Luisa Peluffo: Vístete de colorado

Una consigna de taller de escritura propone: “Vístete de colorado y escribe”. Nunca la probé, pero no descarto sentarme un día frente a mi notebook toda vestida con “el curioso color del colorado” (la definición es de Borges) y esperar a ver qué pasa. Mis rituales son mucho más simples. Prefiero escribir a la tarde y corregir a la mañana siguiente. Y comprobar qué poco de lo producido queda… Escribo directamente en el teclado, imprimo y la primera corrección la hago manuscrita con una lapicera de tinta negra tipo roller, de trazo ni muy fino ni muy grueso. Rompo esos primeros borradores de papel o utilizo el reverso para hacer la lista del supermercado o mi agenda diaria. Conservo hace años una de esas hojas en la que mi hijo menor, de chico, hizo un dibujo bellísimo alrededor de un verso desechado. A veces voy caminando por la calle y se me ocurren cosas, o me suceden frases, imágenes. Entonces rebusco en mi cartera y como nunca fui ordenada y sistemática, anoto lo que apareció en el primer papel que encuentro. Soy lenta en mi proceso de escritura. No soy de los que tienen todo imaginado y pensado y después lo escriben. Yo voy descubriendo adónde voy mientras escribo. Eso me gusta, es una aventura. Me gusta laburar en mi escritorio, con la biblioteca a mano. Sobre la mesa, la compu y dos talismanes: la escultura de una gata egipcia y una brújula que señala el sur en lugar del norte. Tengo otras cábalas, pero son secretas. También me gusta laburar con música, pero sólo cuando paso en limpio, si no, me distrae. Cuando pasé en limpio “Nadie baila el tango” ponía un CD de tangos tocados al piano por Arminda Canteros (una genia) tienen un clima entre melancólico y canyengue que me gusta mucho. Y cuando retocaba “Se llaman valijas” me gustaba escuchar “Sonho Meu” y “Nosotros”, temas que aparecen en dos de los cuentos. He comprobado que los viajes cortos activan mis ideas y me ayudan a resolver encrucijadas que se presentan al escribir, porque constantemente hay que tomar decisiones y resolver (es lo que más me “estresa”). Escribí mis primeros libros de poemas, mis dos primeras novelas y un libro de cuentos en una época en que no existía la computadora. Bendigo la computadora y la posibilidad de corregir las veces que quiero sin tachaduras ni enmiendas. Con los poemas no había problema porque eran muy breves. Pero con los cuentos y las novelas me acuerdo que recortaba las frases o párrafos que no iban y armaba un collage en hoja oficio, que después fotocopiaba para tener una copia legible. Idem cuando en el ’67, 68 era notera en Panorama y tenía que presentar mi informe a alguno de los redactores que podían ser, entre otros, Carlos Ulanovsky, Paco Urondo o Juan Gelman.


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