Padres y educación: «Nos pusimos torpes»

Sostuvimos con ímpetu algunos meses intentando como malabaristas manejar nuestra angustia por nuestra propia exclusión, atentos a los contagios, preocupados por nuestros afectos. Pero, ¿qué estamos haciendo con los más chicos? Una reflexión de la psicopedagoga cipoleña Laura Collavini.

Laura Collavini
lauracollavini@hotmail.com

Nos pusimos torpes. Doy fe. Por mí y por el entorno. Por los padres amigos y por mis consultantes. Lo aseguro. Manifiesto de la complejidad de tramitar esta angustia. Torpes y muchas veces violentos.
Sabemos lidiar con una fiebre alta, podemos quedarnos un par de noches con poco sueño, conocemos de caprichos, de algunas angustias, del miedo a la oscuridad, de dormir como caracoles o duros como ramas porque se pasan a la noche de cama y nos vence el sueño. Conocemos de peleas entre amigos y entre hermanos. De estar pendientes si comen mucho, poco o mal. Del lavado de dientes y de algunos deseos. Claro que sabemos y podemos enfrentarnos a todo esto y más ¿Pero… cómo se hace para sostener nuestra propia angustia de saber que nuestros hijos están excluidos del sistema?


Lo sostuvimos con ímpetu algunos meses intentando como malabaristas manejar nuestra angustia por nuestra propia exclusión, atentos a los contagios, preocupados por nuestros afectos, haciendo la tarea, limpiando la casa y ver si había un mañana. Les explicamos una y mil veces la importancia del lavado de manos.
Cuando se pudo empezar a ver el sol en las calles les dimos mil clases acerca de la importancia de la distancia social y el uso del barbijo. Preparamos las bicicletas y armamos caminatas.


Nos encontramos con roles y funciones que no conocíamos y sin duda ser maestros de nuestros hijos fue y es el punto de mayor desesperación. Los chic@s quejándose con razón: “No entiendo”; “Es más fácil en el colegio con mis compañeros”; “Estoy todo el día encerrad@”; “No sé qué más querés que haga” “No tengo internet”, “No me escuchan”; “la seño no me contesta”, “No quiero estudiar más”; “Vayámonos del país”, “Para qué voy a entregar si no leen”; “No me responde la profe”; “No explica”…”No sé qué hacer”
Mi lista sigue entre todo lo que fui escuchando en este tiempo, también del otro lado…

“No soy maestra”; “No sé cómo enseñarle”; “L@ llenan de tarea”; “No me da bolilla” “Me saca de las casillas”; “Todo el tiempo dice no sé”; “Aprendió a hacerlo sol@ no sé cómo”; “¿Cómo van a aprobar?” “No hace nada en todo el día”; “Dice que no quiere estudiar más”; “¿Cómo van a regresar?”


¿Qué hacemos con esto?
Niñ@s que retrocedieron en su desarrollo, volvieron a la cama de los padres; niñ@s que no ven a sus afectos y que tienen miedo de salir a la calle. Sobrepeso, falta de palabras, ausencia de contacto con otros lleva como consecuencia mayores peleas y contacto violento. Un año con nuevos aprendizajes y mucha angustia. Con juguetes que se usaron mil veces, con pantallas colapsadas e hiper acomodación de los chic@s que aun no se llega a dimensionar las consecuencias.


Deserción escolar, en los profesorados y en las universidades. Ausencia de políticas educativas. Ausencia de protocolos acordes. Padres desbordados. ¿Qué consecuencia trae? Síntomas orgánicos, violencia familiar, social.
Las relaciones familiares se friccionaron. Pudieron sobrevivir mejor aquellas que tomaron como modo de relación las herramientas de simbolización que trae el arte y los deportes(cuando fue posible). La actividad lúdica va tomando más jerarquía en la balanza de la salud mental.

¿Y ahora qué? Consultas a psicólogos y psicopedagogos. Llanto y desconcierto. Padres movilizados pidiendo por sus hij@s. Por el derecho a estudiar, por ser incluidos en el sistema. Porque si de riesgos se trata y de exposición, podemos hablar de enfermeros, médicos, choferes de medios de transporte, supermercadistas, etc. Etc. Si de trabajo de riesgo se trata no se habla de niñez, no se habla de educación. Si se pone en la misma balanza el riego con la niñez es que jamás importó la infancia.
Y alzar la voz es poner palabras, es transitar la angustia, es hacer que ese nudo en la garganta tenga un sentido positivo.

Porque esa sensación de opresión no se calma con los gritos a la infancia que ya no tienen herramientas para salir. No se calma con insultos al aire. La tarea que debemos manejar con los síntomas es encontrarle el sentido y enfocar para darle una salida. Es transformar la impotencia en potencia de acción, limpia, educada, con forma clara y objetivo concreto.
Si el enojo es porque ya no sabés que hacer con tu hij@ en casa, la solución no es retarlo porque ejerce su niñez con ruidos y desorden. Es buscar las formas para que se sienta incluido en un sistema.
Podemos bajar la ansiedad que nos generó toda esta situación y acompañarlos a sentirse seguros de sí mismos.


Valoremos sus tareas, su capacidad de acomodarse a todo esto. Diseñemos entre ambas partes una salida paulatina.


Sugerencias:


Evitar los gritos en casa.

Pensar qué se quiere decir y buscar momentos para decirlo sin insultos ni ironías.

Conversar en casa de los sentimientos. Dejar paso al llanto si es necesario.

Permitir que los chic@s digan qué cosas no les gusta de nosotros, qué les gustaría que modifiquemos.

Buscar espacios para que todos los integrantes de la familia puedan realizar actividades al aire libre.
Organizar encuentros con amigos en forma cuidada.


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