Recuperación y empleo

Conforme a las estadísticas más recientes, con la excepción de España, todos los países grandes han logrado salir de la recesión que fue desatada por la debacle financiera del 2008, pero la reanudación del crecimiento no ha servido de consuelo para las decenas de millones de personas en Europa y Estados Unidos que no pueden encontrar trabajo. Antes bien, debería serles motivo de preocupación porque significa que son prescindibles. Aunque en su conjunto las economías de los países ricos producen tanto como en vísperas del colapso, lo hacen sin el aporte de la misma cantidad de trabajadores. Que éste sea el caso es lógico. Como suele suceder cuando las condiciones económicas se ponen más duras, muchos empresarios han reaccionado ante la crisis eliminando empleos con el propósito de reducir al mínimo sus costos, pero esto no quiere decir que en cuanto mejore el clima de negocios se hagan menos sombrías las perspectivas frente a los desocupados, ya que hoy en día la eficiencia depende cada vez más de factores como el progreso tecnológico y la imaginación comercial, con el resultado de que, como sucede en las empresas que dependen de la informática, un puñado de personas capacitadas puede producir más riqueza que miles que carecen de las cualidades apropiadas. Asimismo, en los países donde los salarios son altos, se ha hecho irresistible la tentación de trasladar el trabajo rutinario en fábricas e incluso en oficinas a lugares en el Tercer Mundo en que los costos laborales son menores, tendencia ésta que no parece haberse modificado a raíz de la recesión. He aquí un motivo por el que en las décadas últimas se ha ampliado la brecha entre una elite occidental óptimamente remunerada y los obreros no calificados cuyos ingresos apenas han aumentado desde comienzos de los años setenta del siglo pasado. El drama de la desocupación se ha hecho sentir con fuerza especial en Estados Unidos y la Unión Europea, donde ronda el 10%, alcanzando el 20% en España. No es que la situación sea menos preocupante en Asia, África y América Latina, sino que en el mundo desarrollado la mayoría suponía que siempre habría trabajo para virtualmente todos y por lo tanto no vacilaba en endeudarse, lo que posibilitó el boom de consumo que por un rato hizo que casi todas las regiones del planeta crecieran a un ritmo sin precedentes. En los países ricos, los sistemas educativos prepararon a una generación de jóvenes para un mundo poco exigente en el que les sería dado elegir entre una variedad de carreras distintas que les asegurarían un futuro relativamente cómodo, pero cuando intentaron ubicarse en el mercado laboral encontraron que nadie tenía interés en emplearlos. Como resultado, en algunas partes de Europa la tasa de desempleo para quienes tienen menos de 26 años supera el 40%. Entre los más golpeados están los que han conseguido completar sus estudios universitarios sólo para descubrir que los diplomas que tanto esfuerzo les han costado no sirven para garantizarles nada. Hasta ahora, los programas de ayuda social de Europa y Estados Unidos han resultado ser lo bastante generosos como para amortiguar el impacto de la desocupación masiva, pero de prolongarse la situación actual llegará el día en que sea imposible mantenerlos. No sólo en Grecia, España y Portugal sino también, si bien de forma menos frontal, en Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania, los gobiernos respectivos están viéndose presionados para que reduzcan drásticamente el gasto social, pero no quieren hacerlo por miedo a las consecuencias, ya que saben muy bien lo peligroso que sería permitir que se consolidara una nueva clase de excluidos conformada por jóvenes que tuvieran motivos de sobra para sentirse víctimas de una estafa despiadada. Aunque hasta ahora, fuera de Grecia no se han producido muchos disturbios protagonizados por jóvenes frustrados por la diferencia insalvable entre expectativas que hace un par de años les parecían razonables, cuando no modestas, por un lado y la dura realidad por el otro, se teme que pronto se agote la paciencia de los reacios a resignarse a la vida al borde de la miseria que, a menos que la recuperación económica resulte ser mucho más vigorosa de lo que prevén hasta los más optimistas, es lo que les aguarda.


