Los padres se asombran de cómo leen sus hijos

En 1er. grado aprenden a leer y escribir y en 2º empiezan con la ortografía.

Los diferentes métodos que se usan para enseñar a leer y escribir en la escuela a principios del siglo XXI generan polémicas de casi imposible síntesis. Desde principios de los «90, una concepción constructivista que parte de los conocimientos de los chicos se empezó a expandir en las aulas de los primeros grados. Esta nota desarrolla qué piensan los académicos que abrevan en esa concepción sicogenética y cómo enseñan los maestros/as a partir de ese encuadre teórico. En algunas escuelas también sigue vigente el uso de la palabra generadora.

«Hubo una época, hace varios siglos, en que escribir y leer eran actividades profesionales. Quienes se destinaban a ellas aprendían un oficio (…) Todos los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era marca de sabiduría sino marca de ciudadanía», reflexiona la investigadora Emilia Ferreiro.

La institución encargada de la democratización de ese conocimiento es la escuela. Lograr que los chicos dominen la posibilidad de expresar y comprender es uno de los objetivos de la educación formal. El proceso no es sencillo: para un lego hasta parece mágico el camino que recorre una criatura para traducir los sonidos en trazos que dibujan palabras que cobran sentido en un relato.

Para que el tedio que provoca toda obligación no aniquile el placer de la lectura, las investigadoras sostienen que la forma en que se aprendió es una marca a fuego. Una de ellas, María Elena Cuter, en este sentido, dice que «cuando la comprensión se deja para después de haber aprendido cómo se juntan las letras para formar sílabas y cómo las sílabas se juntan para formar palabras, lo que se escribe o lo que se lee queda en un segundo término, es decir que el significado no tiene mayor relevancia. Por eso es que cuando hablamos de los viejos métodos hablamos de frases sin sentido. Cuando los chicos desde el inicio se meten con textos de verdad a escribirlos o leerlos con la ayuda del maestro, el sentido de los textos que leen y escriben está puesto en primer término. Así lo que dejamos de escuchar es la frase de la maestra: «No entienden lo que leen» porque los chicos desde el inicio intentan entender lo que leen, intentan expresar sus ideas con coherencia, con solvencia, con intención, con propósito comunicativo, pensando en su destinatario, aunque en principio le cueste mucho.» Cuter apela a Franz Smith para completar el razonamiento, «el chico deja de ladrar lo escrito».

Las posibilidades que abren los distintos textos son la herramienta para encarar las distintas lecturas. Las especialistas remarcan que «proponemos que lean con propósitos variados. Por ejemplo, que lean para entretenerse, para divertirse o para emocionarse, entonces van a leer literatura. En otras situaciones tendrán que leer para obtener información y en otras porque tienen que hacer algo y comprender las instrucciones. El criterio es que haya variedad de propósitos y de textos».

Muchas veces los padres plantean que es cierto, el chico se expresa mejor pero las faltas de ortografía son horrorosas. ¿Qué pasa con la corrección del error?, reclaman los impacientes padres.

Alguien puede decir: los chicos antes escribían sin faltas de ortografía y hoy escriben plagado de errores. Primero, no estamos seguros de que así sea, dicen los maestros. En segundo término, si todos los chicos del curso escriben «Ese oso se asoma» es muy probable que lo hayan escrito unas cuantas veces antes, todos escriban lo mismo y eso aparezca sin errores de ortografía. Si en el mismo nivel, en el otro grado, los chicos están resorbiendo un cuento que la maestra les contó -un cuento que a veces ocupa dos páginas-, evidentemente el grado de libertad y de error ortográfico es mayor. Ahora, es un equívoco pensar que desde nuestra postura didáctica, estamos sosteniendo que los errores de ortografía deben ser dejados de lado y que lo importante es que el chico se exprese, dejarlo escribir como escriba así como uno deja que una pera madure en el árbol. La verdad es que propiciamos intervenciones didácticas muy precisas de trabajo sobre la ortografía, pero quizás, todo el concepto de qué es el error es lo que se esté reformulando», explica desde el aula.

La maestra Amalia Donadío retoma ese nuevo concepto del error. «Todo chico que está aprendiendo no comete errores de ortografía, forma parte de su aprendizaje: es como cuando está aprendiendo a andar en bicicleta, a veces se cae. Consideramos faltas de ortografía una vez que el chico pasa a tercer grado y el maestro da las reglas ortográficas. Antes, hay que dejarlos tranquilos. Que van bien». Hay que creerle, es palabra de «señorita» que sabe.

