Maniobras bonaerenses

Para tener alguna posibilidad de triunfar en las elecciones presidenciales de la segunda mitad del 2011, el presunto precandidato Néstor Kirchner, además de superar sus problemas de salud, tendría que contar con el apoyo decidido del “aparato” del PJ bonaerense. He aquí la razón por la cual lo que en otras circunstancias hubiera sido un episodio menor, la forma malhumorada con que pidió al gobernador Daniel Scioli que le dijera exactamente quién le “ata las manos” para impedirle luchar con más eficacia contra el delito, conmocionó a la clase política nacional. Todos entienden que hay mucho más en juego que la relación personal entre el ex presidente y el hombre que durante años ha soportado con estoicismo sonriente el mal trato que tanto él como su esposa, Cristina, le han deparado. De enemistarse los santacruceños no sólo con Scioli sino también con los “barones” del conurbano bonaerense, las perspectivas electorales de cualquiera de los dos se harían todavía más sombrías de lo que ya son. Con el propósito de sacar provecho del poder de tracción de los intendentes clientelistas y de sus rivales, y de minimizar las consecuencias de su propia falta de popularidad, Kirchner quiere que haya muchos candidatos a gobernador y a intendente oficialistas, con él mismo como cabeza de una variedad de “listas colectoras”, propuesta ésta que enoja sobremanera a quienes suponen que resultarían perjudicados por una maniobra que atribuyen a la megalomanía del ex presidente. Es por este motivo, y también porque saben que la imagen de Scioli es mucho más atractiva que la de Kirchner, que, según se informa, la mayoría se ha solidarizado con el gobernador. Conscientes del riesgo que se ha planteado, distintos integrantes del gobierno nacional están procurando hacer pensar que sólo se trata de un malentendido, ya que Scioli habría aludido a la Justicia, no a la resistencia de los Kirchner a darle los fondos que necesita, cuando afirmaba tener las manos atadas. Puede que tal explicación de lo ocurrido no sea muy convincente, pero por lo menos serviría para permitir a los involucrados negar que la parte oficialista del PJ bonaerense esté por romper con los Kirchner, lo que pondría fin a sus posibilidades de conservar el poder más allá de diciembre del año que viene. Los intendentes del conurbano son desde hace muchos años notorios por su pragmatismo. Si son “leales” a los Kirchner, es porque les conviene, no porque se sientan comprometidos con su proyecto personal, entelequia que no les interesa en absoluto. Mientras los santacruceños manejen “la caja”, contarán con el respaldo dubitativo de quienes dominan los distritos densamente poblados del Gran Buenos Aires hasta que, al acercarse las elecciones, llegará la hora de prestar más atención a las encuestas de opinión. De informarles los sondeos que los Kirchner no podrán conseguir los votos suficientes como para permitirles ahorrarse una segunda vuelta que con toda seguridad perderían, los abandonarán a su suerte sin pensarlo dos veces, para aproximarse a un candidato más promisorio. En la actualidad, el kirchnerista mejor ubicado es Scioli, el menos kirchnerista de todos. A pesar de las dificultades que a diario tiene que enfrentar como gobernador de la provincia en que se encuentran los mayores bolsones de pobreza del país, el que dependa tanto de la buena voluntad de los Kirchner lo ayuda, ya que la mayoría propende a culpar al gobierno nacional por las deficiencias evidentes de su gestión. Que éste sea el caso es sin duda frustrante para una pareja que está luchando denodadamente por aferrarse al poder porque tiene buenos motivos para temer perderlo y que, para más señas, siempre ha desconfiado de Scioli, lo que no es sorprendente por ser cuestión de un político de trayectoria y actitudes que son muy distintas de las de otros miembros del conjunto gobernante. Desde que, en el 2003, Scioli aceptó ser compañero de fórmula de Néstor Kirchner y, es más que probable, aportó los votos que le permitieron triunfar, el matrimonio vacila entre procurar deshacerse de él y aprovechar su capacidad para seducir a sectores del electorado de la clase media acomodada. Por su parte, Scioli ha tolerado con paciencia la conducta a menudo poco amable de sus socios coyunturales, dando así la impresión de creer que a la larga sería suyo el poder que lograron “construir”.


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