Cinco años del confinamiento: lo que la pandemia nos dejó y lo que aún nos debe
Hay algo que preocupa: las contradicciones que surgieron en este mundo pospandémico.
La pandemia no fue solo una crisis sanitaria; fue un terremoto que sacudió los cimientos de nuestra sociedad. Sin embargo, no todo fue negativo: nos dejó lecciones valiosas y cambios que, en muchos casos, llegaron para quedarse. Los más evidentes fueron la aceleración de la digitalización; la solidaridad y la ciencia en un novedoso lugar protagónico: el desarrollo de vacunas en tiempo récord fue un hito histórico que demostró el poder de la colaboración internacional y la inversión en investigación nacional.
Cinco años después, muchas de las transformaciones que trajo la pandemia siguen vigentes: el teletrabajo, la modalidad híbrida en el ámbito educativo, la preponderancia de la salud mental en la agenda pública, son algunos de ellos. Pero no todo ha cambiado para mejor: las desigualdades estructurales siguen siendo una herida abierta. La pobreza, la falta de acceso a servicios básicos y la brecha digital son problemas que requieren soluciones urgentes y políticas a largo plazo.
Sin embargo, hay algo aún más preocupante: las contradicciones que han surgido en este mundo pospandémico. No obstante haber experimentado durante el confinamiento una solidaridad expansiva, hoy parece primar una lógica más egoísta, donde el «sálvese quien pueda» se impone sobre el «cuidémonos entre todos». Este individualismo no solo se manifiesta en lo social, sino también en lo político y lo económico, donde las brechas entre ricos y pobres, entre incluidos y excluidos, siguen ampliándose.
Otra, es el auge del anticientificismo. Durante la pandemia, la ciencia fue nuestra principal herramienta para combatir el virus. Sin embargo, en lugar de fortalecer la confianza en el conocimiento científico, hoy vemos un reforzamiento de movimientos que rechazan las vacunas, niegan el cambio climático o incluso promueven teorías conspirativas como el terraplanismo.
Las redes sociales, que en su momento fueron un espacio de conexión y apoyo, se han convertido en amplificadoras de desinformación, alimentando la desconfianza hacia las instituciones y el pensamiento crítico. Este fenómeno no es aislado: está íntimamente ligado al ascenso de la extrema derecha en gran parte del mundo, especialmente en países poderosos. Estos movimientos, que suelen basarse en discursos de miedo, nacionalismo y negación de la ciencia han encontrado en la pospandemia un terreno fértil para crecer. Lejos de promover la unidad y la cooperación, alimentan la polarización, el rechazo al otro y la desconfianza hacia cualquier forma de autoridad o conocimiento experto.
Frente a estas contradicciones, el gran desafío que nos deja la pandemia es cómo construir un futuro que no repita los errores del pasado. No basta con recordar la solidaridad que experimentamos en 2020; hay que trabajar activamente para sostenerla y fortalecerla en un mundo que parece inclinarse cada vez más hacia el individualismo y la desconfianza.
Tampoco basta con celebrar los avances científicos si no combatimos la desinformación y el anticientificismo. La educación, el pensamiento crítico y el acceso a información veraz son herramientas clave para enfrentar este desafío. Y, por supuesto, es fundamental que los líderes políticos, en lugar de alimentar la polarización y el miedo, promuevan la unidad, la cooperación y el respeto por la evidencia científica.
La pandemia nos dejó una lección clara: estamos todos conectados. Pero también nos dejó una advertencia: si no aprendemos de lo vivido, si no enfrentamos las contradicciones que hoy se nos presentan, el futuro será más incierto y más desigual. La universidad, como espacio de pensamiento crítico y transformación social, tiene un rol clave en esta tarea. Desde mi lugar, estoy comprometido a contribuir a ese futuro.
*Mg. Anselmo Torres, rector de la Universidad Nacional de Río Negro.
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