“Noche de ronda” en Venezuela

El 29 de abril, los estudiantes venezolanos protestaron en la ciudad de Barquisimeto, en el estado de Lara, Venezuela, como sucede todos los días en algún lugar del sufrido país noche a noche desde el 12 de enero, cuando la juventud venezolana decidió decir ¡basta! a la ineptitud y arbitrariedad de Nicolás Maduro. Vale la pena describir brevemente lo que sucedió esa noche, porque nos da una idea de la intensidad del conflicto de Maduro con su pueblo que el gobierno venezolano trata infructuosamente de esconder. Ésa era la segunda noche seguida de protestas callejeras en Barquisimeto. Las protestas, como todas, tenían que ver con la infame política del gobierno bolivariano, que ha llevado a Venezuela al desastre. Adoctrinamiento escolar; represión violenta, sin límites de conducta; intimidación constante; discurso único; totalitarismo; prohibición del derecho constitucional a la protesta; detenciones arbitrarias y procesos judiciales fraudulentos, manipulados groseramente en violación a la noción universal del “debido proceso legal”; desapariciones; torturas impunes contra los estudiantes detenidos; asesinatos durante las protestas, con represores que tiran a matar; hartazgo por la escasez de todos los productos de primera necesidad; mentiras gubernamentales constantes; descarada injerencia cubana… una infinidad de buenas razones para que los jóvenes hayan decidido expresar públicamente su hartazgo y disconformidad. Las protestas callejeras comenzaron temprano: a las 8 de la mañana; en este caso, en torno a la Universidad Fermín Toro, de El Ujano, al este de la ciudad. Una repentina barrera en la calle imposibilitó, de pronto, la circulación vehicular. Como siempre. Las tanquetas militares llegaron enseguida, presurosas, apoyando a efectivos de la Guardia Nacional fuertemente armados. Todos comenzaron a disparar con perdigones de metal y gases lacrimógenos convulsivos contra los jóvenes. A mansalva. Con disparos a la cabeza. Contra las personas y contra los edificios. Como en una batalla campal. Procurando dispersar y, al propio tiempo, hacer daño a los jóvenes. Sin miramientos. Como si fueran un enemigo. Porque piensan distinto y expresan su cansancio de vivir sometidos al capricho de los “iluminados”. Así de simple. Y así de brutal. E inhumano. Ése fue el devenir del día. Constante. Feroz. A las 8 de la noche las cosas no habían cambiado nada. Pero cuando comienza a faltar la luz natural se corta la electricidad y el escenario deviene “tierra de nadie”. Las tanquetas se vuelven feroces e implacables con sus disparos multiplicados. Los estudiantes devuelven las gentilezas con “cohetones” de fabricación casera. Al rato los jóvenes se refugian en terrenos de la universidad porque las calles eran escenario del salvajismo represor. Trece heridos, entre los muchachos y muchachas. Todo en la tiniebla. Esta vez, raro, pocas detenciones. Poco común. Siempre se apresa a cuanto joven sea posible. Arbitrariamente y con total impunidad. Con violencia extrema. Cerca de la medianoche, otros focos de disturbios habían aparecido en la ciudad, en derredor de la zona del Obelisco, hasta que el cansancio agotó a los manifestantes y llegó, una vez más, la hora del silencio. La del descanso. Mañana será otro día… y habrá más de lo mismo. En otra parte, quizás. Sin posibilidad de declararse cansado. La lucha continúa. También en Venezuela. Y, en este caso, en las calles y contra fuerzas represoras desiguales, que actúan sin alma. Ni vergüenza. Nada parecido a la canción romántica titulada “Noche de ronda”. Las noches de los jóvenes venezolanos son, a veces, infiernos. Pero ésta –y no otra– es la realidad de las largas noches venezolanas. Al menos para su juventud, a la que Mario Vargas Llosa acaba de aplaudir por su lucha y por su coraje, que luce indómito. Un día más en la vida de los jóvenes venezolanos que luchan para que su futuro sea distinto al presente que repudian. Porque buscan crecer y poder vivir en una democracia que los bolivarianos han deformado arteramente hasta hacerla absolutamente irreconocible. Con todo el poder concentrado en sus manos. Y sin límites para la represión. Sordos respecto de lo que no cabe en su discurso único, el del totalitarismo. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional

