Personaje: «El Brasilero», un chapista infatigable en Luis Beltrán

Es italiano y huyó de la segunda guerra mundial para instalarse en Brasil, donde formó familia. Luego se vinieron a Luis Beltrán, donde montó el taller . Su orgullo es haber podido darle estudio a sus hijos.

¿Por dónde empezamos? Luciano y su ojo clínico. Aquí haciendo cálculos para rearmar una trompa dañada.

Nació en Italia en 1938, en un pueblo llamado Foiano De Val Forture, en la provincia de Benevento, a 50 kilómetros de Nápoles. Los bombardeos de la segunda guerra mundial fueron la cortina musical de su infancia. Como eran muchos hermanos, aprendió a trabajar rápido y a los 5 años ya era pastor de pécora (ovejas).

Luciano Del Grosso rememora hoy en su taller de chapa y pintura de Luis Beltrán aquellos ruidos de la guerra. Cuando pasaban los aviones y ellos salían disparados de la casa para esconderse bajo árboles, por miedo a los bombardeos. “Íbamos de uno en uno para tratar de que no nos vieran. Mi abuelo me tomaba de la mano y subíamos una colina para ver pasar las tropas. Desde allí veíamos caer las bombas”, cuenta el chapista.

En 1950 Luciano tenía 12 años cuando junto a su padre emigraron desde Italia a Brasil. Su mamá y hermanos se quedaron porque no alcanzaba el dinero para los pasajes en barco. Trabajaron muy duro en los campos durante dos años, hasta juntar el dinero para poder reunir otra vez a la familia, ahora en suelo sudamericano.

En el taller trabajo sólo en la parte de chapa. En pintura me acompaña Daniel Pérez, uno de los pocos que entiende lo que hablo… Lo veo como a un hijo»

Luciano Del Grosso

Se instalaron en la ciudad, en Apucarana, en el estado de Paraná. Su padre compró un negocio chiquito y Luciano empezó a trabajar a un taller desde bien abajo: barriendo el piso. No era específicamente un taller de chapa y pintura. Allí arreglaban la suspensión y elásticos de camiones, hacían soldadura y otras reparaciones.

“Trabajaba sin ganar sueldo -aclara el chapista- sólo para aprender una profesión”.

Luego volvió a las tareas junto a su padre y en varios emprendimientos. Primero con la venta de leña que compraban en los campos y colocaban en la ciudad. Pero surgieron las garrafas, las cocinas a gas… y el negocio se vino a pique. Decidieron poner una fábrica de bloques. Hasta que Luciano se empleó como chofer en una concesionaria de autos de la Volkswagen.

En esa época ya estaba casado con Ana, una inmigrante española, y habían nacido tres de sus cuatro hijos.

Luciano y Ana, con el abrazo gigante de todos sus hijos: Antonio, Fernando, Zelia (los tres brasileros) y Luciana (argentina)

Con el afán de progreso como bandera y su energía desbordante, Luciano le pidió un día un aumento de sueldo a su patrón. Y éste le respondió que como chofer no le podía pagar más, pero si se animaba a hacer otro trabajo más rentable para la empresa, podría ganar mejor. Como el aprendiz había tenido experiencia en trabajos de herrería le dijo que quería probar como chapista. En cinco meses se convirtió en el obrero más detallista de la concesionaria Volkswagen.

«Recuerdo a mi papá en su camión en Brasil, haciendo todo tipo de fletes. Me llevaba en la cabina. Un día de calor paró en un mercadito y me compró un sombrero de paja, tipo cubano».

Antonio Del Grosso, el hijo mayor.

Como los suegros de Luciano se habían venido a vivir a la Argentina, a Luis Beltrán, en unas vacaciones vinieron a visitarlos. Surgió la oportunidad de hacer unos trabajos en el pueblo. “Nenucho” Fernández le prestó el taller mecánico, y allí le enderezó algunos bollos a su Falcón, además de otros trabajos con otros autos. En esos años, Beltrán no tenía un chapista.

En 1972 los Del Grosso dejan Brasil y se instalan en Beltrán. Luciano trabajó unos meses en lo de “Nenucho” pero se sentía con poco espacio. Hasta que Miguel Tozzi y su suegro Carcioffi le ofrecieron ir a trabajar a Lamarque. Allí estuvo un par de años, hasta que en el año 1974 terminó su propio taller en Luis Beltrán, donde hoy trabaja con la misma intensidad y perfección.

El histórico taller de chapa y pintura de «El Brasilero» en Luis Beltrán. Miles de autos pasaron por allí, para volver a mejor vida.

