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Redacción

Por Redacción

palimpsestos

Néstor Tkaczek

ntkaczek@hotmail.com

Dicen que la imagen que tenemos de nosotros mismos difiere bastante de la que los demás han forjado sobre nosotros, ya sea la imagen física como también la imagen sicológica, por llamarla de alguna manera. En ambas siempre hay una distancia que no me atrevo a mensurar; pero que es importante porque nos hace estar entre la borrosa sensatez o en el precipicio del ridículo. Claro, muchas veces nos vemos mejor de lo que somos y nuestro devenir cotidiano en el trabajo, en los estudios, en las relaciones nos muestran tarde o temprano que no somos lo que creíamos; sino una versión un poco más devaluada. Esto nos lleva o bien a deprimirnos o bien a trabajar para mejorarnos y así alcanzar ese ideal que perseguimos. También tenemos otro caso, aquel en el que la distancia entre las imágenes propias y las de los demás se parece a la que media entre las costas del Atlántico o cuando menos las del Mediterráneo. En ese caso nuestro divorcio con la realidad y con la sensatez desemboca en el ridículo, como te decía hace unas frases. Y no es un caso extremo, te habrás topado con estos personajes que creen que la evolución de la especie humana culmina con ellos o ellas, y que el sustantivo autocrítica es un concepto que se ha inventado para los demás. En muchos casos son patéticos, sin embargo en otros suelen ser peligrosos e irritantes ya que por avatares de la vida, consiguen ser “exitosos” según la lógica del capitalismo actual.

No les dedicaré más tinta a esta especie y me concentraré en aquellos en los que el desfasaje aparece de vez en cuando y nos pega una pequeña puñalada en el corazón. Tampoco consideraré a aquellas personas que tienen la imagen de sí mismas aplastada cual chicle en la goma de las zapatillas, esas las dejaremos para que trabajen los sicólogos, a ver si luego demandan por ejercicio ilegal de la profesión.

Digo que la que interesa es la que nos construimos (con cierta lógica) cotidianamente, la que armamos frente al espejo cada mañana antes de salir de casa, esa que nos obliga a mirarnos y remirarnos apenas vemos un vidrio luego de encontrarnos con un conocido o conocida de lejanos tiempos, y vemos los estragos que la vida ha hecho en su anatomía. Y la duda que se instala y uno se pregunta: ¿Me veré igual yo? O cuando nos dan más edad de la que tenemos (sensación de alarma) o bien menos años (sensación de orgullo), o nos dicen qué flacos estamos (y uno piensa que quien lo dice tiene problemas de miopía), o que estamos gordos cuando creíamos que teníamos la misma figurilla de hace quince años atrás. Estas son las pruebas patentes del divorcio que existe entre cómo me veo y cómo nos ven.

Pero dejemos la parte estética y vayamos a la otra. Si hay algo fundamental es la consideración que tenemos de nosotros mismos, porque de ella dependen todos nuestros intentos y pruebas a realizar; de ella depende si aspiraré a esa mujer imposible, a ese trabajo tan disputado por muchos, a ese proyecto tan difícil, a esos estudios, etc. Los hechos luego se encargarán de calibrar si nuestra consideración era desmedida o no. Es posible que nuestra aspiración sea casi incompatible con lo que somos, es posible que nos demos cuenta y no lo intentemos, es posible que no. Sé que no podré ser jamás un empresario exitoso, o un vendedor implacable y sé que si lo intento seguramente terminaré en fracaso. Pero claro, quién no ha soñado con algo grande, quién no ha tenido el “afán”, eso que tienen los simples y rutinarios personajes de las novelas de Luis Landero, quién…

¡Huy! Se me terminó el espacio y ni siquiera hablé del porqué del título…a la manera de un recurso de folletín te debo la explicación para la semana que viene.


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