La tradición de la «policía brava»

Es preocupante lo sucedido en la comisaría 34 de Viedma.

Quizá sólo la sorpresiva presencia en el lugar de un secretario de juzgado haya impedido que dos menores, que estaban siendo apremiados por personal policial, corriesen una suerte incierta.

Porque apremio o tortura, se sabe cómo comienzan. No cómo terminan.

Lo dice la historia más lejana y más cercana de nuestro país. Desde lejos nos viene una lamentable tradición de atropellos de policías bravas.

Policías que no están solas a la hora de aplicar golpes. Porque por estos tiempos, ante el incremento del delito, no son pocas las franjas de la sociedad argentina que alientan el «si yo los agarro».. Pero por más extendida que esté esa rústica y peligrosa reflexión, es repudiable mire por donde se lo mire. 

No sólo porque alienta la violación de derechos, sino porque empuja a la policía a ser cada vez «más brava».

Y así se consolida la discrecionalidad en el tratamiento de un detenido.

Unico lugar: el golpe, la amenaza, la picana.

Barbarismo. Conductas enfermas.

Porque castigar físicamente desde la impunidad que lamentablemente suele dar un uniforme, es inherente a patologías psíquicas muy complejas.

También a la cobardía.

Pero el hecho de Viedma da pie -aunque parezca contradictorio- a una esperanza: la que surge de la obligación de la Justicia y de la propia Policía de Río Negro, de esclarecer lo sucedido en toda su dimensión.

Y de ahí en más, sancionar.

Acometer esta misión sin vacilaciones es imprescindible. Incluso para la misma imagen de la policía.


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