Ritos y excesos de la noche

El desahogo de los más jóvenes entre la explosión de música fuerte, luces y la moda de las "mezclas".

 

Los chicos caminan por la Belgrano al tres mil. Son seis, cuatro se adelantan separándose de la parejita de quinceañeros. Ella abraza a uno, sujetándose del bolsillo descosido derecho del jean de él, y le susurra algo al oído.

El ramal uno de Indalo baja por Rufino Ortega atestado de gente, superpoblado. «El de las doce de la noche es imposible, el de las dos y diez viene vacío», cuenta una joven que pita, sin censuras, su primer cigarrillo de la noche.

Es la una en punto y en la «plaza de Boca», de Avenida del Trabajador y Paso de los Andes, los pibes de Unión de Mayo todavía no saben para dónde arrancar. Quizás permanezcan allí, esperando al resto, mientras le dan «un beso a la botella, un pencazo».

Las casas sin padres, ausentes por viajes cortos, son los lugares elegidos para hacer «la pre». Los preparativos empiezan desde la tarde, el abastecimiento de bebidas se hace en algún mayorista con buenas ofertas o hipermercado si la reunión tiene amplia convocatoria. Si la juntada es entre pocos, un almacén «sucucho» vecino sirve.

Los deliveries de birras llegan a las casas de padres que permiten el consumo de alcohol o que simplemente lo ignoran. Este servicio solo cubre el área centro y no pide identificación alguna a sus clientes para la venta, porque tampoco la da. Algún juego para tomar más y más rápido, como el ya clásico «un limón,

medio limón, dos limones», en versiones aggiornadas, u otros que requieren mayor destreza, como el de embocar la moneda en un vaso (el que pierde toma).

Ya en el centro, los bares, pubs, pools cercanos al monumento a San Martín son paradas obligadas. «No entramos antes de las dos a Bloke, hacemos la recorrida y recién caemos», afirman los adolescentes que se mueven en grupo y aguantan a sus amigos en las escaleras de la Municipalidad. Las traffics de los boliches se estacionan en la avenida Argentina acompañadas de un séquito de tarjeteros con free-pass.

Las púber, con sus densos flequillos hacia el costado que cubren los ojos delineados y sus zapatillas a cuadro blanco y negro, hablan de que «está de moda» hacer fiestas en los salones del Rincón de Emilio porque el alquiler es barato. «Se hacen fiestas electrónicas, también hubo una de reggaeton, pero no tuvo mucho éxito». «Con 25 ó 30 pesos me manejo, todo depende si pagás la entrada o tenés que volverte en taxi», agregan entre cargadas y mensajes de texto.

 

Durante

 

«Como es que matan a una niña tan pequeña solo tenía doce años toda una vida por vivir». «Su florcita» suena en la pista. El agite de caderas es lento. No se trata de la «cumbia calentona» como define al estilo musical una chica punk. «Agrupación Marilyn» escribió la letra, según sus admiradores en internet, basándose en un hecho ocurrido en un barrio de José C. Paz.

El barrio es un dato a evaluar en la puerta. Es conocida la pregunta de los patovicas de un boliche cipoleño, especialmente a los hombres:

-¿De dónde venís?

«A un amigo no lo dejaron entrar cuando dijo que era de Melipal, ni hablar de chicos con pelo largo o heavies», relata un adolescente, «si le pedís que te explique por qué no te deja pasar, te contesta tomátelas flaco».

Las mujeres no son rebotadas por el aspecto o la procedencia sino por la edad. Una joven describió su estrategia: «Tenés que saber ubicarte en la cola, si te ven con gente más grande aunque seas chica pasás, siempre hay que separarse de la que tiene cara de nena».

En el Mega Bailable se congrega la gente de los barrios neuquinos. «Ponele presente a Valentina Sur», grita la movilera de Cadena Mega, la radio que trasmite en vivo la noche de Perticone 125. Llegan los pibes de Gregorio Álvarez, Alto Godoy, San Lorenzo y localidades cercanas como Plottier y Cipolletti. Aquí la distancia y el largo de la pollera se ponderan, ya que los que viven a más de quince kilómetros hasta la una ingresan gratis, igual que las mujeres de súper mini.

