Refugio aislado en un bosque

Llamativa caja estructural de simple retícula metálica revestida por placas de madera y vidrio. Para disfrutarla.

Redacción

Por Redacción

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Apolo 11 es una casa taller en medio de un bosque de olmos a los pies de la cordillera de los Andes, en las periferias de Santiago, diseñada por “Parra + Edwards Architects”. Fue bautizada con ese nombre porque está pensada como una nave que aterrizó en un bosque sin tocarlo y que en cualquier momento emprenderá su partida dejando el bosque intacto. “Apolo 11” también por su condición de laboratorio: “Esta casa funciona como taller de arquitectura, estudio de grabación y sala de ensayo de música eléctrica y acústica. Se trata de una cápsula que soporta de manera íntegra la vida de sus tripulantes, una familia de arquitectos y músicos”, explican desde el estudio. El programa está organizado en dos niveles a partir de una planta rectangular de 6 x 9 mts en 6 mts de altura. El rectángulo, que para los japoneses es el único elemento que no distorsiona a la naturaleza, es un elemento limpio que tiende a desaparecer. La simplicidad del rectángulo además ayuda a la idea de ocupar el mínimo de suelo del bosque y a la vez maximizar el calor interior de la nave, puesto que ésta aterrizó en un lugar que es muy frío en invierno. Al tener dos niveles es fácil de calefaccionar y está orientado en sus dormitorios hacia el norte con grandes ventanales que toman la energía calórica y la guardan gracias a los vidrios térmicos.

FOTOS: Rodrigo Avilés

En verano el follaje de los olmos actúa como control natural de la luz solar. La caja estructural es una simple retícula metálica revestida en sus pieles por placas de madera terciada de 18 mm. y planchas de vidrio dejando llenos y vacíos que se asemejan a los fragmentos claros y oscuros que se producen entre el follaje de los árboles. El esqueleto de esta estructura queda siempre a la vista, siendo los perfiles metálicos metáfora de los troncos y ramas de este nuevo bosque y los planos de madera las hojas del árbol. Es por eso que sus fachadas son indefinidas y cambian en las diferentes estaciones del año a través de hojas móviles de tela térmica que son las que protegen y desprotegen según lo que está pasando en el bosque mismo. “Al interior de la nave el habitante es un invitado, un espectador silencioso de la naturaleza del bosque en todas sus dimensiones, como un tripulante transitorio de una cápsula de observación que conoce su condición efímera en un lugar que le pertenece, pero que no es de su propiedad”, comentan sus hacedores. Fuente: Parra + Edwards Architect


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