Se alejan los días del U-2

Los representantes de los dos países esperan avanzar en los temas pendientes para una relación diplomática plena.

Redacción

Por Redacción

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Eran 928 fotos aéreas.

Tomadas por un Lokheed U-2 a miles de kilómetros de altura. Un avión gris petróleo. Petiso. Largo de fuselaje. Y de envergadura. Pinta de misterioso. Panza plagada de cámaras. Avión espía. Maravilla americana destinada a pispear a la URSS. O todo lo que fuera u oliera a comunista. O a nacionalismos inquietos. Porque, claro, eran los días de la Guerra Fría. Dedo en el gatillo.

Y 928 eran las fotos que el 14 de octubre de 1962 tenía John Kennedy ante sí. Lugar: Sala de Situación de la Casa Blanca. Pantallas gigantes. Sala en penumbra. Desde esa penumbra, una voz interrumpió el silencio.

-Presidente, esta mañana, un U-2 descubrió que los soviéticos están instalando misiles nucleares en Cuba. Hemos determinado que el rango promedio de alcance está en los 5.000 kilómetros. Podrían hacer blanco en Washington, por ejemplo -dijo Robert McNamara, secretario de Defensa. Sí, el McNamara que como presidente de la Ford inventó el Falcon. El McNamara del pantano de Vietnam. Y luego, del Banco Mundial.

Cuenta Bob Kennedy en su libro “Los trece días” -porque 13 días duró la crisis- que su hermano John ordenó encender las luces de la sala. Entonces, su rostro lucía lívido.

¡Misiles nucleares soviéticos a 60 millas de Florida. Y cinco de ellos ya operativos!

Comenzaban 13 días frenéticos. Los únicos días en que, a lo largo de la Guerra Fría, el mundo estuvo a un suspiro de la guerra nuclear.

De un lado Kennedy. Del otro, Nikita Kruschev. Cada uno con sus halcones y palomas.

En Washington, el agrio Curtis LeMay, que se había sentido inmenso deshaciendo ciudades alemanas con sus superfortalezas durante la Segunda Guerra, diciendo “borremos a Cuba del mapa”. Y en Moscú, los duros eligiendo blancos si LeMay se salía con la suya. Escalada de blancos rentables. Primero, Berlín Occidental. ¿Y luego?

“Unos y otros iríamos por el todo… escalada y más escalada”, escribió McNamara en su non papers.

En Cuba, los hermanos Fidel y Raúl Castro, anfitriones de los misiles, chochos. Creían que incidirían en los hechos. Pero en las tensas negociaciones con Washington, con desdén Moscú los dejó de lado.

En Washington, la CIA transpiraba rencor contra John Kennedy, quien no había respaldado militarmente a los anticastristas en Bahía Cochinos. Y quería sacar a EE. UU. del pantano vietnamita.

Era mucho para la CIA y gran parte del Pentágono.

¡Los 13 días! Millones de hombres listos a matarse. Miles de aviones con las turbinas calientes. Bocas de silos misilísticos abiertas día y noche. Sigilosos submarinos ante costas enemigas.

Y en EE. UU. y Europa la gente cavando estériles refugios antinucleares.

Y docenas de U-2 pispeando por aquí y por allá. Cero descanso para este petiso mirón.

Y buques soviéticos con misiles en sus bodegas y cubiertas acercándose a Cuba.

El día 12, cuando restaba menos de una hora para que la marina de EE. UU. detuviera uno de esos buques en pleno Atlántico y la guerra sería realidad, Kennedy y Kruschev hablaron.

Acuerdo. En síntesis:

• EE. UU. retiraría su barrera de antiguos misiles Júpiter estacionados en Turquía. Y se comprometía a no hostigar militarmente a Cuba.

• La URSS sacaría su ferretería de la isla y no la volvería a traer.

El mundo respiró.

Por aquellos días, Obama era apenas un pibe. Raúl Castro ya era un poder detrás de todo el poder cubano: Fidel. Ahora, Obama y Raúl cara a cara.

Y el morocho U-2, pieza de museo.

Carlos Torrengo

carlostorrengo@hotmail.com

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