La utopía después de los dictadores
Mario Vargas Llosa prepara su nuevo libro.Trabaja en la vida de Flora Tristán y Paul Gauguin.
Santander (España) (EFE).- Una vez más el escritor peruano Mario Vargas Llosa se ha sentido atrapado por personajes históricos, de carne y hueso y, tras el éxito de «La Fiesta del Chivo», trabaja ahora en la vida de la feminista Flora Tristán y de su nieto Paul Gauguin, una historia que le sirve, dijo para hablar de las utopías del siglo XIX y de la búsqueda del paraíso.
Vargas Llosa Lleva trabajando más de un año y medio en esta obra y no sabe cuándo va a terminar, pero para hablar de ella, del proceso de trabajo y de los límites desdibujados entre ficción y realidad paró en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander.
El escritor peruano impartió un curso magistral denominado «Historia y ficción: Flora Tristán y Paul Gauguin», que se desarrolló este viernes y sábado en el Palacio de la Magdalena, y para el que no quedado ni una sola silla libre.
Tras la primera jornada, el escritor mantuvo un encuentro con los periodistas y lo primero que saltó al aire fue la situación de Perú, algo que, según fuentes de la Universidad, no le apetecía mucho al escritor, que pretendía hablar sólo de pura literatura.
Aún así, el académico y premio Cervantes, explicó que «a pesar de no poder ser muy optimista con la situación de Perú, porque ya nos hemos llevado muchos chascos, han cambiado muchas cosas».
«Ha habido unas elecciones, nos hemos quitado una dictadura de casi 10 años; hay un Gobierno que se constituirá debidamente y existe una mayoría de peruanos que quieren que la democracia se fortalezca, que eche raíces», manifestó.
Según Vargas Llosa, «hay síntomas alentadores», ya que «por primera vez en la historia del Perú hay generales, políticos y empresarios presos, que están siendo investigados y juzgados y eso es muy bueno. Todos los peruanos debemos poner un granito de arena para que esto no se frustre».
Cuando se le volvió a preguntar por su oficio, la literatura, el escritor lo agradeció y con una amplia sonrisa relató que su nuevo libro se llamará «El paraíso en la otra esquina», una historia protagonizada por Flora Tristán, una mujer luchadora y feminista, y su nieto, el pintor Paul Gauguin, franceses los dos pero que por diversas circunstancias vivieron algunos años en Perú.
«Una vida que se desarrolla en el siglo XIX, el de las utopías y la búsqueda del paraíso», explicó.
«Ambos no se conocieron pero tenían mucha similitud, los dos buscaron el paraíso, la sociedad perfecta y los dos pusieron todo el empeño y vida en ello», dijo el autor.
Aunque habla de estos dos personajes, Vargas Llosa destacó que el tema central de la novela es la utopía, «porque ésta es una de las constantes ambiciones del ser humano desde los albores de la civilización, la búsqueda de un paraíso terrenal, la idea de que uno puede vivir en este mundo sin injusticias y donde los deseos pueden ser satisfechos».
Y esta búsqueda de la sociedad perfecta «ha dado personajes extraordinarios, pero también ha traído consigo las peores catástrofes que ha vivido la humanidad», añadió.
Contó Vargas Llosa que cada vez que la Historia ha tratado de crear la sociedad perfecta, lo que ha traído son infiernos y sociedades invivibles.
«Ese es el tema de la novela que estoy escribiendo (…), porque el siglo XIX es el siglo de los movimientos utópicos y mis personajes están ahí, en pleno fragor», afirmó.
Concluidos ya el éxito y la resaca de «La fiesta del Chivo», el escritor no quiere escribir sobre más dictadores y dictaduras – «la expresión suprema del mal, dijo»-, pero expresó su malestar por la decisión de un tribunal de Chile de no juzgar a Pinochet por demente.
«Esta es una estratagema para que no pueda ser llevado al banquillo de los acusados, ante un tribunal, lo que sería una suprema humillación para el que fue amo poderoso de Chile. Es una decisión que lamentan la mayoría de los chilenos y de los demócratas», concluyó el autor de «La ciudad y los perros».
Bueyes perdidos: Historias de perros, vea, mire…
Todos hemos tenido un animal alguna vez (como decía un respetable ciruja mientras se masacraba las pulgas y los «pedículus capitis»), y especialmente los perros, dejan en nuestra vida recuerdos muy sentidos de fidelidad y sacrificio.
