Un liderazgo cuestionado que niega la realidad


Cristina busca detentar el poder pero le escapa a la gestión y las ideas que propone como solución forman parte del problema.


Cristina Kirchner empujó a Martín Guzmán hasta la renuncia pero no tenía nada pensado para lo que vendría después? La pregunta sobrevuela todo el espacio de la política, obtiene respuestas provisorias y turbulentas desde la economía y ha comenzado a encender el pasto seco de la crisis social.

La salida del exministro operó potente foco. Terminó de iluminar para el gran público el tamaño del desbarajuste oficial. Quedó en claro que la conducción política del Gobierno quedó definitivamente en las manos de la vice; que ella busca detentar ese poder pero le escapa a la gestión, y que las ideas que propone como solución forman parte del problema.

Estas evidencias disparan otra, de máxima densidad política: la habilidad de la vice para la conducción estratégica está cuestionada por todo el arco político. Ya no se trata sólo del error que admite con ofuscación cada vez que le nombran a Alberto Fernández. Esta vez movió el tablero para sacar a Guzmán y lo que consiguió fue peor.

Todo esto equivale a decir algo más complejo: tal vez Cristina pensó que con sus clases de economía aportaba sólo su opinión sobre la crisis. En realidad puso en juego su liderazgo. Guzmán era el último amortiguador entre la crisis y la intención de la vice de irresponsabilizarse frente a la crisis. El último velo, ahora caído, en su juego de impostura: ser el gobierno a la hora de usufructuar sus beneficios; fingir oposición para eludir de sus problemas.

La economía de la gestión Batakis es la suma de las graves complicaciones que incubó Guzmán. La devaluación del peso sigue: la moneda nacional es un piano cayendo por la escalera. La reacción oficial es la negación de la realidad. Sigue multiplicando cepos y tipos de cambio.

Esa enorme pérdida de valor también se produjo en la deuda soberana. La cotización de los bonos argentinos cayó al nivel en el cual ya no son atractivos para inversores sino más bien para estudios jurídicos cuyo modelo de negocios es gestionar la ejecución de deuda mostrenca. El kirchnerismo ya tuvo su capítulo de derrota frente a los “fondos buitres”. Sin carroña, no hay buitres.


Tal vez Cristina pensó que con sus clases de economía aportaba sólo su opinión sobre la crisis. En realidad puso en juego su liderazgo.


Pero no sólo desde los mercados llegan las señales alarmantes sobre la crisis política del gobierno y los problemas de liderazgo de su conducción estratégica. El desorden económico tiene una traducción immediata para la sociedad en el índice de inflación. Su proyección por el momento indetenible hacia un registro interanual de tres dígitos provoca una inquietud social creciente.

Esa aflicción es mayor en los sectores de ingresos fijos. Los jubilados pierden mes a mes contra la inflación y no disponen de capacidad de activismo, movilización y protesta. No es el caso de las organizaciones de gerenciamiento paraestatal de los subsidios al desempleo y la pobreza. El piqueterismo de distinto pelaje advirtió que redoblará la presión no sólo para mantener la estructrura de asignación de subsidios y extorsión. También buscarán el salario básico universal.

En el mismo sentido han comenzado a desperezarse los sindicatos que compiten con los piqueteros por los beneficios del presupuesto público, el protagonismo en la calle y la influencia en el desarrollo de las estructuras políticas del oficialismo. Con todo, el mayor riesgo para el Gobierno es que unos y otros confluyan en una misma escena.

Hay otra corporación del oficialismo que observa con atención. Los gobernadores e intendentes apoyaron a Cristina contra Alberto hasta la eyección de Guzmán. Su escasa influencia en la dinámica posterior del oficialismo refleja la cautela principal que los guía: definir en el segundo semestre la variable central de su permanencia política. Esa variable no es otra que la fecha de las elecciones locales, despegadas del rumbo de un gobierno nacional al que ya consideran políticamente irrecuperable.

Siempre que no explote la calle, los principales referentes de la oposición tendrán tiempo hasta entonces para armonizar sus ideas frente a una crisis de una magnitud todavía desconocida.


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