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El fin de una época

Hay un cambio de régimen político. Se acabó el kirchnerismo, ya no existirá un Estado que regala los servicios y da cinco millones de jubilaciones sin aportes.


No sabemos hoy quién será el próximo presidente de la Argentina. Pero hay algo que ya sabemos (y que venimos “sintiendo” desde hace al menos dos años): se ha terminado una era política en la Argentina. Los 40 años de democracia se dividen en dos bloques de 20 años, cada uno de los cuales corresponde a una era política distinta. Los primeros 20 estuvieron basados en la construcción de la democracia -con el Juicio a las Juntas y la Reforma de la Constitución- y el sueño de construir una moneda estable que permitiera sentar las bases del desarrollo -la convertibilidad-. El sueño de los primeros 20 años terminó en crisis económica, pero en reforzamiento de las instituciones democráticas: se logró salir de la terrible ruptura del orden tras la caída de la De la Rúa sin que el proceso republicano se viera interrumpido.

El fin de la primera era democrática fue caótico. Y ese final dejó de los primeros 20 años democráticos una imagen negativa que no se correspondía realmente con lo que había sucedido.

Los criticados 90


Entre 2002 y 2013 la mayoría de los ciudadanos evaluaba negativamente los años 90. No recordaba de aquella época la estabilidad económica y la derrota de la inflación, sino que se ponía el eje en el desempleo. No se valoraba la libertad con la que se vivió y el fin del servicio militar, sino que se recordaban los casos más escandalosos de corrupción. Con el paso del tiempo, la crítica fue moderándose y ahora parece haber una evaluación más positiva de aquella época.

A partir de la caída de De la Rúa y el estallido económico que sucedió al fin de la convertibilidad se comenzó una nueva era política, centrada esencialmente en diferenciarse de los 90. A la exhibición de lujo (la famosa mezcla de pizza y champán, el exceso de dorado en la ropa y en la decoración; el lujo que exhibían todos los funcionarios) le siguió una ostentación de valores progresistas: la militancia social, el apoyo a las diversidades sexuales, la irrupción de los pueblos originarios, el “Estado Presente” que defendía la idea de que detrás de cada necesidad nace un derecho (aunque no existan los fondos para sostenerlo sin generar déficit, crisis e inflación).

Pasamos de la moral de los triunfadores -así se la llamaba sin escrúpulo en los 90 a la visión de los que se enriquecían de la noche a la mañana- a una moral de los marginados y excluidos, que recibieron más aplausos que solución efectiva a sus problemas estructurales.

Fiesta de consumo y déficit


Se vivió una fiesta de consumo durante los primeros 10 de los 20 años kirchneristas (2003-2012) gracias a la pesificación asimétrica y la austeridad en el gasto que Néstor Kirchner heredó del gobierno de Eduardo Duhalde unido al buen funcionamiento de la infraestructura que había renovado Carlos Menem y todavía resistía el paso del tiempo, más el viento de cola que llegó con el precio de la soja volando en los mercados internacionales.

En 2011 ya se sintió bruscamente el parate: la infraestructura -hacía una década o más que no se invertía- comenzó a colapsar (como se vio trágicamente en las muertes en la estación de trenes de Once), los precios de las exportaciones argentinas bajaron (y hubo la escasez de dólares y cepo cambiario) y el déficit fiscal comenzó a salirse de caja al tener que sostener un Estado que cada vez se hacía cargo de más gastos sin lograr obtener los recursos suficientes a pesar de haber aumentado todos los impuestos e inventado varios nuevos.

La segunda década de estos 20 años kirchneristas estuvo dividida en dos malos gobiernos: el de Macri, que no logró resolver ninguno de los problemas que heredó y dejó en cambio muchos nuevos -como haber duplicado la inflación en apenas 4 años a pesar de contar con el mayor crédito aportado por el FMI en su historia-. Y luego este gobierno que enfrentó pobremente una serie de catástrofes: desde la pandemia a la sequía (que privó al país de decenas de miles de millones de dólares y que está haciendo tan difícil soportar los dramas de esta época).

No sabemos quién será el que el próximo 10 de diciembre se sentará en el sillón de Rivadavia, pero sí sabemos que cualquiera fuera su gobierno no se parecerá en nada los que tuvimos estos últimos 20 años. Hay un cambio de época. Hay un cambio de régimen político. Se acabó el kirchnerismo, ya no existirá un Estado que regala los servicios y da cinco millones de jubilaciones sin aportes.

No importa quién gane la elección presidencial, el déficit fiscal será visto como algo nocivo. Casi todo lo que fue ensalzado en estos últimos 20 años será considerado negativo y surgirán nuevos valores. La máquina de la historia se ha vuelto a poner en funcionamiento.


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