Precursora en ciencias… y en la actividad física

Marie Curie

MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)

Marie Curie fue una pionera sin par. No sólo fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel y la única en recibir dos, sino también la primera en licenciarse en Ciencias en La Sorbona, en doctorarse en Francia y en ser enterrada en el panteón de los hombres ilustres de París. Nació en 1867 en Varsovia bajo el nombre de Maya Solodowska, aunque todos la llamaban Manya. Al llegar a París en 1894 cambió su denominación por Marie. Se casó con el físico galo Pierre Curie en 1895. Con el dinero proveniente de la boda compraron dos bicicletas y su luna de miel consistió en recorrer juntos buena parte de la geografía francesa. En el año 1903 fue distinguida junto a su esposo con el Premio Nobel de Física por sus estudios sobre el fenómeno de la radiación. Fue madre de dos niñas Irene (1897-1956) y Eve (1904-2007), dedicándose a la casa y a su modesto laboratorio con igual entrega. Eran tiempos difíciles donde la mujer era ignorada en materia científica y sus aportes aprovechados por hombres sin escrúpulos de su entorno. Tal como sucedió luego con Lise Meitner, quien ayudó a descubrir la fisión nuclear, Jocelyn Bell, quien estudió los púlsares, y Rosalind Franklin, quien sin desvanecer se dedicó a investigar los fundamentos de la estructura molecular del ADN. Sin embargo, a ninguna de ellas se les reconoció mérito alguno. No sólo tal adversidad social debió atravesar madame Curie, ya que también la tragedia personal golpeó a su puerta. Fue en abril de 1906 cuando su marido Pierre falleció intempestivamente al ser atropellado por un carruaje. La súbita desaparición de su cónyuge la vapuleó emocionalmente, tanto que llegó a redactar una veintena de desgarradoras cartas dirigidas a su pareja muerta. Misivas tan llenas de culpa y de dolor que fueron fuente de inspiración para que Rosa Montero diera rienda suelta a su florida pluma en su libro “La ridícula idea de no volver a verte”. Con sólo 38 años, viuda y con dos hijas muy pequeñas, rechazó una pensión vitalicia para poder así proseguir con sus estudios y con la cátedra que dejara su compañero en La Sorbona. Así Marie fue la primera dama en dictar una clase pública en tan prestigiosos claustros. En 1911 ganó su segundo Premio Nobel, esta vez de Química, por el descubrimiento del polonio –nombre elegido en honor a su país de origen– y el radio. Su hija mayor Irene fue quien prosiguió estoicamente los pasos de sus padres. A tal punto que en el año 1932 fue la segunda mujer en el mundo, luego de su madre, en alzarse con el más alto galardón de la academia sueca. Los retratos serios y hasta ceñudos de Marie Curie reflejan la imagen de una mujer que siempre dio batalla. Su amigo Albert Einstein reconoció su inteligencia aunque le reprochó el expresar sus sentimientos, sólo para despotricar sobre aquello que no le gustaba. En la biografía que le dedicó su hija Eve, la autora dijo sobre su madre: “La sostenía una voluntad de hierro, un gusto maníaco por la perfección y una increíble testarudez”. En 1995 fue homenajeada por el presidente francés François Mitterrand, quien destacó los méritos propios de la científica en épocas donde el machismo no sabía de concesiones. Quizás su costado más desconocido haya sido el ser una ferviente defensora de la actividad física. Andaba permanentemente en bicicleta, subía montañas, nadaba, obligaba a sus hijas a hacer gimnasia. Tan es así que instaló en su jardín una barra con anillas y una cuerda con nudos para que las niñas se ejercitaran. Durante los cuatro años que estudió en La Sorbona se alimentó a base de pan, chocolate, huevos, semillas y frutas. Falleció el 4 de julio de 1934 a los 67 años. Su carta de defunción rezaba: anemia aplásica perniciosa, aunque sus últimos estudios evidenciaban una médula corroída por las consecuencias devastadoras de la radiación. Efecto nocivo que tanto Marie como Pierre, a pesar de su particular enjundia, jamás habrían de admitir. Cuenta la leyenda que aun en tal estado, apenas dos meses antes de morir, la asombrosa polaca fue a patinar junto a su hija a una estación de esquí. ¿Qué pensaría hoy Marie Curie si por algún instante volviera a la vida? ¿Qué pasaría por la mente de alguien que tanto luchó, desde su esfuerzo, por vivir en una sociedad de iguales? ¿Qué diría al ver que tantas enfermedades pueden ser controladas y curadas a partir de sus descubrimientos? Pagaría por ver su expresión al advertir mujeres gobernando países, gerenciando empresas y poblando facultades y gimnasios. Seguramente una sonrisa discreta y complaciente se dibujaría en su rostro. (*) Abogado. Profesor nacional de Educación Física


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