Los números y la memoria histórica


No hay nadie que discuta los 30.000 desaparecidos (como tampoco los 6.000.000 de judíos asesinados) que esté interesado en la “precisión matemática”. El objetivo es político: defender a la Dictadura (o a Hitler).


Los números son importantes. ¿Cuántos judíos fueron asesinados por el régimen nazi? ¿Importa que no hayan sido exactamente seis millones? El Holocausto fue uno de los crímenes más monstruosos de la historia, más allá de cualquier cifra. Sin embargo, hay negacionistas del Holocausto que sostienen que al no poderse probar el número de los 6.000.000 de judíos asesinados tampoco se puede probar la existencia misma del Holocausto.

Si no se puede comprobar esa cifra ¿Por qué entonces se habla de 6 millones? Porque fue la primera estimación de la matanza que pudo hacerse cuando se tuvo conciencia del genocidio.

La cifra “seis millones” fue un símbolo del genocidio: de la masividad y de la brutalidad extrema que tuvo la masacre en contra de un pueblo. Desde ese punto de vista, la cifra no solo es real sino que es verdadera: significa un quiebre histórico en el adentramiento en el horror.

Exactamente lo mismo sucedió con los 30.000 desaparecidos de la Dictadura argentina. No hay pruebas de 30.000 desapariciones y nunca podremos saber cúantos fueron en realidad porque los militares destruyeron todos los archivos.

Igual que sucedió con los nazis, el número concreto no se conoce porque fueron los asesinos los que ocultaron las pruebas de la gigantesca matanza que realizaron, no porque las víctimas no hayan existido.

Exactamente lo mismo sucede con los negadores de la cifra de los 30.000 desaparecidos que lo que sucede con los negadores del Holocausto nazi: no es que les preocupa la precisión en un tema en el que es imposible lograr la precisión, sino que quieren reivindicar la Dictadura (como los otros a Hitler), pero no se atreven a decirlo abiertamente.

No hay ni una solo persona que discuta la cifra de los 30.000 desaparecidos (como no hay ni una sola persona que discuta los 6.000.000 de judíos asesinados por Hitler) que esté interesado en la “precisión matemática”.

Lo que quieren es político: defender a la Dictadura (o a Hitler). Seis millones de judíos o treinta mil desaparecidos son símbolos. Números de una situación inenarrable: el holocausto o el horror de la Dictadura. No tienen medición. La historia eligió esos números para significar la monstruosidad de la muerte en una escala que escapa a la razón humana, pero son atrocidades inmedibles porque el horror no tiene medida.

Toda discusión sobre los seis millones de judíos o sobre los 30.000 desaparecidos es una defensa del nazismo y de la Dictadura.

No sabemos con exactitud cuántos muertos hubo justamente porque la Dictadura fue la que se encargó de destruir todas las pruebas. Para que nadie pudiera saber siquiera cuántos fueron ni dónde estaban hasta ocultaron los cadáveres. Por eso no tenemos muertos, sino desaparecidos.

Una creación de la dictadura


Fue la Dictadura la que creó al desaparecido, aquel que no está ni muerto ni vivo. Fue una crueldad nueva, algo que ninguna otra dictadura anterior había logrado. Fue tan monstruoso que el mundo adoptó en castellano la palabra “desaparecido” para significar este horror más allá del límite: en todos los idiomas del planeta hoy se dice en castellano “desaparecido” cuando se produce un secuestro seguido de la desaparición de la persona; cuando no se puede encontrar el cuerpo, pero todo hace suponer que lo han asesinado.

Lo importante de la memoria histórica es recordar los horrores y las luchas por superar esos horrores porque son las que hacen avanzar ética y políticamente a las sociedades. A pesar de las pesadumbres y agobios del presente, tras 40 años de recuperación de la Democracia luego del horror que fue la Dictadura, han conformado una sociedad que sabe mejor cómo enfrentar los grandes desafíos que nos plantea la realidad.

En 1976, cuando faltaba relativamente poco para elegir un nuevo gobierno la inmensa mayoría de la sociedad sin embargo aceptó que los militares y un grupo de civiles derrocaran a la presidenta constitucional y entronizaran en el poder la brutalidad represiva como rutina y el saqueo como objetivo.

Hoy es casi imposible de imaginar que la sociedad argentina, a pesar del enorme desengaño que tenemos ante la incapacidad de la mayoría de las opciones políticas y ante la decadencia en la que se encuentra nuestro país, acepte una interrupción violenta del orden constitucional.

Esa resistencia ciudadana ante una posible dictadura surge de la memoria histórica duramente adquirida luego de años de dolor. No dejemos que el gris presente nos arrebate el futuro, como sucedió en un marzo de hace 47 años.


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