Conforme a las estadísticas más recientes, con la excepción de España, todos los países grandes han logrado salir de la recesión que fue desatada por la debacle financiera del 2008, pero la reanudación del crecimiento no ha servido de consuelo para las decenas de millones de personas en Europa y Estados Unidos que no pueden encontrar trabajo. Antes bien, debería serles motivo de preocupación porque significa que son prescindibles. Aunque en su conjunto las economías de los países ricos producen tanto como en vísperas del colapso, lo hacen sin el aporte de la misma cantidad de trabajadores. Que éste sea el caso es lógico. Como suele suceder cuando las condiciones económicas se ponen más duras, muchos empresarios han reaccionado ante la crisis eliminando empleos con el propósito de reducir al mínimo sus costos, pero esto no quiere decir que en cuanto mejore el clima de negocios se hagan menos sombrías las perspectivas frente a los desocupados, ya que hoy en día la eficiencia depende cada vez más de factores como el progreso tecnológico y la imaginación comercial, con el resultado de que, como sucede en las empresas que dependen de la informática, un puñado de personas capacitadas puede producir más riqueza que miles que carecen de las cualidades apropiadas. Asimismo, en los países donde los salarios son altos, se ha hecho irresistible la tentación de trasladar el trabajo rutinario en fábricas e incluso en oficinas a lugares en el Tercer Mundo en que los costos laborales son menores, tendencia ésta que no parece haberse modificado a raíz de la recesión. He aquí un motivo por el que en las décadas últimas se ha ampliado la brecha entre una elite occidental óptimamente remunerada y los obreros no calificados cuyos ingresos apenas han aumentado desde comienzos de los años setenta del siglo pasado. El drama de la desocupación se ha hecho sentir con fuerza especial en Estados Unidos y la Unión Europea, donde ronda el 10%, alcanzando el 20% en España. No es que la situación sea menos preocupante en Asia, África y América Latina, sino que en el mundo desarrollado la mayoría suponía que siempre habría trabajo para virtualmente todos y por lo tanto no vacilaba en endeudarse, lo que posibilitó el boom de consumo que por un rato hizo que casi todas las regiones del planeta crecieran a un ritmo sin precedentes. En los países ricos, los sistemas educativos prepararon a una generación de jóvenes para un mundo poco exigente en el que les sería dado elegir entre una variedad de carreras distintas que les asegurarían un futuro relativamente cómodo, pero cuando intentaron ubicarse en el mercado laboral encontraron que nadie tenía interés en emplearlos. Como resultado, en algunas partes de Europa la tasa de desempleo para quienes tienen menos de 26 años supera el 40%. Entre los más golpeados están los que han conseguido completar sus estudios universitarios sólo para descubrir que los diplomas que tanto esfuerzo les han costado no sirven para garantizarles nada. Hasta ahora, los programas de ayuda social de Europa y Estados Unidos han resultado ser lo bastante generosos como para amortiguar el impacto de la desocupación masiva, pero de prolongarse la situación actual llegará el día en que sea imposible mantenerlos. No sólo en Grecia, España y Portugal sino también, si bien de forma menos frontal, en Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania, los gobiernos respectivos están viéndose presionados para que reduzcan drásticamente el gasto social, pero no quieren hacerlo por miedo a las consecuencias, ya que saben muy bien lo peligroso que sería permitir que se consolidara una nueva clase de excluidos conformada por jóvenes que tuvieran motivos de sobra para sentirse víctimas de una estafa despiadada. Aunque hasta ahora, fuera de Grecia no se han producido muchos disturbios protagonizados por jóvenes frustrados por la diferencia insalvable entre expectativas que hace un par de años les parecían razonables, cuando no modestas, por un lado y la dura realidad por el otro, se teme que pronto se agote la paciencia de los reacios a resignarse a la vida al borde de la miseria que, a menos que la recuperación económica resulte ser mucho más vigorosa de lo que prevén hasta los más optimistas, es lo que les aguarda.

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