GUSTAVO CHOPITEA (*)


El 29 de abril, los estudiantes venezolanos protestaron en la ciudad de Barquisimeto, en el estado de Lara, Venezuela, como sucede todos los días en algún lugar del sufrido país noche a noche desde el 12 de enero, cuando la juventud venezolana decidió decir ¡basta! a la ineptitud y arbitrariedad de Nicolás Maduro. Vale la pena describir brevemente lo que sucedió esa noche, porque nos da una idea de la intensidad del conflicto de Maduro con su pueblo que el gobierno venezolano trata infructuosamente de esconder. Ésa era la segunda noche seguida de protestas callejeras en Barquisimeto. Las protestas, como todas, tenían que ver con la infame política del gobierno bolivariano, que ha llevado a Venezuela al desastre. Adoctrinamiento escolar; represión violenta, sin límites de conducta; intimidación constante; discurso único; totalitarismo; prohibición del derecho constitucional a la protesta; detenciones arbitrarias y procesos judiciales fraudulentos, manipulados groseramente en violación a la noción universal del “debido proceso legal”; desapariciones; torturas impunes contra los estudiantes detenidos; asesinatos durante las protestas, con represores que tiran a matar; hartazgo por la escasez de todos los productos de primera necesidad; mentiras gubernamentales constantes; descarada injerencia cubana... una infinidad de buenas razones para que los jóvenes hayan decidido expresar públicamente su hartazgo y disconformidad. Las protestas callejeras comenzaron temprano: a las 8 de la mañana; en este caso, en torno a la Universidad Fermín Toro, de El Ujano, al este de la ciudad. Una repentina barrera en la calle imposibilitó, de pronto, la circulación vehicular. Como siempre. Las tanquetas militares llegaron enseguida, presurosas, apoyando a efectivos de la Guardia Nacional fuertemente armados. Todos comenzaron a disparar con perdigones de metal y gases lacrimógenos convulsivos contra los jóvenes. A mansalva. Con disparos a la cabeza. Contra las personas y contra los edificios. Como en una batalla campal. Procurando dispersar y, al propio tiempo, hacer daño a los jóvenes. Sin miramientos. Como si fueran un enemigo. Porque piensan distinto y expresan su cansancio de vivir sometidos al capricho de los “iluminados”. Así de simple. Y así de brutal. E inhumano. Ése fue el devenir del día. Constante. Feroz. A las 8 de la noche las cosas no habían cambiado nada. Pero cuando comienza a faltar la luz natural se corta la electricidad y el escenario deviene “tierra de nadie”. Las tanquetas se vuelven feroces e implacables con sus disparos multiplicados. Los estudiantes devuelven las gentilezas con “cohetones” de fabricación casera. Al rato los jóvenes se refugian en terrenos de la universidad porque las calles eran escenario del salvajismo represor. Trece heridos, entre los muchachos y muchachas. Todo en la tiniebla. Esta vez, raro, pocas detenciones. Poco común. Siempre se apresa a cuanto joven sea posible. Arbitrariamente y con total impunidad. Con violencia extrema. Cerca de la medianoche, otros focos de disturbios habían aparecido en la ciudad, en derredor de la zona del Obelisco, hasta que el cansancio agotó a los manifestantes y llegó, una vez más, la hora del silencio. La del descanso. Mañana será otro día... y habrá más de lo mismo. En otra parte, quizás. Sin posibilidad de declararse cansado. La lucha continúa. También en Venezuela. Y, en este caso, en las calles y contra fuerzas represoras desiguales, que actúan sin alma. Ni vergüenza. Nada parecido a la canción romántica titulada “Noche de ronda”. Las noches de los jóvenes venezolanos son, a veces, infiernos. Pero ésta –y no otra– es la realidad de las largas noches venezolanas. Al menos para su juventud, a la que Mario Vargas Llosa acaba de aplaudir por su lucha y por su coraje, que luce indómito. Un día más en la vida de los jóvenes venezolanos que luchan para que su futuro sea distinto al presente que repudian. Porque buscan crecer y poder vivir en una democracia que los bolivarianos han deformado arteramente hasta hacerla absolutamente irreconocible. Con todo el poder concentrado en sus manos. Y sin límites para la represión. Sordos respecto de lo que no cabe en su discurso único, el del totalitarismo. (*) Analista del Grupo Agenda Internacional

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