El documento solicitado en la entrada es ignorado en las barras de todos los boliches neuquinos. Una vez superado el único filtro, ninguno de los locales bailables restringe la venta de alcohol. La ordenanza 10.676 del Concejo Deliberante neuquino establece, en su artículo séptimo, que debe exhibirse el texto: «Este local no vende ni suministra bebidas alcohólicas a menores de 18 años de edad».

«El cartel está, pero entran nenes de 16, qué te pensás, que van a tomar una gaseosa», opinan en la escalera de Bloke, «si en los lugares de 18 dejan pasar a uno de 16, en los de 16 pasa uno de 14, es para mandarlos a la guardería». A partir del mes de noviembre acompaña a esta prohibición la de fumar en espacios públicos, que algunas confiterías han sabido sortear con terrazas y patios.

La cerveza, el toc-toc (tequila) y energizantes mezclados con alcohol son las bebidas más consumidas. Los baldes, jarrones con una capacidad de aproximadamente cuatro litros, cuestan de veinticinco a treinta pesos y los hay de fernet, birra, o vino espumante, en este último caso, con copas y cerezas.

«Soy mujer, no pago lo que tomo». Se ríe la morocha de alpargatas, pantalón y remera que concurre al «Gigante de Ruta 22». Y sigue: «Es bastante difícil ir en pareja al Mega, porque no le importa a nadie, te encaran de cualquier manera y se arma rosca». El imponente escenario no da respiro a los temas de «Seba Mendoza», «Damas», «El Empuje» coreados uno tras otro entre palmas, palmas. El sudor y el ajetreo no dan tregua en los rincones, todo es movimiento y meneo.

«Soy re golosa y vengo a calentar la noche», acusa una chica de medias de encaje y escote en un juego de seducción que mantiene con los chicos de la radio. Los habitué se saludan, se conocen del barrio o del colegio. Hermanos, primos, tíos que concurren a los recitales de bandas y siempre están olvidando penas de amor.

En Kimika y Bloke el comienzo musical es tan variado que puede explotar con un clásico de Madonna o con un nuevo hit de «Bersuit». A las tres y media, cuatro, los cuerpos se sacuden al ritmo de «Don Omar», algo de «Banda Registrada» y quizá una dosis de «Néstor en Bloque». «DJ Dero» hacia el final, entre saltos y un potente estrobo (luz bolichera) que crea el clima. Las «fashion» rozan a «los Miranda» que visten con círculos de colores saturados, y los «emos» (punk), mechón blanco, pelo planchado, devotos de «Panic At the Disco!», «Fall Out Boy», «Good Charlotte», muestran sus objetos «timburtianos» y se alejan de la multitud.

Con las drogas pasa algo especial. «Yo quiero conseguir y en cinco minutos tengo», revelan las chicas que esperan en el baño. El «faso», la «hierba» corre sin disimulo, le siguen la cocaína, los ácidos y las pastis, «ya vienen puestos de otro lado, el consumo fuerte no es tanto dentro», rumorean en el ambiente.

 

La vuelta

 

«Es terrible lo burros que están los pibes, impresionante, tienen 21 años y están en primer año del colegio, es cada vez más difícil encontrarte con alguien que te diga terminé la secundaria, voy a la nocturna, o vivo con mi familia», sentencia una chica decepcionada de lo que le deparó la jornada.

A la salida se puede comer algo en los carritos de panchos, hamburguesas y choripán, o terminar desayunando en una estación de servicio.

Los jóvenes cargan al amigo herido por las «mezclas» hasta los taxis, renuentes en muchos casos a llevarlos.

Ya no quedan «antros» abiertos para los obstinados en continuar bebiendo. En el Parque Central, los colectivos vuelven a llenarse, esta vez con gente que se duerme parada, que cabecea en los asientos tratando de controlar el irrefrenable estallido, o que prefiere olvidar lo que dijo e hizo esa noche.


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