La voz de Rosario Bléfari regresa en clave literaria

El Filba Nacional homenajea a la polifacética artista en su edición virtual. Referente de la escena indie con su banda Suárez, Bléfari fue también una prolífica escritora y poeta.

Con la segunda entrega de los textos que la cantante, escritora y actriz Rosario Bléfari publicó, también en entregas, hasta 15 días antes de morir, el Filba Nacional la homenajea, en una edición que vuelve a hacerse de manera virtual por la pandemia y que tiene a Santa Rosa como sede simbólica, ciudad adonde esta pionera del rock independiente volvió una y otra vez durante casi la mitad de su vida.

«Cada viaje añadió un punto en el tejido de mi relación con esa ciudad que, cuando la nombro para mí sola, es La Pampa, aunque se me escape la provincia toda, se me quede velada o apenas esbozada por unos vistazos, de alguna visita, de las historias escuchadas y las nociones aprendidas (en especial el oeste, de donde vino mi familia materna, o adonde fue empujada). Claro que Santa Rosa también es La Pampa pero sé que es apenas un punto en el mapa de la provincia», dice el primero de los 11 textos escritos entre noviembre de 2019 y junio de 2020 para la revista digital La agenda.

Este es un fragmento de «La ronda de la poesía», publicado en el segmento Free Shot de La agenda, el 7 de agosto de ese año. Las primeras cuatro entregas, mensuales, fueron para ese segmento y en 2020 cambió de sección para publicar su Diario de la Dispersión. Los textos ese año sumaron siete, de enero a junio, «La confianza se entrena», el último, publicado el 21 de junio, fue el segundo más leído del año en esa revista.

Su último libro, editado de manera póstuma.

De ese último texto: «Hubo un momento crítico en que parecía que habían descarrilado los trenes de todos los ramales. Pero tampoco era eso, tampoco. Si no hay vías, aunque haya direcciones que se trazan, direcciones caprichosas y empecinadas asociadas pero alejadas entre sí./ esta madrugada, me desperté cerca de las tres y me levanté. Muchas veces lo hago, es lo que vengo haciendo, dormir por períodos más cortos y hacer eso que hago: dar vueltas por mi habitación taller, y eso es lo que quiero, estar ahí y mirar y disponer colores y formas. Grabar algunos sonidos. Me levanto porque apenas me despierto veo una nueva oportunidad, se abre un espacio de tiempo».

Cada una de las cuatro tardes en que se hace este 10ª Filba Nacional, puntualmente a las 17, las organizadoras rescatan otro de esos textos y lo suben al sitio https://filba.org.ar. Restan subir dos de ese grupo, que no fue lo único que Bléfari escribía por esos días. Esperaba «El diario del dinero», libro que terminó siendo una publicación póstuma de Mansalva. Ella murió el 6 de julio y el libro llegó a las librerías dos semanas después.

Nació el 24 de diciembre de 1965, en Mar del Plata. Cuando murió estaba en La Pampa, parando en la casa de su padre de 88 años, varada por la pandemia incipiente y una enfermedad que avanzaba: «Vine a Santa Rosa. Quedamos mi padre y su hija acá, nuestra hija y su padre allá; así nos encontró la reclusión y parece una buena manera de repartirnos», escribe en «Un sentido para todo esto», texto que el Filba eligió para subir en su segunda jornada.

Bléfari liderdó la banda Suárez hasta su disolución en 2001; luego, continuó su carrera de manera solista.

«En las entregas anteriores estuve tratando de exponer un posible método propio de quehacer artístico, una forma de hacer las cosas que me interesan que consiste en abordarlas todas al mismo tiempo, empezando y abandonando, continuando, atendiendo, cruzando, avanzando y descartando», escribe en ese mismo texto.

Habla de hacer «caso omiso de las fronteras que separan aquellos asuntos que tienen puerto asegurado porque son del dominio de mis oficios -hacer una canción, escribir un cuento o este diario con su fecha fija de entrega- de los otros actos que son hijos de la dispersión liberada y que ya no se sabe si son artesanía, manualidad, decoración, entrenamiento, ejercicio, boceto, prueba o error. Todo ocurre en un ambiente de retiro en esta casa pampeana».

