Panorama cambiante
Lo mismo que muchos otros gobiernos, el encabezado por el presidente Néstor Kirchner parece dar por descontado que, siempre y cuando el país siga creciendo a un ritmo adecuado, se crearán suficientes fuentes de trabajo como para solucionar el problema gravísimo que le ha supuesto la desocupación masiva. Por desgracia, no existe ninguna garantía de que ello suceda. Es que tanto aquí como en otras partes del mundo, la evolución constante de los modos de producción y el papel cada vez mayor de las actividades relacionadas con los servicios han debilitado el vínculo antes considerado directo entre el crecimiento económico, por un lado, y la tasa de desempleo, por otro. Como acaba de confirmarlo un informe de la consultora norteamericana Alliance Capital, entre 1995 y el 2002 se produjo una caída notable, del 15%, de los puestos de trabajo en la industria, incluso en China, país que en el mismo período disfrutó de una expansión vertiginosa que ya ha modificado el balance internacional de poder económico, mientras que en los dos países más exitosos del llamado G7, Estados Unidos y el Reino Unido, la “destrucción” de tales empleos alcanzó el 11,3% y el 12,4% respectivamente. El que en los dos países los cambios registrados por Alliance Capital no se hayan traducido en un aumento similar de la cantidad de personas sin trabajo se debió sin duda a la “flexibilidad” de su legislación laboral, la que, a diferencia de la típica de sociedades que desde hace muchos años han soportado un nivel muy alto de desocupación “estructural”, ha permitido que los asalariados se adaptaran con cierta rapidez a las nuevas circunstancias.
Para los países de América Latina, la “desindustrialización” -fenómeno que por paradójico que parezca coincidió con un aumento espectacular de la producción industrial en los países más afectados- resultó ser un desafío muy difícil. Aunque la región nunca se ha hecho notar por la productividad de sus fábricas, a través de los años se ha consolidado un consenso en el sentido de que el desarrollo es sinónimo de la proliferación de industrias tradicionales. Por lo tanto, en América Latina son aún más fuertes que en otras zonas del mundo las presiones conservadoras de sindicalistas, políticos y lobbistas que quisieran frenar un proceso de cambio que, bien que mal, es a un tiempo universal y, en vista del avance incesante de la tecnología, lógico. Tal actitud puede entenderse, pero no puede ser sino contraproducente, porque hoy en día la industria no está en condiciones de suministrar los millones de puestos de trabajo necesarios para que la desocupación masiva deje de ser un flagelo, mientras que la insistencia en anteponer la creación de empleo a la productividad, lo que a menudo supone su eliminación, sólo puede servir para consolidar el atraso.
Ante esta realidad, es claramente necesario que el gobierno, las universidades y las entidades privadas hagan un esfuerzo serio por prever cómo será el mercado laboral en los próximos años, tomando en cuenta tanto la experiencia internacional como las necesidades nacionales, para que sea posible preparar a la población, sobre todo a los jóvenes, para lo que le esperará. Aunque siempre habrá puestos de trabajo en la industria, ellos propenderán a exigir una capacitación profesional cada vez más sofisticada, lo que plantea el riesgo de que en el caso de que el país lograra crecer con vigor tuviera que importar mano de obra especializada a pesar de que la tasa de desocupación local siguiera siendo elevadísima. Asimismo, tendremos que reconocer que, a menos que la calidad de la educación mejore mucho, una franja importante de la población será apenas empleable en una economía relativamente desarrollada. Sin embargo, en la actualidad sería casi imposible intentar analizar con objetividad las perspectivas laborales frente al país, debido a que los compromisos ideológicos de muchos economistas, políticos y otros, además de los intereses bien concretos de sindicalistas y representantes de distintos sectores “productivos”, harían que la tentación de llevar agua al molino propio resultara ser tan fuerte que sería de prever que la mayoría pensará menos en el futuro de sus compatriotas que en lo que, por los motivos que fueran, más le conviniera.
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