Pelucas que alivian el dolor de las personas con cáncer

La caída del cabello es la consecuencia más visible de la quimioterapia y genera un fuerte impacto emocional en los pacientes. La fundación SENO cuenta con un taller donde las elabora y entrega gratuitamente mientras dura el tratamiento.

Cuando María Cristina Ríos terminó la primera quimioterapia el médico le dijo:

-Yo te pido que llegues a tu casa, lo pienses y te cortes el pelo, no quiero que te lleves una desilusión cuando vayas a bañarte.

“Al otro día fue automático, yo lo tenía largo, entré al baño, me bañé, nada. Duro como una cola de caballo. Me corté cortito. Después voy a hacerme la segunda quimio y el doctor me dijo: ‘Cristina, no. Andá y pelate’. En la semana hice todo. Pregunté si tenían el número de la fundación SENO y me dijeron que sí”, relata.

Me parece un gesto hermoso. Escribí al teléfono y me contestaron enseguida, coordinamos. Fui a la fundación y me recibieron rebién”.

Julieta Di Serio es una de las personas que donó cabello.

Cristina ya finalizó su tratamiento en el hospital Castro Rendón. “Es una maravilla de gente, los enfermeros, los doctores, cómo te tratan”, repite. El cabello está creciendo, se le asoma. “Yo nunca me hice drama por mi enfermedad, siempre estuve tranquila. Sino que yo lloraba por mi pelo, y eso me tenía mal. En SENO la atención fue espectacular. Varias pelucas me dieron. Vero es lo más que hay, se preocupa mucho, pero mucho, tiene calidad humana”, asegura.

Vero es Verónica Fernández, hija de Marisa Valdebenito, creadora de la fundación, y el motor del taller donde se confeccionan las pelucas para entregárselas a pacientes oncológicos. Allí se reciben las donaciones de cabello. En un año y medio ya llevan hechas 38.

Se preocupan un montón para que vos te sientas bien, quedó una relación muy bonita. Cuando me sane voy a ir a trabajar a la fundación”.

María Cristina Ríos terminó su tratamiento y piensa en ser voluntaria.

“En el 2015 tuvimos una nena que cumplía 15 años y salimos a solicitar una peluca, nos prestaron una muy fea y ella prefirió un turbante. Esa fue la situación que a mí me conmovió”, señala Verónica, que es tan amable como la describió Cristina. Está al pie de la máquina de coser ubicada debajo de una ventana, en la sede de Pelagati 1006, del barrio Belgrano. “Una peluca lleva más o menos 6 o 7 donaciones. Nosotras hacemos una selección: castaños porosos, castaños lacios, toda esa selección la vamos haciendo a medida que vamos trabajando. Una peluca tarda en hacerse entre 80 y 100 horas. Prácticamente toda una semana. Lo que más tiempo lleva es el armado de las cortinas. Se dan en calidad de préstamo y la demanda es mucha. Si hay stock les decimos que vengan enseguida a probarse”, explica.

Después que se va la paciente por ahí quedamos todas con un nudo en la garganta, y ahí preparamos mate. No es que no nos afecte, todas tenemos una experiencia”.

Verónica Fernández, integrante de la fundación SENO.

Todos los lunes, de 9 a 17 horas, Verónica y cinco mujeres cortan y enhebran. “Las chicas que vienen al taller lo hacen ad honorem, es colaboración pura. Nada más que siempre digo que a la gente que hace estos actos solidarios la une algo y todas tuvieron una experiencia, todos tienen algo vivido que las motivó a seguir”, afirma.

Dar, armar y recibir

Julieta Di Serio se enteró de que había un lugar en Neuquén capital donde podía donar sus rulos y hasta allí fue. “No sabía cuánto era el mínimo, además el rulo viste que se encoge. A mí me encanta hacer estas cosas. Ellas me mostraron un montón de pelucas”, indica.

Están quienes dan como Julieta, quienes arman como Verónica y quienes reciben como Cristina y otros tantos cuerpos dolientes. En ese círculo también se cuelan risas, porque no hay oscuridad completa. Ni siquiera en el abismo. “Tratamos de aligerar todo. Es un momento que pasan por la puerta, entramos en confianza y ya está. Cuando entran les digo: “Vivo viendo peladas, así que tranquilas, no va a ser algo que me llame la atención”. Por ahí vienen entre amigas, eligen la peluca y dicen: “Esta es mejor que lo que tenías antes”, “Están esos momentos lindos”, agrega Verónica.

María Cristina se emociona cuando habla de que su hijo de 30 años la cuidó, al punto tal de raparse para equiparar la carga. “Estamos los dos peladitos”, le decía. Ella está decidida. Ni bien se sienta mejor irá a dar una mano a la fundación: “Mucha gente va a la peluquería, se corta y no piensa donarlo. Que piensen en la otra gente que está enferma, porque hay chicos, hay de todo, y no todos aceptamos quedarnos sin cabello”.

Una peluca con cabello natural lleva en promedio entre 80 y 100 horas de trabajo. Foto: Florencia Salto

“Me pelo, así estamos los dos iguales”

“La fundación es por mi hermano. Viví con él la pérdida del cabello. Yo dije: me pelo así estamos los dos iguales. No se te ocurre la peluca, no se te ocurre nada. Es automático, yo creo que todos nos íbamos a pelar si Ezequiel nos decía que nos peláramos. Menos mal que no quiso”, cuenta Verónica. Sonreímos.

-¿Qué significa para una persona que pierde el pelo durante el tratamiento tener una peluca? Parece algo menor en comparación al dolor físico.

-Hace diez años que estamos con la fundación y hace mucho tiempo que venimos tratando con los pacientes, y sabemos que el 80% del tratamiento es estar bien emocionalmente. Uno de los impactos más grandes que tiene el paciente es cuando se le cae el pelo. No es ni el diagnóstico, no es arrancar con la quimioterapia, sino cuando se empieza a caer el pelo. Mirarnos al espejo es lo primero que hacemos en la mañana, hacernos el rodete, peinarnos. Cuesta donarlo porque es algo que vos cuidas siempre y perderlo así de golpe es el impacto más grande. Te levantás y tenés media cabeza en la almohada. Yo siempre recomiendo que una vez que empieza la caída de pelo se rapen, porque el cuentagotas es peor.


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