Opinión: todas las hojas son del viento… y de la literatura

Los robles adquieren en esta época un color inigualable, pasan del verde oscuro a un terracota en poquísimos días. Tengo una hoja de roble en mis manos, es muy fácil ver su columna vertebral, ahora rígida y todas las derivaciones–cual si fuera un mapa ferroviario—que salen de ella y contribuyen a darle una fisonomía especial y, por supuesto, la vida. Miro otra y veo en general la misma estructura pero con variantes, y ahí corroboro que son semejantes, no iguales, ya que cada una tiene (aun siendo del mismo árbol) singularidad propia; y me viene otra vez a la memoria el verso homérico tan acertado, “Cual las generaciones de las hojas, así la de los hombres”.
José de Espronceda (1808-1842), notable poeta romántico español hace una analogía interesante en este poema: “Hojas del árbol caídas/ juguetes del viento son:/ las ilusiones perdidas/ son hojas ¡ay! desprendidas/ del árbol del corazón”. Julián del Casal (1863-1893) poeta cubano, modernista, titula uno de sus libros “Hojas al viento”. Aquí hay una analogía entre el árbol (sus ideas) y las hojas (sus poemas). “Árbol de mi pensamiento/ lanza tus hojas al viento/del olvido,/ que, al volver las primaveras,/ harán en ti las quimeras/nuevo nido;/y saldrán de entre tus hojas,/en vez de amargas congojas,/las canciones…”
Seguramente estarás esperando que mencione un título ya emblemático en el mundo de la literatura, “Hojas de hierba” del gran Walt Whitman, el libro donde es más tangible la ecuación poesía = celebración. Celebración del orbe, del humano, del mundo ínfimo, el cosmos y el microcosmos que enunciaban los antiguos griegos. “Creo que una hoja de hierba,/no es menos/que el día de trabajo de las estrellas,…”
Y no quiero terminar esta columna sin mencionarte a “La hojarasca”, la novela de García Márquez. Aquí te dejo el comienzo: “De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos; […] La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte.”


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