La fragilidad woke


Pareciera que los jóvenes piensan de manera contraria a las reglas que enseña la psicología para salir de la depresión. ¿Cómo aprendieron a pensar así? En internet.


Hace más de una década que los que tratan con los jóvenes nacidos en este siglo han notado que la nueva generación es mucho más depresiva que todas las anteriores. En un artículo que el psicólogo social Jonathan Haidt ha publicado esta semana titulado “Por qué la salud mental de las mujeres jóvenes se desplomó más rápido y más profundamente” da cuenta de cómo la adopción masiva de las redes sociales por parte de los jóvenes (que pasan en ellas al menos unas 5 a 6 horas diarias) y la desaparición del juego infantil sin supervisión de los adultos han contribuido poderosamente a generar una epidemia de depresión adolescente.

Haidt dice allí: ”No es que la realidad terrible en que vivimos sea la causa de la depresión masiva de la generación Z, sino que es la depresión masiva de esta generación la que les hace ver como terrible la simple realidad”. Y luego Haidt agrega algo esencial para entender lo que está pasando: “Procesar mentalmente como negativos los eventos ambiguos es justamente uno de los signos más claros de la depresión”.

La gente que no está deprimida es capaz de enfrentar los problemas que la realidad le plantea. Justamente un rasgo típico de la depresión es ver la realidad de manera tan apocalíptica y catastrófica que es imposible de enfrentar.

Y es así, precisamente, como la mayoría de los jóvenes de clase media ven hoy al mundo: como a punto de estallar, como preludio de un apocalipsis, como “sin futuro”. Es la generación más próspera y la que más indefensa se siente.

Agrega Haidt que “tener una visión maniqueísta y catastrofista a la vez -‘estamos viviendo la lucha entre el bien y el mal, y cada vez estamos peor’- es una forma no solo de deprimirse, sino un signo de que ya estás deprimido”. Las más perjudicadas con la creciente depresión adolescente son las mujeres progresistas, pero todos los grupos adolescentes actuales son más depresivos que sus antepasados. Una de las causas parece ser la desaparición del juego infantil sin supervisión de los adultos a partir de los 90.

Ahora, la mayoría del tiempo de juego de los niños de clase media en todo el mundo se concentra en videojuegos o en la visión de programas de YouTube infantil. El juego en la calle y sin adultos era lo más común antes de 1990 y preparaba a los niños para resolver problemas por ellos mismos. Les daba confianza en sí mismos. Eso se terminó y sus consecuencias negativas las estamos viviendo ahora.

Lo interesante, dice Haidt, es que los datos anteriores a 2010 (existen desde 1970) no muestran depresión juvenil masiva, ni siquiera entre las mujeres progresistas (que siempre fueron las más propensas). El tema estalla a partir de 2012. Coincide con la aparición de la selfie y el uso masivo de Instagram por parte de las niñas y adolescentes.

En 2012 también comenzaron a militar masivamente las mujeres jóvenes (por el feminismo y el ambientalismo, esencialmente). Las adolescentes que militan en los movimientos de izquierda son las que más se deprimen porque ven el mundo de manera más catastrofista que el resto de los demás jóvenes.

Pareciera, dice Haidt, que los jóvenes piensan de manera exactamente contraria a las reglas que enseña la psicología para ayudar a salir de la depresión. ¿Cómo fue que aprendieron a pensar así? En internet. Los clubs de fans de Harry Potter y de decenas de héroes juveniles comenzaron a difundir hacia 2013 ideas que entonces parecían inocentes: ponían el foco en la identidad (sexual o étnica), hablaban de fragilidad, decían que el lenguaje que se usa puede hacer mucho daño a una persona y vieron como positivo el victimizarse.

Muchos jóvenes habían abrazado en 2013 tres grandes falsedades: comenzaron a creer que eran frágiles y que se verían perjudicados por los libros que fueran “agresivos o difundieran ideas contrarias a su identidad o forma de ser”, por oradores y palabras que sostengan esas ideas “peligrosas”. Creen que sus emociones, especialmente sus ansiedades, son guías confiables de la realidad. Creer que la sociedad está compuesta por víctimas y opresores, por gente buena y gente mala (y que ellos deben estar en el bando bueno).

Haidt propone dos medidas para comenzar a revertir la epidemia de depresión adolescente en EEUU (y en gran parte de Occidente): que los colegios y universidades terminen definitivamente con la política de prohibir palabras y de crear “ambientes protegidos” en los que nadie puededisentir ni decir nada que pueda ofender a otro; y que se apruebe una ley que no permita que los adolescentes tengan acceso a internet hasta los 18 años.

Ambas medidas suenan a poco y, además, a utópicas. Pero al menos ya hay gente que está criticando la cultura de la cancelación, de la insistencia en la identidad y la victimización, y está viendo el enorme daño que todo este movimiento está causando sobre los más jóvenes.


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