Los límites de un experimento tecnocrático

Fernando Casullo*

Es conocida la tesis que reza que la diferencia sustancial entre la Revolución Libertadora y la Revolución Argentina fue en el carácter que cada una se autoasignó. Así como la primera se asumió efímera (y por eso mismo pudo contar con el aval de gran parte de los partidos políticos no peronistas que la pensaron como el paso veloz a una democracia sostenida), el golpe que comenzó Juan Carlos Onganía en 1966 desde el vamos anunció que venía a darle un giro de 180 grados a la sociedad argentina. Así, objetivos sin plazos fue el leitmotiv de una administración autoritaria que, montada en un desarrollismo genérico, tomó a la tecnocracia como la ristra de ajos para domar la política argentina.

Para Juan Carlos Onganía y su tropa, la danza frenética que sindicatos, partidos, empresarios, fuerzas armadas y demás actores corporativos bailaban desde, al menos 1955, debía acabarse cuanto antes. Apalancado en el credo de moda de la Doctrina de la Seguridad Nacional, el gobierno iniciado en 1966 generó un férreo clima autoritario, diseminado tanto entre los trabajadores y sus sindicatos como entre los sectores medios y sus perlas del once. La Noche de los Bastones Largos y la posterior fuga de cerebros fue la muestra palmaria de esta nueva dirección que había tomado la administración de gobierno nacional.

En el manejo de la macroeconomía aquella línea de control del conflicto se instrumentó con el Plan de Estabilización pergeñado por Adalbert Krieger Vasena, el ministro que reemplazó a Jorge Salimei y le dio el tono a la política económica del Onganiato. Apertura de la economía, suspensión de los convenios colectivos de trabajo y de los aumentos de los salarios por el término de dos años, congelamiento de las tarifas públicas y de combustibles y un acuerdo de precios con las empresas líderes fueron las medidas que caracterizaron la intentona de Krieger Vasena. La premisa que se escondía bajo aquellas decisiones era la de explicar la inestabilidad de las variables de la macro por la puja salarial (y la capacidad de golpear y negociar que habían desarrollado los sindicatos).

La solidez no era tal, los plazos tan largos fueron mucho más efímeros, y en el marco de los ciclos de “stop and go” producidos por la restricción externa el regreso a la conflictividad social estaba a la vuelta de la esquina.

En los años anteriores al Cordobazo las señales parecieron ser alentadoras, y de hecho el índice de precios al consumidor bajó del 31% en 1966 a 7,6% en 1969, el crecimiento del PIB fue de 0,6% en el 66 y pasó a una performance de 8,5% en el 69 y el tipo de cambio, luego de una devaluación del 40% en 1967, solo se movió un 4,8% en el 69. Y el tan temido déficit fiscal pasó de un 3,2% del PIB en el 66 a 1,8% en el 69.

Y sin embargo, aquella solidez no era tal, los plazos tan largos fueron mucho más efímeros, y en el marco de los ciclos de “stop and go” producidos por la restricción externa el regreso a la conflictividad social estaba a la vuelta de la esquina.

Es en este marco de cambio del tempo macroeconómico que deben entenderse los sucesos de mayo de 1969 en la irredenta ciudad de Córdoba. Si vemos los números de 1970, luego del shock que recibió el gobierno del orden que decía encarnar Onganía con la rebelión sindical estudiantil producida en Córdoba, observamos un IPC creciendo al 13,6% anual (y al 34,7% en 1971) y el PIB creciendo al 5,4% (y al 3,8% en el 71).

El experimento desarrollista autoritario terminó de pedir la toalla luego del asesinato del general Aramburu en junio del año siguiente.

El conflicto social había llegado para atormentar al plan Krieger Vasena, el que en gran medida lo había generado, a su vez. El Cordobazo mostró los límites de un discurso tecnocrático que decía prescindir de la política y se la encontró formando barricadas en la segunda ciudad del país (y dueña de un aparato industrial muy importante).

El experimento desarrollista autoritario terminó de pedir la toalla luego del asesinato del general Aramburu en junio del año siguiente.

Las pujas internas en las Fuerzas Armadas y un discurso del orden social y económico vuelto papel mojado fueron los jalones que marcaron el derrotero final del gobierno de Onganía. Esas jornadas del 29 y 30 de mayo de 1969 fueron mucho más que una serie de adoquines volando.

* Historiador. Director de la Escuela de Estudios Sociales y Económicos de la Universidad Nacional de Río Negro.


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