¿Qué hará con su taller cuando se retire?. Esa la pregunta que se hacen todos lo que lo conocen. Y Luciano no anda con vueltas. Explica que con casi 83 años nunca le pasó por su cabeza dejar de trabajar.

Todos los días de la semana viaja en el auto desde su casa en Choele hasta Beltrán para enderezar autos chocados. Sus hijos sonríen y con mucho orgullo y picardía dicen que a Luciano “ni la pandemia lo detiene”.


Cocoliche y Portuñol


Luciano con pinta de musiquero. La foto es de sus años mozos en Apucarana, Brasil, cuando no llegaba a los 20 años. El acordeón y la música que aprendió en Italia siempre estuvieron presentes.

Las «barreras idiomáticas» y su dicción enredada nunca fueron un problema para el chapista que hizo de Beltrán su territorio, Sus clientes vienen de distintos puntos del Valle Medio y la provincia y pese al cocoliche portuñol que sale de boca de Luciano, siempre llegan a un buen entendimiento. El trabajo y la fecha de entrega del auto “a nuevo”, siempre es cuestión de palabra para Del Grosso.


“Veo a los autos como si fuera un médico”


Lija sobre el panel interior de una puerta. Luciano trabaja de modo artesanal, con su intuición como gran compañía. Dice que cada auto es un desafío diferente y que no hay dos choques iguales.

-¿Cuál es el secreto para enderezar un auto y dejarlo bien presentado?

-Se trata de hacer lo que a uno le gusta. Cada auto es un desafío diferente. Yo los veo como un médico ve a su paciente, que lo tiene que recuperar y ponerlo bien lo antes posible. Mi forma de hacerlo es con cálculos y mediciones, que deben ser lo más exactas posibles. Las hago con métodos tradicionales: uso cinta métrica, cálculos mentales, escuadra, tensores hidráulicos y manuales. Mi trabajo es casi por instinto…muy artesanal. 

– ¿Cuál fue el arreglo más bravo que le tocó?

– Con tantos años de profesión hubo muchos autos, pero con paciencia logro dejarlos como a mí me gusta. Lo mejor posible y en el menor tiempo que se pueda. Para mí es muy importante la palabra dada y el compromiso asumido.

Una vez tuve que remodelar un Ford  Fairlane  en coche fúnebre para la familia Seleme, cuando tenían una funeraria.

-¿Cómo es su día a día?

-Me levanto a las 7, desayuno con mi esposa Ana y casi todos los días vienen nuestros hijos a visitarnos (menos Antonio, el  mayor que vive en Brasil). Después salgo para el taller a las 12,30, vuelvo Choele a almorzar, duermo una hora de siesta y a las 14, 30 parto para Beltrán otra vez a seguir con el trabajo, hasta las 19,30.

Como hace casi 50 años voy al taller todos los días, incluso algún feriado también si tengo que entregar algún trabajo en fecha pactada. En el taller trabajo solo en la parte de chapa. En pintura ma ayuda Daniel Pérez, uno de los pocos que entiende mi idioma raro, mezcla de italiano, portugués y castellano.  Daniel comenzó desde muy pequeño, nos llevamos muy bien, somos muy parecidos porque tiene la cultura del trabajo. Es mi compañero de todos los días y lo veo como a un hijo.

– ¿Qué le gusta hacer cuando no trabaja?

– El único día que no trabajo es el domingo. Ese día leo el diario, escucho música, por lo general la de mi juventud. Y también me gusta tocar el acordeón y andar en moto.

El equilibrio ante todo. Ana y sus hijos ya están acostumbrados a la energía constante de Luciano. Cada tanto sale de paseo en su moto color River Plate.

No me quedo quieto. El día que estoy en casa siempre encuentro algún arreglo para hacer.

Mi trabajo me permitió darles estudios a mis cuatro hijos. Eso me enorgullece porque yo tuve que trabajar desde muy chico para ayudar a mi familia.

–   ¿Cómo está compuesta su familia?

–  Mi esposa Ana y cuatro hijos: Antonio que es piloto de avión, Fernando que es el único que siguió en mi rubro, ya que tiene un negocio de autopartes, Zelia que es Radióloga, Luciana es docente y tengo 11 nietos. El mayor tiene 30 años y la más chiquita 5.

–  ¿Qué cosas le gustan de Beltrán?

– Su gente ante todo. Tuvimos un buen recibimiento cuando llegamos de Brasil. Siempre me hicieron sentir del pueblo. Mis hijos tuvieron una infancia y adolescencia muy feliz. Beltrán me dio la posibilidad de vivir de lo que me gusta y darles un futuro a mis hijos.


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