Beneficios de inventario y un nuevo año de construcción
Milei consiguió su primer Presupuesto, pero enfrenta desafíos más complejos.
Javier Milei consiguió que el Congreso le apruebe el primer presupuesto de su gestión, nacida al calor de una crisis inflacionaria y el derrumbe de las coaliciones políticas predominantes en la última década.
A diferencia de la ley Bases, que era un marco jurídico para la emergencia, esta vez el Parlamento sancionó una ley para restaurar la normalidad. El presupuesto es la plataforma elemental para la administración del Estado, aun cuando sus estimaciones puedan quedar luego superadas por la realidad.
La Casa Rosada consiguió en el Senado un bloque contundente de votos afirmativos. El kirchnerismo fue prácticamente duplicado por la suma de legisladores de dos oficialismos: el nacional, de signo no peronista, y el de varias provincias gobernadas por el peronismo.
Un acuerdo similar sucedió en 2017, durante la gestión de Mauricio Macri. Pero (lo subrayó Milei en declaraciones públicas) lo que se aprobó entonces era un presupuesto con déficit. La novedad es el principio de consenso sobre el equilibrio fiscal.
Pese a la narrativa maximalista que es propia del actual gobierno nacional (y de tantos otros, en su hora), la aprobación del Presupuesto 2026 antes de que termine este año era la conclusión esperable tras los resultados económicos y políticos de la gestión Milei, a la mitad de su mandato.
La Casa Rosada dijo que se proponía tener antes de enero no sólo el Presupuesto 2026, sino también la modernización laboral como objetivos cumplidos. Jamás pensó que eso fuera posible. Una reforma laboral en serio no se resuelve en 15 días. Pero, en el otro extremo, hubiese sido un fracaso que la sanción del Presupuesto se empantane.
Si Milei consiguió avanzar un paso hacia la normalidad fue como consecuencia de un doble resultado: la estabilización incipiente de los precios y la validación electoral del rumbo económico que aplicó para conseguirlo. Esta combinación provisoria de economía y política ha sido hasta ahora el principal rendimiento de su gestión. Es el mérito que desafía a cualquier intento de construcción alternativa de sus adversarios.
Es también, para Milei, aquello que en 2026 comenzará a considerarse beneficio de inventario. Su desafío es la construcción de un resultado superador para constituir su próxima oferta electoral.
Dificultades
Una de sus principales dificultades que lo acechan es la fragilidad como constante histórica de los planes de estabilización inflacionaria en Argentina. Milei ha dado pruebas suficientes de su convicción para ajustar el déficit operativo de la administración estatal. Las certezas son menos firmes cuando se observa el frente externo de la economía.
Con reservas negativas inflexibles a la baja, metas de acumulación incumplidas en el acuerdo con el FMI y un calendario de vencimientos gravoso, las presiones sobre la política cambiaria son persistentes y cada retoque en el dólar puede impactar en el nivel general de precios.
El regreso de Argentina a los mercados de deuda fue anunciado -como todo- con pompa y circunstancia. Los resultados no fueron los esperados y se acerca el vencimiento de principios de enero. El debate de los economistas sobre la prevalencia del huevo o la gallina (esperar la baja del riesgo país para salir al mercado, o salir al mercado para proveer confianza y que ceda el riesgo país) se resolvió con dos resultados: poca oferta de dólares y una tasa excesiva para pensar que volvió la normalidad.
La reacción del Gobierno nacional fue una modificación del régimen cambiario. La actualización de las bandas cambiarias que había prometido mantener intactas.
Fue una concesión parcial a los que advierten sobre los riesgos y la tentación del retraso cambiario (algo que derrumbó, uno tras otro, todos los planes de estabilización inflacionaria en la Argentina). Pero es también un desafío para administrar la desindexación: el índice mensual de precios se resiste a perforar el piso del 2%. Milei prometió algún decimal por debajo de cero a partir de agosto próximo.
Para las aspiraciones del oficialismo, para su construcción en marcha durante 2026, incluso ese resultado puede ser insuficiente, si la economía no se reactiva. Milei sostiene que para ampliar el horizonte de crecimiento es necesario promover reformas de fondo. La modernización laboral y tributaria, por ejemplo.
En el eje de construcción económica a futuro, Milei apenas tiene con el Presupuesto aprobado una herramienta de gestión fiscal.
En el eje de la construcción política, la Casa Rosada sigue usufructuando el desconcierto del espacio opositor. Está claro, a dos años de la gestión Milei, que sus dosis de pragmatismo exceden ampliamente el recitado de consignas libertarias y proclamas de batallas culturales con las cuales entretiene a la agenda pública.
Lo menos relevante de Milei son los espejismos de su biblioteca. Su espacio político se caracteriza por el protagonismo ampuloso de una hornada de distractores. Los críticos de Milei se indignan razonablemente con las torpezas circenses de esos personajes. Pero esa indignación está lejos de constituir un discurso alternativo.
La oposición a Milei enfrenta, en esa disyuntiva, un dilema complejo. No sólo debe desprenderse del esquema dirigencial que condujo su último gran fracaso en el ejercicio del poder. También debe reformarse a sí misma en sus convicciones.
Porque tal vez lo que venga después de Milei no sea necesariamente el derrumbe de su programa económico, el vuelco del péndulo hacia el estatalismo, sino la necesidad de superarlo desde las bases de un nuevo consenso: el de una economía con el supuesto compartido del equilibrio fiscal.
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