“La tácita intuición popular suele resolver enigmas”

No parece necesario haberse recibido de politólogo ni ser un fructífero cosechero en posgrados o un recurrente panelista de prestigiosos foros mediáticos para entender que Daniel Scioli no es el Che Guevara. Al argentino común, escolarizado o no, ni siquiera se le ocurriría pensar en semejante comparación o en alguien que de pronto toma el fusil en aras de violentas transformaciones. Pero, si de algo no se lo podrá culpar al gobernador bonaerense es de aparecer como un político hipócrita que fue mutando de piel según los requerimientos del entorno. Originario del riñón menemista, no abandonó al golfista riojano cuando la estrella de éste se derrumbó irreversiblemente, lo que –guste o no– en el mar de las oportunas tentaciones del sálvese quien pueda no deja de suscitar cierto respeto. Luego, con Néstor, se mantuvo firme a su lado, incluso cuando no pocos dudaban del futuro (ni siquiera del entonces presente) del proyecto kirchnerista, allá en tiempos de la ya célebre 125 y del voto “no positivo”, esa traición de uno que sí se fue velozmente donde lo llevó el viento. El pueblo seguramente agradece a quienes con sus luces académicas le recuerdan que Scioli no es el Che y, sin decirlo, les dice: “Mil gracias, pero eso ya lo sabíamos”. La tácita intuición popular suele resolver enigmas que no se aprenden en ninguna institución colegiada. Tal vez por esto hoy es Scioli el candidato posible y necesario, necesario y posible para esta etapa. Quizá haya más inteligencia en esta realidad de la que pueda nutrirse que en títulos y conferencias. Es cuando la que habla es la Universidad de la Calle, que no da certificaciones para enmarcar ni lucirse ante los pares pero que a través de la historia demostró que conoce bien de qué se trata eso del tantas veces imprevisible y no medible paño de la vida. El argentino y la argentina saben bien que Scioli no es el Che pero, cuando se pone a matear, en el silencio de un atardecer o en la fresca mañana, es rondado también por otra certeza transparente, la que le dice: “Sí, pero ojo que el pueblo argentino tampoco es el Che” (considerando, de paso, que ni el mismo Che era tal vez ese Che que la idealización romántica difundió sino, en todo caso, un legítimo símbolo de revolución y al que se ama pero también, incluso, con los errores que lo hacen más creíble y valioso). De manera que así, observando a Scioli, el habitante de este país arriba a la conclusión de que no es extraño a él, a sí mismo, el que lo gobernará. También sabe (aunque quizá no sepa que lo sabe) que la época iniciada en el 2003 por Kirchner y profundizada por su esposa tiene no poco de circunstancia excepcional, de esos bruscos, maravillosos, impensados y raros aceleres que a veces, muy cada tanto, le caen a la historia para que un pueblo pueda salir de un pozo como de una ciénaga que lo aferraba. Porque es la Historia, mal que le pese a tanto científico, la que nos demuestra que –por suerte– en la vida de los humanos dos más dos casi nunca es cuatro. Entonces, alguien piensa: ¿no será Scioli el reacomodamiento que necesita ahora la Argentina? Quizá los pies sobre la tierra, para afianzar lo hecho desde el 2003, con las inevitables limitaciones y las posibilidades reales, más acordes hoy con una idiosincrasia de tranco manso que con la vertiginosa disparada, esa que precisaba un resuello para recobrar impulso más adelante. Alejandro Flynn DNI 12.566.136 Neuquén

Alejandro Flynn DNI 12.566.136 Neuquén


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