Infancias y salud mental: “Cuando no me miras, no existo”

No puede pensarse aislada de las mutaciones del contexto histórico, social y político. Solo si los adultos tienen salud mental pueden brindársela a las infancias.

Cada 10 de octubre, la conmemoración mundial de la Salud Mental invita a una reflexión profunda acerca de aquello que pone en riesgo la vida psíquica de los humanos. Ese riesgo suele generarse en los primeros años de vida. Allí, en las niñeces, en ese tiempo sagrado, se tejen las bases de cómo creceremos, de lo que seremos. Las mil direcciones en las que podamos evolucionar y transformarnos parten de ese territorio decisivo. Se incluyen en las  posibilidades de un futuro con menor o mayor bienestar. 

Escenarios protegidos en la infancia


Los niños y niñas tienen emociones profundas. Expresan alegría, lloran y gritan, no solo por hambre, frio o dolor, lloran también cuando están tristes o solos. Si reciben amparo,  asistencia, miradas, brazos que sostienen, palabras, cuidados, contención, intercambios, juegos y canciones de cuna, se calman. Incluidos en una red de ternura descubren que son amados, pensados, nombrados, escuchados, reconocidos en su singularidad. Entonces edifican los recursos necesarios para enfrentar los avatares de la vida. Algo que los seres humanos no construyen solos.

Escenarios vulnerables en la infancia


En escenarios vulnerables, las infancias son vulneradas porque son marcadas por el sufrimiento: entornos familiares inseguros, en que la escucha está ausente y prevalece la frustración. Entornos donde hay posibilidad de ser heridos, dañados porque la comunicación es violenta. Pobreza y desigualdad, desnutrición.  

En estas circunstancias, los niños y las niñas también lloran. Porque tienen hambre, porque tienen frio, porque tienen dolor físico y sobre todo porque son ignorados. En lugar de alimento suficiente y amorosidad, padecen carencias afectivas y silencios. En situaciones extremas, son acallados con sustancias como drogas o alcohol. Se busca adormecerlos, que no molesten; sus padres no pueden con ellos y el Estado falla en su protección. El descuido deja marcas persistentes: síntomas que gritan.

Cuando la mirada falla


Los seres humanos no se construyen solos, nos dice el filósofo búlgaro Tzvetan Todorov. Nadie nace aislado para luego descubrir a los demás. Desde el comienzo, la existencia necesita un lazo amoroso de confianza y seguridad con otros cercanos. “Soy mirado/a, luego existo” es una demanda universal que nace en los primeros instantes de la vida. Ese escenario protegido se quiebra cuando falla dramáticamente la mirada que sostiene y reconoce. “Cuando no me miras, no existo”.

El daño a la salud mental se va gestando de a poco, como baja autoestima en la infancia, como depresión en la vida adulta. El desamparo se torna abandono. Nuevamente, los síntomas gritan.

Trastornos del sueño y la alimentación,  irritabilidad, llanto incontrolable, tristeza, ausencia de juego, dolores corporales, enuresis, encopresis.

Más grandecitos aparecen dificultades en el aprendizaje, retraimiento, conductas autistas, miedos y una relación adictiva con las pantallas. La tecnología desplaza el contacto con pares y la presencia adulta.

Vulnerabilidad  parental y social


La salud mental infantil no puede pensarse aislada de las mutaciones del contexto histórico, social y político. Solo si los adultos tienen salud mental pueden brindársela a las infancias.

Es imprescindible considerar estas afirmaciones. Muchos padres y madres son atravesados por historias complejas: carencias afectivas, traumas, duelos, depresiones, precariedad laboral, pobreza, exclusión. Aturdidos por esas circunstancias no pueden asistir la dependencia y fragilidad de sus hijos. Sin sostén temprano ni recursos suficientes, se debilita la capacidad de poner límites y ofrecer seguridad.

El aporte de la escucha psicoanalítica


No hablamos aquí de la vulnerabilidad constitutiva, inevitable en la infancia y necesaria para depender de un ser adulto para crecer, sino de la vulnerabilidad traumática que se produce cuando falla el sostén. Frente a esto, el Psicoanálisis ofrece un espacio confiable: diálogo, escucha, palabra y silencio.

En una conversación con una persona, pareja o grupo en un consultorio, un hospital, una escuela, un comedor comunitario o incluso una penitenciaría —en modalidad presencial o virtual— la escucha analítica invita a un recorrido nómade por la historia, un reconocer lo recibido y lo faltante, dignificar la vulnerabilidad y despegarla del estigma.

Explorar la intimidad del inconsciente abre la posibilidad de “desear desear”, dar un nuevo sentido al dolor y transformarlo en potencia vital. Apostar por la vida y la esperanza es posible, siempre.

*Psicoanalista, directora del Departamento de Extensión del IUSAM de APdeBA (Instituto Universitario de Salud Mental de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires)


Cada 10 de octubre, la conmemoración mundial de la Salud Mental invita a una reflexión profunda acerca de aquello que pone en riesgo la vida psíquica de los humanos. Ese riesgo suele generarse en los primeros años de vida. Allí, en las niñeces, en ese tiempo sagrado, se tejen las bases de cómo creceremos, de lo que seremos. Las mil direcciones en las que podamos evolucionar y transformarnos parten de ese territorio decisivo. Se incluyen en las  posibilidades de un futuro con menor o mayor bienestar. 

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