«No está en penitencia, está con un libro «

Irina Garbuz ejerce desde hace ocho años como maestra y estudia Ciencias de la Educación. Para mostrar cómo influye en la actitud de los chicos la forma en que aprendieron apela a una anécdota. «Estaba en un tercer grado en el que los chicos habían aprendido mediante «palabra generadora». Más allá de que la posibilidad de producción de textos era muy pobre en calidad, noté que cuando habían empezado con psicogénesis tenían muchas más posibilidades de tomar vuelo. Yo había hecho una biblioteca en el aula, había llevado una alfombra, había almohadones y los chicos se desparramaban leyendo. Un día entra un chico de séptimo y me dice:

-Seño, ¿los puso en penitencia?

-No, están leyendo.

-Por eso, están en penitencia.

-No, leen porque les gusta. Preguntales.

No lo podía creer, para él había sido evidentemente una tortura leer. Es evidente que hay que salir del dictado, de copiar trabajos, del completar la historia que la maestra quiere y apostar a la historia que parta de la construcción del chico».

Peor estuvo «la señorita Mirta», de un colegio religioso de Roca, que un día, en preescolar les advirtió a sus alumnos de cinco año que «el que se porta mal va a ir a la biblioteca». ¡Pobres los libros! ¡Pobre señorita Mirta! ¿No?

Para docentes formados en los métodos tradicionales, el pasaje al constructivismo que supone la psicogénesis no es sencillo, máxime cuando la actualización puede quedar librada a inconexos cursos de capacitación (como en Río Negro). Algunos directores consultados aceptan que ellas «prefieren que enseñen desde lo que saben. Un maestro obligado no puede enseñar nada, tiene que estar convencido. Aquel que lo hace por imposición del gobierno, de la directora o porque es lo «moderno» hace barbaridades. Por ejemplo, consideran que un chico no aprende si un chico que está en el nivel silábico-alfabético escribe una sílabas completas y otras no. Lo que pasa es que el chico tiene una gran confusión, si se estancó hay que ver qué pasó. Es importantísimo que el alumno relea lo que escribió. Lo que uno escribe no tiene valor si al otro no le sirve, no lo entiende. Corregir no tiene nada de malo», dice Emilia Ferreiro, toda una «estrella» de la educación argentina y que es referente de cientos de maestros que día a día se capacitan teniéndola a ella como referente.

El peso que tiene el entusiasmo que transmite la maestra

En la década del «90 se empezó a aplicar en Argentina esa nueva forma de enseñar a escribir y a leer. Sin embargo, en el aula conviven viejos y nuevos métodos y formas. Kaufman señala que «está muy difundida la utilización de métodos orientados a garantizar el aprendizaje de la relación entre los sonidos y las letras. El más generalizado es el de palabra generadora, que va presentando una palabra por vez para enseñar las consonantes en forma secuenciada (primero mamá para la eme, después papá para la pe) y, recién cuando se termina de «fijarlas» a todas a través de repetidas ejercitaciones, los niños pueden comenzar a leer y producir textos. Mientras tanto, están condenados a convivir con enunciados inexistentes en la vida y en los textos de circulación social, tales como «Ema upa a su pipí» o «Ulises ulula la ola» -estos son ejemplos sacados de cuadernos infantiles-. Aprender a leer y escribir es apropiarse de las prácticas de lectura y escritura. Para eso, naturalmente, es necesario conocer el sistema de escritura (las letras, signos, etc.) pero también el lenguaje escrito encarnado en diferentes tipos de textos (cuentos, noticias, poemas, recetas, etc.).

El niño puede y debe conectarse con ellos desde muy temprano a través de las lecturas del adulto y el docente debe presentar, también desde muy temprano, situaciones que le permitan explorar el sistema de escritura y los textos desplegando estrategias inteligentes y no a través de la aplicación mecánica de una «técnica». Si el maestro enseña sólo a relacionar letras y sonidos no debe esperar que, mágicamente, los alumnos se formen como lectores y escritores».

Entonces, ¿cómo se debe promover la interacción entre los chicos? «Los chicos aprenden junto con los otros. Discuten, aportan, preguntan al otro, ofrecen información, justifican para el otro: creen que allí dice y que debe escribirse de tal manera, así ellos también van reflexionando sobre lo que ellos leen y escriben», dice Kaufman. «Todo depende de las pilas de la maestra».

Horacio Lara

hlara@rionegro.com.ar


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios