Llega la hora de las pequeñas y medianas empresas

Alcanzar el desarrollo productivo en base al ímpetu emprendedor privado, es clave para crecer. Ante el complejo escenario actual, se impone la necesidad de impulso al sector que en silencio, es el que más invierte y el que genera trabajo.

Por Daniel A. Darrieux (*)

Impetu emprendedor. El motor que puede llevar a la Argentina al crecimiento.

Hace falta valor para iniciar un emprendimiento, aún en contextos favorables. Implica asumir un riesgo, convivir con la incertidumbre, la competencia y los cambios del entorno.
La función empresarial adquiere un carácter de proeza en nuestro querido país, ya que al riesgo comercial se le suma un ambiente de negocios hostil que castiga a quienes producen. Debe revalorizarse el rol del empresario genuino, que arriesga su capital, invierte y genera trabajo, a pesar de los gobiernos.
Este entorno de negocios desfavorable se ve reflejado en la baja densidad de empresas. Según la Fundación Observatorio Pyme, en Argentina existen 14 empresas cada 1.000 habitantes. En Chile 58. El mismo indicador arroja 66 para Corea del Sur y 88 para Australia.
Además, la tasa de natalidad de empresas en Argentina es baja: según el Banco Mundial, en Argentina se contabilizan 2.326 habitantes por cada empresa formal naciente, mientras que el promedio de América Latina arroja 505, Brasil 347, México 1.064 y Chile 125. A su vez, en los países de la OCDE nace –en promedio- una empresa formal cada 185 habitantes.
Este desarrollo empresarial anémico tiene una explicación: alta inflación, presión impositiva confiscatoria, rigidez y litigiosidad laboral, altos impuestos al trabajo, ataques a la propiedad privada e inestabilidad en las reglas de juego. Tenemos la economía más inestable del mundo. Lo preocupante es que hasta ahora no aprendimos de las tragedias económicas. Se repiten las crisis por mantener esquemas intervencionistas basados en un Estado omnipresente.

Revertir la realidad requiere un giro de 180°. Hacer todo lo contrario a lo que se viene haciendo para avanzar hacia niveles crecientes de libertad económica.


Políticos y funcionarios se llenan la boca destacando la importancia de las Pymes como generadoras de empleo y actividad económica, pero nada hacen por desmontar la máquina de impedir. La administración Macri no estuvo a la altura de las necesidades de implementar reformas estructurales. Y el gobierno actual está aumentando aún más la intervención del Estado en la economía, agravando la enfermedad. Las empresas y personas que se van del país son una prueba de ello.
No es “este país”, son los gobiernos, en sus 3 niveles, que les ponen palos en la rueda a las personas productivas. Convengamos que la pasividad, temor (y la conveniencia en algunos casos) de muchos empresarios hicieron posible esta intromisión. Un diagnóstico para cambiar de actitud.
Estamos viviendo la crisis más profunda de nuestra historia. En lo que va del año, 4 millones de personas perdieron su trabajo. Miles de empresas y comercios han cerrado (y cerrarán) sus puertas. El nivel de pobreza es de lesa humanidad. Ingresamos a la cuarentena con una economía en terapia intensiva, y el esquema adoptado agravó la situación.
Revertir esta realidad requiere un giro de 180 grados. Hacer todo lo contrario a lo que se viene haciendo desde hace décadas para avanzar aceleradamente hacia niveles crecientes de libertad económica. Implica sacarle el pié de encima al sector privado productivo para que despliegue su potencial, devolverle su poder insustituible para generar riqueza.
Juan Bautista Alberdi, padre de nuestra Constitución Nacional, sostenía que: “…los empresarios (genuinos) son héroes y los verdaderos generadores de progreso, al movilizar los recursos en favor del desarrollo económico…”. Sin empresas no hay trabajo. Y sin trabajo hay pobreza.
Producir transformaciones requiere, en parte, un amplio consenso en la sociedad civil en torno a cuáles son las reglas de juego del desarrollo. Allí tenemos un problema. Según una encuesta del Pew Research Center realizada en 44 países, en Argentina el 48% de las personas respondieron que el libre mercado NO es el mejor camino para el desarrollo. Hace falta un cambio cultural.
Por ello resulta fundamental que los empresarios Pymes y emprendedores levanten la voz y expliquen lo que son capaces de hacer para invertir y generar empleo si se les alivia la carga impositiva y se facilitan las condiciones de contratación de personal. La calidad de los empresarios y emprendedores de nuestro país es un gran motivo de optimismo. Hay que dejarlos hacer.
Como sostiene Diego Dillenberger, el gobierno solo escuchará e implementará reformas cuando perciba que la opinión pública comprendió que el estatismo es mal camino y que las Pymes pueden ser los motores del crecimiento en un esquema de economía de mercado. Hay evidencia empírica: el informe que elabora el Fraser Institute de Canadá demuestra que en los países con mayor grado de libertad económica, el ingreso per cápita es mayor con respecto a los países menos libres.
El segundero corre y los resultados no se producen. Abandonar la pasividad y la indefensión aprendida es un imperativo. Resulta crucial clarificar las ideas y aumentar la potencia de nuestras acciones para contribuir a frenar la caída y avanzar en la dirección correcta. Las soluciones existen.


(*) Periodista. Director de IMPACTO ECONÓMICO.


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