Cuando murió tenía 54 años, discos, películas, libros, obras de teatro, podcasts, talleres hechos siempre de una manera lateral, por un circuito lo-fi, montones de proyectos que impactaron, con esa manera dispersa, a fuerza de presencia, experimentación y persistencia, en muchísima gente.

Desde el noise pop de Suárez o la película Silvia Prieto emblemas de los 90, a los discos solistas («Estaciones», «Misterio relámpago»), las bandas Sue Mont Mont y Los mundos posibles, libros de cuentos y poesía como «Antes del río» y «Mis ejemplos».

En 1998, Bléfari protagonizó «Silvia Prieto», de Martín Retjman.

De los 5 a los 12 años vivió con su familia en Bariloche y sus años iniciáticos en Buenos Aires fueron los del retorno de la democracia. Con la directora alemana Jutta Brückner conoció la aventura de la experimentación y en 1988, a Fabio Suárez, en una obra de Vivi Tellas, con quien armó Suárez y tuvo a Nina, su hija.

Del diario: «Estoy cansada y por momentos no tengo ganas de hacer nada. Respeto eso también, y justo leo que una amiga dice, con otras palabras, que se resiste al mandato de trabajar y producir contra viento y marea (…) Yo no siento ningún mandato la verdad, de todas maneras puede resultar que se encienda una pequeña alarma de falta de deseo a la vista como nos pasa a quienes solemos tender a estar haciendo cosas todo el tiempo. Es que tener ganas de algo es disfrute asegurado, es simple y claro: tengo ganas, voy y lo hago (que incluye intentos fallidos y desvíos) me canso, luego: me siento satisfecha».

Bléfari participó del Filba Nacional Bariloche hace cinco años, la ciudad de su infancia, cuando las temáticas fueron el tránsito y el viaje, puntos vedados en momentos de pandemia por Covid. El desplazamiento que en su Diario de la dispersión en torno a la reclusión impacta.

«Trato de no desanimarme, ahora que el mundo entero está en la misma que yo. Tengo que admitir que sentí, al comienzo sobre todo, algo parecido a los celos ¿no era yo la que estaba recluida, la que hacía cosas en su casa, la que agradecía el pequeño jardín y lo vivía como un contacto suficiente con el exterior y la naturaleza?», se lee en el posteo del Filba: «De pronto soy una más. A los pocos días de sentir cierta perplejidad mi perspectiva mutó. El cambio inesperado de las circunstancias generales, justo cuando el círculo de las propias sabía que no iba a cambiar, me colocó en otro lugar. Perdí el ser especial, la diferencia, pero gané algo que todavía no puedo definir, ¿perdí gravedad?»

«Planta permanente», de 2019, fue su último protagónico en cine.

Los textos recuperados por el Filba exploran La Pampa y a sus habitantes con ojos de forastera que con el pasar de las estadías, después de desafiar la siesta dirigiendo talleres de poesía en la casa de Olga Orozco, otra homenajeada de esta edición, o en los últimos días de la habitación taller que armó en la casa de su padre, conservan el extrañamiento que le permiten seguir la aventura: «Los años pasaron y me pregunto si ahora somos más o yo estoy más cerca de los que somos capaces de gastar una siesta para soñar otros sueños tan necesarios como los del cuerpo».

Son también esos textos el legado de quien se sabe en retirada: «Pasaron las semanas, los meses -escribió el 29 de marzo-, y en el camino muchas veces pensé que este era el diario de la dispersión pero también el diario de mi salud debilitada, aunque no hiciera alusiones directas a ella, el diario de las despedidas, el diario de una mujer que responde a la obligación filial de hija única para salvarse a sí misma al mismo tiempo, el diario del amor, la maternidad y la amistad a distancia».

Y el registro de una voz literaria en la que cada quien encontrará continuidades y disidencias con la ferocidad cándida y low fi de sus discos, en la armonía suave de sus canciones, un lenguaje, un sonido que persiste: «Los días se me hacen muy cortos. Hoy no toqué la guitarra ni escribí nada más que este diario. A veces pruebo de tararear encima de alguna canción de jazz que escuchamos al mediodía mientras almorzamos. Y entonces escucho mi voz y compruebo que está ahí».

Dolores Pruneda Paz/Télam


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