MEDIOMUNDO: Adán y Eva
Como al principio, todavía son Adán y Eva. Han pasado los años, es cierto, y están bastante lejos de compartir de buena gana el paraíso perfecto que Dios -un tipo al que nunca vieron pero sospechan que existe- les dejó en herencia. En cualquier caso el Edén, su Edén, se transformó.
Unos personajes oscuros alimentaron el rumor de que Eva había agarrado una manzana tentada por una serpiente bajo promesa de sabiduría y que él, bueno, a su vez se había dejado tentar por la mirada sensual de su pareja. Después fueron expulsados y se hallaron desnudos.
Mentiras. Patrañas. Supercherías. Adán y Eva siempre fueron el uno para el otro en este mismo lugar. Solitos con su alma haciéndose el aguante entre la vegetación y el desierto. Rompiéndose el lomo para que las cosas funcionaran. Además, les encantaba sacarse la ropa a tirones.
Aunque nunca llegaron a funcionar del todo bien y sus sueños nacían para ser pospuestos, en aquellos tiempos pretéritos, no importaba nada porque el amor lo podía todo.
A veces Adán tocaba la trompeta imitando a Chet Baker y se volvía eterno. Ésa era toda la eternidad que necesitaban. Sobre la arena de una playa de arenas doradas Eva escribió un verso de Fernando Noy: «Tanto te esperé supongamos que existas y usas tu nombre como el mío. Tanto me aguardarás supongamos que he muerto y mi nombre en el tuyo vuelve a resucitarme».
Lo que realmente sucedió entre ambos es que la pasión, como sus cuerpos, envejeció. Se volvieron rústicos. Perdieron una lozanía que no supieron o no quisieron disfrazar de elegancia. Y, si bien la situación al menos en lo formal no ha cambiado mucho (siguen en la lucha, el paraíso es la esquina de su casa y nadie les regala nada), sí lo hizo lo suficiente como para modificar la relación que una vez floreció entre ambos.
Podría alegar en estas líneas que también tuvieron hijos y que la crianza no es un esfuerzo menor, pero el acto de la paternidad no hizo sino fortalecerlos y ayudarlos a convertirse en mejores personas ¿Cuenta? Claro que sí, pero en el fondo estamos hablado de temas distintos. No se ama a un hijo de la manera en que se ama a una mujer o a un hombre.
Recuerdo perfectamente el día en que se conocieron. Aunque, jóvenes e inocentes, tenían el alma preparada para dar. Dar porque sí. Porque formaba parte de las reglas que hacían armónico el universo. Con música de U2 como banda de sonido no tardaron en entender que estaban predestinados: «¿Estuviste ahí? Yo también ¿Conociste a tal? Yo me hice amigo de cual. ¿En serio me estás diciendo? El mundo es un pañuelo», exclamaron a coro. Sí, a veces lo es cuando queremos. Descubrieron que encajaban con precisión matemática el uno en el otro. Que eran dos estrellas fugaces atravesando el espacio infinito, a punto de colisionar.
Con el transcurso de los años la ambición y la cacería, el deseo de gloria y la rutina fueron volviéndose un trabajo. Una obligación. Una materia a rendir para la que ya no deseaban prepararse. Cada tanto, por la noche, cuando el fuego hacía de anfitrión, se miraban a los ojos en silencio. Esos puntos suspensivos se convirtieron en una prueba de que vivían errados.
Si tuviera que especular diría que Adán y Eva todavía se aman, sólo que están cansados. Y tristes. No más que eso. Ocurre que nunca pensaron que su alegría iba a tomar el cuerpo de una odiosa nostalgia. No imaginaron que un día serían capaces de planificar un futuro en el cual el otro estuviera ausente. Así son las cosas entre Adán y Eva. O de tantos Adanes y tantas Evas que pueblan este paraíso azul.
En horas recientes, Eva ha empezado un libro que viene a cuento. Se llama «Monogamia», de Adam Phillips. Subrayó un párrafo:
«En la vida privada la palabra ´nosotros´ es una pretensión, una exageración de la palabra ´yo´, ´nosotros´ es el yo deseado, el yo como pandilla, como alguien más también, si la vida en pareja puede desanimar tanto es porque el otro nunca se nos une de verdad o mejor dicho quiere exactamente lo mismo pero desde un punto de vista totalmente distinto».
Por su parte, Adán compró en internet uno de José Saramago, «De este mundo y del otro», donde justo ahora lee con el gesto fruncido, como aseverando:
«Nadie sabe nada de sí antes de la acción en la que tendrá que empeñarse todo él. No conocemos la fuerza del mar hasta que el mar no se mueve. No conocemos el amor antes del amor».
¿Quién sabe cómo sigue la historia?
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
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