El primer perro que tuvimos nosotros era pequeño, hermoso y valiente. Nos lo había dejado de obsequio cuando se fue al Chaco, un compañero de sexto grado en Jacobacci –Jaime Chercasky– un rusito muy bueno, hijo de un ferroviario, quien a lo largo de los años se enriqueció. (Tenía o tiene en el Once un edificio de veintidós pisos, una fábrica textil y la representación de la Ford en la provincia de Landriscina). El tarzán –recordamos– nos defendió una vez que nos trenzamos a golpes con el «Seis Dedos» Pastora que para más datos era cuchillero. Le mordió los tobillos en nuestra defensa. El Tarzán… Teníamos 14 años.
El can es sin duda el ejemplo de la fidelidad. No recordamos el nombre del noble inglés que inscribió en la tumba de su perro aquello de «Vivió como un perro, murió como un caballero», pero baste saber que hubo alguien que supo usar su talento para perpetuar la memoria de su amigo animal.
Ese mamífero, cuadrúpedo, de la familia de los cánidos, domesticado por el hombre desde épocas remotas y utilizado para la defensa, la caza, la guerra y para trasmitir la hidatidosis, ha sentado además, antecedentes jacosos.
Imagínense ustedes a un señor que subía al tren en Plaza Constitución, luego de haber despachado con todos los gastos del caso, con destino a Esquel (Chubut) a un perro de raza. Figúrense luego ¡qué va! la estación Fitalancao, en plena estepa rionegrina a unos 1.100 metros de altitud sobre el nivel del mar.
Para ayudarlos, digamos que era una de esas estaciones (apeaderos diríamos mejor) donde el tren, en este caso la «Trochita», pasaba a veces de largo mientras lo observaban el jefe de estación, su esposa, sus hijos y un par de gallinas, llevadas allí por el propio camino de hierro. Allí realizó el tren una detención no programada, hace más de 50 años.
Por otra parte, recordemos que la estación Fitalancao ya no existe, pues fue destruida, arrasada y robada totalmente, posiblemente por malhechores que no podemos creer que sean del lugar o de la zona.
¿Qué pensarían los constructores de esas líneas de trocha angosta, famosa en América y Europa por ser una de las pocas que todavía ruedan en el mundo? Entre aquellos precursores recordamos a don Jorge Calamara –un griego en el padrón jacobaccense de los treintas– y a don Carlos Argentino Wheeler, quien vivía, en épocas de la construcción de la obra, en Río Chico, cerca de donde el pequeño tren atraviesa un túnel que creemos que es el único de la Patagonia (no le agreguemos el adjetivo «argentina» pues no hay otra. Cualquier buen diccionario dice «Patagonia: vasta extensión de la República Argentina en el extremo sur de América». Patagonia a secas -si no llueve-. Nada de Patagonia argentina).
Queremos añadir como una concesión de nuestro afecto, que don Carlos Argentino Wheeler fue el padre de Margarita, funcionaria del «Río Negro» que gobierna desde hace años todo lo que atañe a su considerable publicidad.
En un descuido del guarda, el fino perro viajero del que hablábamos antes (en periodismo nunca debe escribirse «como decíamos más arriba» porque el texto puede continuar más abajo que el peso), el fino perro, decíamos, tomó el campo por su cuenta para desesperación de sus ferroviarios custodios. Fue entonces que actuó el jefe de la estación, un polaco de aquellos que llegaron al país en la primera década del siglo pasado. (Algunos de ellos como uno llamado Musko al que conocimos en el sur, cuando querían tomar un aperitivo se empinaban una botella de medio litro de alcohol puro). Esto lo contamos, pues lo hemos visto a Musko desinfectándose los intestinos.
El jefe de la historia, al ver huir a aquel perro de pedigrí, lleno de títulos y de mañas, tomó al primer can de los que siempre merodean por las estaciones y lo ubicó en el vagón, en reemplazo del fugitivo. Cuando el tren llegó a Esquel, como en la guía sólo expresaba «un perro», el dueño no pudo reclamarle a nadie.
«En guía decía un pero y despachamos un pero», solía contar aquel pintoresco jefe, compatriota de Chopin.
Por último recordaremos el caso de un criollo –esto fue en la región pampeana bonaerense– quien llegó a una estancia a pedir alojamiento por una noche. Llevaba un perro cabezón, grande y flaco. Al ver el can, el capataz le advirtió:
–»Téngame cuidado con el animalito, porque a la noche nojotroj soltamoj unoj májtinejmuy peligrosoj y capaj que lo dijuntean al pobre…
Al día siguiente, los tales «mástines» estaban decorando con sus huesos gran parte del patio, mientras el flaco del visitante comía tranquilamente al sexto de la jauría que había soltado el capataz. Este, sorprendido y angustiado le preguntó en un grito al del «Ave María Purísima»:
¿Pero qué clase de perro trajo usté que me»quedao sin loj májtinej?
–No zé, vea, pare, mire ezcuche. Yo pasaba por un circo, el perrito me siguió, tenía u na melena muy fulera, ze la corté…
Nicasio Soria
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