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El cambio climático y el tercer pilar

A mediados de este año, Pakistán quedó sumergido en una de las inundaciones más mortíferas de Asia desde 2017, y la peor, en la historia del país. Casi un tercio del territorio quedó bajo el agua y los campos agrícolas se convirtieron en verdaderos lagos. Más de 1.700 personas murieron, millones perdieron sus hogares y los recursos básicos de supervivencia. El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres llegó a describirla como “una carnicería climática”.

La paradoja es que Pakistán sólo contribuye con menos del 1% de las emisiones globales. Un porcentaje impensado para los países desarrollados. Pakistán paga el precio de algo que fue creado por otros.

Inundaciones, incendios y olas de calor que, según los científicos, se volverán cada vez más comunes y severas, a medida que aumente el calentamiento global, han sido el denominador común en este año.

Ante esa realidad, los países más vulnerables y en desarrollo inevitablemente tendrán que sufrir los impactos del cambio climático y deberán afrontar pérdidas de vidas humanas y costos económicos. Por ello, han renovado su lucha para poner en el centro de las discusiones climáticas internacionales las responsabilidades históricas de las naciones más ricas sobre el problema del cambio climático. En definitiva, son las que han estado bombeando gases de efecto invernadero al aire durante un siglo o más, y que ahora deberían ayudar a paliar sus consecuencias.

En esta nueva Cumbre del Clima (COP27) que comenzó el domingo 6 de noviembre en la ciudad de Sharm el Sheij, Egipto, los países volverán a debatir las formas de acelerar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. En medio de los desafíos que impone una crisis energética global y la guerra en Europa, ahora se plantea de manera contundente la aparición de un tercer pilar. Ya no se trata de hablar sólo de mitigación y adaptación, sino también de pérdidas y daños.

¿Quién asumirá la responsabilidad histórica ante los países que poco han contribuido a esta debacle climática y que, en cierta medida, son los que más sufren las consecuencias? El flujo de recursos financieros para la adaptación destinados a los países en desarrollo es entre cinco y diez veces inferior a lo necesario. Para 2030, según las estimaciones de las Naciones Unidas, los países en desarrollo necesitarán hasta 340 mil millones de dólares por año para hacer frente a esta crisis. ¿Se producirá el “milagro”?

Hace unos días, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) advirtió que para tener alguna posibilidad de llegar a la temperatura deseable (1,5 ºC de los niveles preindustriales), de aquí a fin de siglo, será necesario reducir las emisiones en un 45% respecto a los niveles actuales, algo que parece difícil de alcanzar.

En general, el foco principal de las negociaciones internacionales sobre el clima se ha centrado en la mitigación, es decir, atacar la raíz del problema mediante la reducción de emisiones, originados principalmente por los combustibles fósiles.

El otro pilar importante es la adaptación de los sistemas ecológicos, sociales y económicos para poner el pecho a los impactos actuales y futuros de la nueva realidad. Pero el financiamiento necesario no va por buen camino.

Los países más frágiles reclaman el establecimiento de un nuevo fondo de financiación, adicional e independiente de lo que ya se destina a la mitigación y a la adaptación. Es decir, una reparación real y concreta a los que más sufren los embates del cambio climático, y que menos han contribuido al problema. Una cuestión que, por décadas, ha sido controvertida y que quedó sin resolver en la conferencia anterior en Glasgow (COP26).

¿Pero por qué es tan polémico? Solo se trata de una cuestión de justicia o de equidad. Dos posiciones casi irreconciliables. Al menos, hasta ahora. Los desarrollados prefieren centrarse en debatir sobre las formas de eliminar los combustibles fósiles y promover energías más limpias, como las renovables. En cambio, los más vulnerables y en desarrollo reclaman que las naciones más ricas, las mayores fuentes históricas en la producción de emisiones, paguen por los daños que ya causa el cambio climático.

Los países que firmaron el Acuerdo de París reconocen que hay diferentes niveles de responsabilidad y de recursos para responder a los efectos del cambio climático. Sin embargo, las naciones más ricas se han mostrado reacias a reconocer cualquier responsabilidad legal, sobre todo, se resisten a que esa responsabilidad sea la base de las compensaciones. El tercer pilar sigue siendo la clave de esta polémica que no encuentra un camino intermedio.

Una vez más, este será uno de los puntos críticos y más espinosos de la COP27. También será una de las varas para medir el éxito o el fracaso de una reunión que se está realizando en uno de los continentes más vulnerable al cambio climático.


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