Roma en otoño
Por estos días el ritmo de la ciudad se hace más lento. Lejos del ajetreo estival, los turistas pueden disfrutar de su belleza eterna sin temor a las aglomeraciones y las largas colas.
El vendedor de rosas está malhumorado. Ni una sola rosa ha podido vender durante la última media hora. Y es que simplemente no hay muchos turistas en la calle. Aquí, en la Escalinata Española, este negocio florece durante la temporada alta. Entonces, muchas veces hay apenas espacio para sentarse en las escaleras. En otoño, el panorama es diferente. En la temporada baja, los turistas pueden elegir su lugar libremente y por una vez pueden visitar la Ciudad Santa libre de ajetreo. El agua de la Fuente de Barcaccia resplandece en la luz cálida. El sol de otoño tiñe de amarillo los peldaños y la Iglesia de la Santa Trinità del Monti, que se encuentra arriba. El escenario está libre para el desfile de cuerpos bonitos frente a la Escalinata Española: un par de gigolos están sentados en sus Vespas y flirtean con las italianas que pasan delante de ellos. Frente a los templos de moda de Gucci y Prada posa una turista a quien probablemente le hubiera gustado tener el mismo aspecto chic de las elegantes italianas. Pero tampoco lo logra con la nueva bolsa de Gucci en el brazo. El novio tiene que hacer fotos y después esperar frente a la puerta mientras que ella entra en la siguiente tienda. Eso sí tiene que ser amor. Las italianas ya visten jerséis de cuello alto, a pesar de que uno se siente aún en verano con una temperatura de 20 grados. Por lo demás, pocas cosas recuerdan a la temporada alta, cuando multitudes de turistas se desplazan por los callejones y Roma todavía suena como la sinfonía de una gran ciudad: rápida y alta. Entretanto ha comenzado un ritardando: el ritmo de la ciudad se hace más lento. Adagio en vez de allegro. Incluso los discípulos del papa necesitan empujar menos ahora. En verano, decenas de miles de ellos visitan a diario el Vaticano, dice el guía turístico Roland Karl. “Una tragedia”, en su opinión. Hoy, la cola frente a la Basílica de San Pedro es relativamente pequeña, al igual que el número de turistas que están sentados para descansar en los bancos y en bares a lo largo de la Via della Conciliazione. Hacen lo correcto, pienso, mientras que los propios pies empiezan poco a poco a doler a causa de la larga vuelta. En la plaza Largo di Torre Argentina, donde fue asesinado Julio César, viven hoy decenas de gatos. Se desperezan al sol sobre las piedras calientes o están acostados sobre la hierba entre las ruinas. Reciben aquí buenos cuidados. Incluso hay una ambulancia para gatos de la universidad, donde les dan tratamiento y comida, dice Karl. Algunas cuadras más adelante de repente vuelve el ajetreo del verano: en el Campo di Fiori los vendedores del mercado elogian a grito pelado su mercancía y regatean con los clientes. Es la época de la cosecha: en los puestos hay calabazas amarillas y de color naranja de todas las formas y tamaños; de los techos cuelgan chiles de color rojo encendido. Aquí hay todo lo que le gusta al gourmet: trufas, pescado, aceite de oliva, especias y, por supuesto, pastas de todos los colores. Volvemos a la Escalinata Española, donde el vendedor de rosas está haciendo una pausa. Se ha encendido un cigarro y se ha sentado junto a los turistas. Al parecer, él también está pensando: “Piano, piano, nada de ajetreo”. (DPA)
Tobías Schormann
Fotos: Tobías Schormann/DPA
El vendedor de rosas está malhumorado. Ni una sola rosa ha podido vender durante la última media hora. Y es que simplemente no hay muchos turistas en la calle. Aquí, en la Escalinata Española, este negocio florece durante la temporada alta. Entonces, muchas veces hay apenas espacio para sentarse en las escaleras. En otoño, el panorama es diferente. En la temporada baja, los turistas pueden elegir su lugar libremente y por una vez pueden visitar la Ciudad Santa libre de ajetreo. El agua de la Fuente de Barcaccia resplandece en la luz cálida. El sol de otoño tiñe de amarillo los peldaños y la Iglesia de la Santa Trinità del Monti, que se encuentra arriba. El escenario está libre para el desfile de cuerpos bonitos frente a la Escalinata Española: un par de gigolos están sentados en sus Vespas y flirtean con las italianas que pasan delante de ellos. Frente a los templos de moda de Gucci y Prada posa una turista a quien probablemente le hubiera gustado tener el mismo aspecto chic de las elegantes italianas. Pero tampoco lo logra con la nueva bolsa de Gucci en el brazo. El novio tiene que hacer fotos y después esperar frente a la puerta mientras que ella entra en la siguiente tienda. Eso sí tiene que ser amor. Las italianas ya visten jerséis de cuello alto, a pesar de que uno se siente aún en verano con una temperatura de 20 grados. Por lo demás, pocas cosas recuerdan a la temporada alta, cuando multitudes de turistas se desplazan por los callejones y Roma todavía suena como la sinfonía de una gran ciudad: rápida y alta. Entretanto ha comenzado un ritardando: el ritmo de la ciudad se hace más lento. Adagio en vez de allegro. Incluso los discípulos del papa necesitan empujar menos ahora. En verano, decenas de miles de ellos visitan a diario el Vaticano, dice el guía turístico Roland Karl. “Una tragedia”, en su opinión. Hoy, la cola frente a la Basílica de San Pedro es relativamente pequeña, al igual que el número de turistas que están sentados para descansar en los bancos y en bares a lo largo de la Via della Conciliazione. Hacen lo correcto, pienso, mientras que los propios pies empiezan poco a poco a doler a causa de la larga vuelta. En la plaza Largo di Torre Argentina, donde fue asesinado Julio César, viven hoy decenas de gatos. Se desperezan al sol sobre las piedras calientes o están acostados sobre la hierba entre las ruinas. Reciben aquí buenos cuidados. Incluso hay una ambulancia para gatos de la universidad, donde les dan tratamiento y comida, dice Karl. Algunas cuadras más adelante de repente vuelve el ajetreo del verano: en el Campo di Fiori los vendedores del mercado elogian a grito pelado su mercancía y regatean con los clientes. Es la época de la cosecha: en los puestos hay calabazas amarillas y de color naranja de todas las formas y tamaños; de los techos cuelgan chiles de color rojo encendido. Aquí hay todo lo que le gusta al gourmet: trufas, pescado, aceite de oliva, especias y, por supuesto, pastas de todos los colores. Volvemos a la Escalinata Española, donde el vendedor de rosas está haciendo una pausa. Se ha encendido un cigarro y se ha sentado junto a los turistas. Al parecer, él también está pensando: “Piano, piano, nada de ajetreo”. (DPA)
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios