Rodolfo Rabanal, un escritor con voz propia

Falleció ayer en Uruguay a los 80 años. Deja un corpus que se proyecta hacia la poesía, el ensayo y la novela. Integró una generación literaria atravesada por la violencia de los 70.

Redacción

Por Redacción

Con un perfil sigiloso inversamente proporcional a la calidad de su escritura, el periodista y narrador Rodolfo Rabanal, quien falleció ayer en Uruguay a los 80 años, deja un corpus que se proyecta hacia la poesía, el ensayo y la novela integrado por obras como “La vida brillante”, “El héroe sin nombre” y “La vida escrita” que se pueden leer como testimonio de una escritura que durante 40 años interceptó con sutileza los pliegues de la vida cotidiana.

Rabanal murió en su casa del departamento uruguayo de Maldonado como consecuencia de un cáncer de páncreas que le habían detectado hace unas pocas semanas. Llevaba 21 años viviendo frente a la costa uruguaya, un destino que había elegido porque se sentía incómodo en la Argentina. “Buenos Aires ejerce sobre mí un poder dañino”, sostuvo alguna vez.

El escritor formó parte de una generación literaria atravesada por la violencia de los 70 y por el interrogante acerca de cómo escribir después de Borges. En ese grupo estaban Leónidas Lamborghini, Ricardo Piglia, Luis Gusmán, Germán García, Miguel Briante y Jorge Asís: compartían fervorosas tertulias en cafés porteños, aunque el autor de “La vida brillante” era acaso el más solitario en su visión de la literatura, tanto que se lo conocía como “el apartado”.


Como escritor le interesaba la experimentación literaria, la forma, el tono, la sonoridad y tenía una obsesión: no imitar voces que no fueran las suyas en sus novelas.


Ese fue precisamente el título de su primera novela, que publicó en 1975 y le valió el reconocimiento de críticos y pares. “En los 70, cuando empezamos a escribir todos los de mi generación, se producen estéticas opuestas. Escribir contra algo. Osvaldo Lamborghini jugó un papel muy importante en ese contexto de estéticas disruptivas. Yo ahí empecé a escribir la novela ‘El apartado’, que llamó la atención porque era una jugarreta en el interior de ese mundo que vivíamos. Después me empecé a desviar de los estrechamientos y los amigos empezaron a jorobarme con que yo era el apartado, el apartado de todo. Era cierto”, contó en una ocasión.

Tres años más tarde, la editorial Pomaire de Barcelona editó su segunda novela, “Un día perfecto», de la que llegaron a venderse treinta mil ejemplares en pocos meses. En 1979 le fue otorgada la beca Fulbright para participar en el Taller Internacional de Escritores de la Universidad de Iowa, en Estados Unidos, casi un pretexto para escapar de una Argentina hundida en el horror de la dictadura militar.

En territorio estadounidense dio forma a su tercera novela, “En otra parte” y regresó a la Argentina, donde permaneció un año hasta que decidió instalarse en París mientras se desempeñaba como corresponsal para un diario y, luego como traductor para el Ministerio de Cultura de Francia.

«El apartado», primera novela de Rodolfo Rabanal.

El retorno democrático de 1983 significó también el regreso de Rabanal a la Argentina, donde ejerció como subsecretario de Cultura de la Nación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, mientras publicaba su cuarta novela, “El pasajero”. Luego vendrían “La vida brillante”, “Los peligros de la dicha”, “El factor sentimental”, “Cita en Marruecos” y “La mujer rusa”, entre otros.

Como escritor le interesaba la experimentación literaria, la forma, el tono, la sonoridad y tenía una obsesión: no imitar voces que no fueran las suyas. Es que más que la historia, lo que a Rabanal más le importaba era el trabajo con el lenguaje, y si bien exploró géneros como la poesía y el ensayo literario, se definía como novelista, porque la mayoría de sus libros se orientaban en ese género.

En unas libretas negras de hule que se conseguían fácilmente en los 70, Rabanal se dedicó durante años a consignar anécdotas, ideas y reflexiones mientras asistía a alguna proyección de cine o tomaba café en el mítico bar La Paz. Parte de sus apuntes integraron “La costa bárbara. Literatura y experiencia” (2000), un volumen que recoge diversos ensayos breves, algunos de ellos publicados en diarios y revistas.

Siempre llevo libretas, ahí están los borradores de mis novelas, cuentos, ideas. La realidad es subjetiva, es lo que ves y lo que pensás de lo que ves: las libretas reflejan esa realidad”

Rodolfo Rabanal

Ocho años después repitió la experiencia con “El roce de Dante y otros ensayos”, una colección de textos sobre literatura poco ortodoxos y nada convencionales donde entre otras cosas imagina en situaciones cotidianas al autor de “La Divina Comedia”.

En 2006 Rabanal lanzó “El héroe sin nombre”, una de las escasas novelas sobre los años de la dictadura cuyo protagonista, sin ser un militante, participa de la militancia desde una dimensión ética y encuentra un fin trágico.

Cinco años después publicó “La vida privada” y tres años más tarde la novela “La vida escrita”, un catálogo discontinuo donde recorre con prosa directa y concisa el mundo que lo rodea, a través de distintas etapas y temáticas: la intensidad política de los 70, la vida amorosa y sexual, las reuniones con amigos y la constante actividad literaria.

«Un día perfecto».

“Siempre llevo libretas, ahí están los borradores de mis novelas, cuentos, ideas. Escribo mucho a mano y voy registrando realidades diversas. La realidad es subjetiva, es lo que ves y lo que pensás de lo que ves: las libretas reflejan esa realidad”, explicó Rabanal a Télam a propósito de la presentación de la obra en la Feria del Libro de 2014.

“Ahí están las lecturas, la introspección, la vida corporal. De todo lo escrito en ese período (de los 70 a los 90) había unas nueve libretas y de cada una de ella se podía salvar un diez por ciento, lo demás eran dibujos, teléfonos y cosas sueltas. Me di cuenta que tenía que transliterar de forma concisa. No era escritura espontánea, sino elaborada”, agregó por entonces.

Autodefinido como “un beckettiano feroz” por su afición al autor de “Malone muere” y “El innombrable”, Rabanal incursionó también en la escritura de guiones con “Gombrowicz, o la seducción”, el filme que en 1987 dirigió Alberto Fischerman sobre el escritor polaco.

En la literatura del narrador nacido el 15 de junio de 1940 hay temas y motivos, según le gustaba distinguir. “Los temas son siempre distintos, pero los motivos no tienen por qué serlo. Es en los motivos donde aparecen los módulos del imaginario propio e incluso los signos distintivos (si los hay) de una forma de ordenar las palabras o de lo que suele llamarse un estilo. Parejas confrontadas, hoteles en países extranjeros son tópicos de la errancia; hay en todo eso un gusto especial que se conecta con lo provisorio de ciertas situaciones y con la fugacidad que nos atraviesa y circunda en todo momento”, decía.

Los temas son siempre distintos, pero los motivos no tienen por qué serlo».

Rodolfo Rabanal

Además de la beca Fulbright, en 1988 recibió la Guggenheim, y obtuvo, también, el Premio Municipal de Novela en 1995, el premio del Club de los 13 en 1997 y el premio del Pen Club Argentino como “Mejor novela del año” en 1998 por “Cita en Marruecos”. En el año 2010 y en el marco de las celebraciones del Bicentenario fue distinguido como una de las 200 personalidades que aportaron a la cultura del país.

Desde 1999, Rabanal vivía en Uruguay con su mujer, la periodista Cristina Hernández. Desde ahí escribió las últimas columnas de opinión para Página/12, referidas a las experiencias vividas durante la pandemia, y en especial centradas en la incomprensión que le generaba el movimiento anticuarentena.

Agencia Télam


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