Roca y Bariloche: cómo transitan la ciudad los adultos mayores

Nuevo urbanismo. ¿Cuán justos somos con nuestras personas mayores en el espacio público?

Por Mijal Orihuela (*), especial para «Río Negro»

Salgo de la municipalidad de Roca y veo a un señor que camina ayudado de un andador cruzando la calle Mitre por avenida Roca. Obviamente, el hombre no alcanza la siguiente vereda antes de que el semáforo cambie a luz roja. La calle está llena de autos y quienes estamos mirando entramos en pánico.


Una moto grande acelera de inmediato, pero para la sorpresa de los espectadores, hace un giro a 90 grados y se posiciona frente al anciano. Ante la presencia de este hombre escudo, los demás conductores esperan pacientemente antes de iniciar la marcha y el hombre con andador llega sano y salvo a su destino.

Jueves último, en el centro de Roca. Foto: Andrés Maripe


Este evento me abre un interrogante: ¿para quién pensamos nuestras ciudades? ¿Qué tan justos estamos siendo con las personas mayores? ¿Cómo se sienten ellos al respecto y, sobre todo, qué necesitan para poder desplazarse de modo autónomo? Consultamos al respecto a dos grupos de mujeres, unas residentes en Roca y otras en Bariloche.
Ellas nos cuentan que no siempre se sienten seguras. Cuando hay semáforos, no todas las personas llegan a cruzar la calle con luz verde y cuando no los hay, muchos conductores no esperan a que ellas, como peatones, terminen de cruzar antes de continuar su marcha. “A veces te pasan por al lado que mete pavura”, nos comenta Laura, “hace falta más educación vial”.


También nos señalan las dificultades que atraviesan quienes viven en los barrios periféricos y no pueden conducir o no tienen vehículo.

Escena en Roca. Foto: Andrés Maripe


En Roca, cuando suben al colectivo a veces tienen que caminar hasta el fondo para sentarse, pero les cuesta mantener el equilibrio y pueden golpearse. Opinan que esto podría solucionarse con adecuados diseños de los vehículos y garantizando que se les dejen asientos libres al frente.
Cosas que parecen triviales para personas más jóvenes como una, son descriptas en las entrevistas como problemas importantes. Nos hablan de las alturas de los asientos en las plazas, que a veces resultan demasiado bajas, tornando dificultoso el levantarse.


En el grupo de Bariloche también hacen referencia a los baches, pendientes y escalones en las veredas, así como de la ausencia de barandas que les permitan asegurarse cuando hay hielo. Y la oscuridad, algo que puede ser casi poético para una pareja enamorada, es visto como una amenaza por la gente mayor: “en los barrios hay calles en las que de noche no se ve nada”, dice Juana con tono de preocupación.


Les preguntamos a las personas con visión reducida si las sendas peatonales pintadas con colores se ven mejor y nos cuentan que sí, siempre y cuando no tengan colores pasteles sino intensos. Pero aquí, nos dicen otra cosa: no es sólo circulando que se sienten incómodos.


En algunos casos, afuera de las instituciones bancarias no hay sombra ni asientos, por lo que deben hacer cola parados y al sol. Si bien la pandemia ha reducido estas situaciones, lo vivencian como un problema muy serio, porque con la edad el calor extremo resulta más duro para las personas y la necesidad de tomar descansos se incrementa. Es decir, necesitan mucha sombra y asientos por todos lados para no descompensarse.

¿Qué pasa con los niños?

La otra cuestión que les interesa contarnos es la siguiente: cuando pensamos la calle para los adultos mayores debemos tener en mente también a los niños pequeños porque suelen salir juntos.


“Muchas veces llevamos a nuestros nietos a la plaza y ahí tardamos más en cruzar la calle”, explica Gabriela. Los cruces deberían prever la presencia de abuelas o abuelos con bebés en changuito o niños de dos años que caminan por su cuenta. Los cambios de nivel entre vereda y calzada, la longitud de los semáforos, las sendas peatonales y los cruces en general, deben diseñarse a partir de las necesidades de ellos, no los automovilistas o las personas jóvenes y atléticas.
Pero eso no es todo, “en las plazas muchas veces no hay lugares pensados para nosotros”, dice Bibiana. La escena que describen es esta: llevás a tu nietito a jugar en una plaza donde hay juegos y cuando buscás donde sentarte a esperar y mirarlo te encontrás con que el banco que hay está a pleno rayo del sol. Sería deseable que más plazas incorporaran juegos de mesa y otros atractivos para personas mayores. Pero, de nos ser así, al menos contar con un espacio cómodo y protegido con sombra desde el cual cuidar a los niños en las proximidades de cada sitio con juegos sería muy valorado. Las abuelas quieren relajarse y disfrutar de cuidar a sus nietos.


Una y otra vez intentamos destacar lo bueno, encontrar los sitios en que se sienten seguras y cómodas, pero todas las veces volvimos a lo mismo: dificultades y más dificultades. Entonces me pregunto, ¿nos sentimos capaces de diseñar ciudades más amables con las personas que nos criaron? Es posible.

(*) Arquitecta especializada en urbanismo, Roca


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