesitados. Gran deportista también. Un amigo de “los de la barredora”.

“Acá me desenvuelvo bien; soy Gardel y estoy a mis anchas. Todos me ven como el gordito pelado y con moño que los va a ayudar a encontrar su remedio”.


Ese “acá” al que apunta José Luis Arias es el mostrador de la farmacia roquense donde trabaja. La mayoría de los clientes vienen de los barrios del norte, donde abundan necesidades y faltan soluciones. Pero el “acá” de José puede ser también su cuenta de Facebook. La utiliza para brindar recomendaciones en temas de salud, lanzar campañas por medicamentos para algún merendero o anunciar recitales solidarios en busca de fondos.


Cuando aparece en la farmacia atrapa las miradas y los clientes se preparan para la sorpresa. Están los que se mueren de risa y los que toman en serio sus recomendaciones. Como esa vez que anunció que iba a bendecir a los hinchas de Boca por el mal momento que vivía el equipo y una señora empezó a arrodillarse frente al mostrador. O cuando un hombre que esperaba su número le pidió un vaso de agua y se le sumaron varios tras la respuesta que le dio José: “tengo esta que es milagrosa, la traje de México, es de la virgen de Guadalajara”.

FOTOs: ANDRES MARIPE


El hombre tiene gracia y sensibilidad para llegar a las personas y lo atribuye a que “si sos medio feo no te queda otra que ser simpático”.
Además de clientes, a la farmacia se acercan todos los que quieren colaborar con remedios para la gente humilde. “Me los vienen a regalar porque se ve que tengo fama de intermediario”, explica. Luego se conecta con Salud Pública para averiguar dónde son más necesarios.


Cuando se recibió de farmacéutico y empezó a trabajar, le dijeron que tenía que usar corbata. Y la llevó puesta durante 20 años. Dice que le servía “para cubrir un poco la panza, porque cuando uno tiene este escudo (se toca el vientre) la corbata te la divide por la mitad y no parece tan grande”. Lo del moño fue un cambio de look. Los primeros que usó se los trajeron los dueños del comercio de un viaje por Europa.

Mi hija estudia diseño industrial y me hizo varios de distintos colores. La gente me los trae de regalo, hasta con dibujos animados. Hace 5 o 6 años que los uso y ya soy el gordo del moño”

José Luis Arias


Cuando le preguntan porque eligió la profesión sostiene que lo suyo fue para “ayudar a ayudar”. Cree que su acción simple es dispensar medicamentos, pero enseguida apunta con un dedo hacia el gabinete ubicado al costado del mostrador. “Este lugar sirve para que quien llega con dolor y en busca de un remedio se pueda desahogar, cuente, comparta alegrías o tristezas; para que le hagamos una curación de algo que le da vergüenza”.


Considera al farmacéutico como un complemento de los médicos. “Ellos a veces no tienen tiempo de medir la presión, tomar el pulso, explicar bien cómo son los medicamentos. Hay cosas que se les escapan y nosotros cubrimos esa necesidad”, añade.


Cuando se saca el moño, la bata blanca y se olvida del mostrador, José Luis disfruta de su esposa y dos hijas y abre un nuevo mundo. El de la música, el deporte y la poesía, donde vuelca sus emociones. Canta, toca la armónica y se apoya en los acordes de guitarra que le tira Carlos, su compañero de trabajo y con quien formó el dúo “Tan joven y tan viejo”.


Dice que la gente esta cansada de los que hablan como ganadores. “Vos decís yo corrí 10 kilómetros y vienen otros atrás que te tiran que corrieron 20, que tienen la casa más grande, el mejor auto, la bici más cara”.
Se define como un tipo al que no le salen del todo bien las cosas. Al que le gusta compartir en vez de competir.


Corre, nada y anda en bicicleta. Cuando se prende en alguna carrera, siempre termina haciendo amistad con los de la barredora, los que garantizan que los últimos alcancen la meta. “Es que siempre estoy enemistado con el podio”, aclara con otra carcajada.
El hombre tiene 59 años pero siente que su energía y espíritu son de 28.
Al nombrar las cosas que le quedan por hacer se le ilumina la cara como a un niño: dice que va a aprender a remar. Luego se comprará un acordeón para tocar valsecitos cordilleranos.


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