Mediomundo: ¿Usted nos lo dirá? 05-11-03

Mediomundo

El eterno mayordomo de Lady Diana acaba de anunciarlo. Y todos hacemos un «¡oh!» que cubre la totalidad de nuestros rostros. Diana estaba enamorada poco antes de morir y no era Dodi el objeto de su amor. Tampoco era Carlos, aunque quería volver con él. Entonces el «¡oh!» se hace más grande aún. «¿Usted nos dirá quién era ese hombre?», le pregunta la periodista de «20/20» que emite A&E Mundo, y el eterno mayordomo, el mayordomo que los mayordomos del mundo envidian, el mejor amigo de Diana en sus últimos días, el que lo sabe todo, el que lo vio y escuchó todo, el que tiene de los pelos al joven Guillermo, el autor de un best-séller, el que supo ocupar el lugar justo en el momento adecuado, el que la reina salvó de la prisión y el oprobio con sólo recordar una conversación de pasillo, el que se llevará a la tumba los secretos más oscuros e inquietantes de la princesa más famosa de todos los tiempos desde la Cenicienta y la Sirenita, responde un sencillo pero emotivo «sí».

Entonces vamos al corte.

Paul Burrell. El bueno de Paul. Nunca imaginó un sirviente llegar a tener tan espectacular papel en la historia de la aristocracia anglosajona. Es decir, nunca los sirvientes, ayudantes de cámara, mayordomos, valets, profesores de equitación o ballet, estuvieron en el centro del tifón. Nunca tuvieron la oportunidad de ser testigos famosos (tradicionalmente fueron testigos anónimos de los desvíos de madrugada de duques y marqueses) y mucho menos de firmar libros que llevan en la tapa su nombre escrito con letras doradas. Nunca los desconocidos de la historia real estuvieron así de cerca de tocar las estrellas. De besar con sus propios labios los labios de la fama y la inmortalidad. O de aparecer en la fotografía de fin de año.

Diana murió pero Paul Burrell sigue vivo y recaudando. ¿Sabía Paul Burrell antes de morir Diana que esa relación, esos detalles sobre los laberintos de un corazón herido, esos llantos estertóreos, esa confusión entre diamantes, sedas y limusinas algún día le reportarían millones de dólares y un 'free pass' al universo emotivo de los reyes? Sí. ¡Claro que sí!

Paul Burrell entró a la realeza por la puerta de servicio (como ya lo hicieron antes energúmenos peores), sólo por el hecho de haber permanecido donde ningún otro ser humano de sangre azul se atrevió y por tener el raro valor de contarlo. Es su derecho y su ganancia. «Hola» y «The Sun» deben soportar ahora en su primeras planas su mirada de gato remolón. Lo disculpamos. Lo entendemos. ¿O acaso no aspiran a latitudes semejantes los que lustran los zapatos de Diego Armando Maradona? ¿No quieren un anillo del tesoro pirata los que coleccionan postales de cada una de las muecas de Charly García? ¿No sueñan con biografías no autorizadas los encargados de sostenerle la vela a Mick Jagger?

Diana ha muerto, sí, pero vive Paul Burrell para el resto del mundo. Para los que de pibes hojéabamos historias de gigantes, dragones y príncipes azules que rescataban damiselas atrapadas en castillos de granito. Para los que fisgoneamos entre las grietas que abren los paparazzi. Para los que conservamos la inocencia y alimentamos el descaro.

El joven animoso que le guardaba a Diana pañuelos humedecidos con mal de amores y que recibía de su parte cartas breves y sustanciosas apenas si ha hecho su trabajo y lo ha hecho bien.

Ahora otro sirviente, Mark Dyer, servirá de nexo entre la realeza y Paul Burrell. Otro confesor, esta vez de Guillermo, intentará calmar una tormenta que apenas comienza. ¿Qué más sabe Burrell?

¿Hay algún mozo oculto entre las sombras, maestro de esgrima, guardaespaldas con espíritu literario que nos quiera ilustrar acerca de la ropa interior de los ungidos?

El Infierno y el Paraíso los mirarán con condescendencia. Y serán revindicados. Qué ángel, qué demonio no ha querido enjugar las lágrimas de Dios.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


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