Se jubila Aldo, el portero más querido de Jacobacci

Entró a trabajar a los 16 años a la Escuela Nº 17 Nicolás Mascardi. Ahora, tras medio siglo de ser el compinche de varias generaciones de alumnos en Jacobacci, "Aldito" Andrade les dice adiós a las aulas.

“Le he dado mucho a esta escuela… mi vida. Pero ella también me dio mucho a mí, es mi segunda casa”, afirma Aldo. De pronto el azul de sus ojos se torna más brillante. No puede evitar que se humedezcan: en unos pocos segundos afloran los recuerdos y la emoción es inevitable.
“He vivido tantas cosas acá adentro, la voy a extrañar”, agrega con la voz entrecortada y observa cada rincón de la biblioteca mientras charla con el cronista de “Río Negro”.

Pasaron cinco décadas y llegó el momento de jubilarse. Un momento en el que le se mezclan los sentimientos. Seguramente esperado, pero quizá no del todo deseado.
Aldo Andrade, Aldito, como lo llaman cariñosamente, se encamina a dejar la escuela después de 49 años de servicio

“He sido portero de alumnos que hoy son abuelos y sus nietos asisten a esta escuela. No va a ser fácil dejar de venir cada día para mí…”.

Aldo Andrade

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Este pequeño hombre, de 1,51 metros de estatura, de gran bondad, siempre dispuesto para lo que haga falta, amigo de varias generaciones de alumnos, querido y respetado por ellos y por sus compañeros de trabajo comenzó a trabajar en la Escuela Nº 17 Nicolás Mascardi de Jacobacci a los 16 años.
Ingresó, precisamente, por sus cualidades humanas, por su don de buena gente. Nació en el campo, en el paraje El Blanco, en la provincia de Chubut y a los 8 años sus padres lo trajeron a Jacobacci para escolarizarlo.


“Yo era petiso… bueno no he crecido mucho (risas) tenía 8 años y no había ido a la escuela. Empecé acá en 1963 y terminé en la nocturna a los 15 años, en el 1969. En 5º y 6º grado tuve como maestra a Nony –Julia Fernández de Merelles– que era directora en la primaria diurna y maestra de grado a la noche. A ella debo agradecerle por haber ingresado a esta escuela”, afirma y recuerda con cariño y admiración a su maestra fallecida hace unos años.
“Para mí fue como mi segunda madre. Era muy recta y me tenía cortito, como a todos en la escuela, pero me quería mucho” agrega emocionado.
Un año después de egresar de la nocturna, Aldito hacía changas en algunos comercios locales. Un día, a través de una prima que, según cuenta “preparaba la leche para los alumnos”, Nony lo mando a llamar.
“Mi prima me dijo que quería hablar conmigo, que fuera a la nocturna. ‘Che –le dijo– Aldito, tu primo, está acá en Jacobacci o se fue al campo?’ ‘No, está acá’, le dijo mi prima. ‘Decile que venga que necesito hablar con él’.

El chico de los mandados
“Cuando llegué me dijo que necesitaba un chico para los mandados y que haga las funciones de portero. Se iba a implementar la jornada completa, que fue una prueba piloto entre 1970 y 1971, y necesitaba más personal. El 22 de mayo de 1970, a las 8 de la mañana vine y empecé. Lo hice en forma provisoria. Al principio me pagaba la cooperadora, pero pasaron 49 años y estoy acá todavía. El 15 de diciembre la escuela va a cumplir 100 años y yo estuvo prácticamente la mitad acá adentro”, cuenta.

Por esas cosas de la vida, Aldo no tuvo hijos. Pero su corazón ha estado abierto para ofrecerle el cariño y el acompañamiento a miles de alumnos que han pasado por la escuela y que lo han tenido como “cómplice” de alguna travesura, como compañero de equipo en algún picadito de fútbol, como confidente de algún amor no correspondido, como compinche y como amigo.


El 1 de enero pasado cumplió 65 años y ahí empezó a tramitar su jubilación. “He visto pasar por esta escuela a tres generaciones completas. He sido portero de personas que hoy son abuelos y sus nietos vienen a esta escuela” añade. Ayer, Aldo se tomó unos días de vacaciones que le quedaban y seguramente no vuelva a trabajar a la escuela que tanto ama. Pero claro que sus compañeros de trabajo, sus queridos “chicos” lo tendrán periódicamente de visita. “No va a ser fácil dejar de venir todos los días. Son muchos años y uno se encariña, pero es la vida: hay que aceptar las condiciones”.

De la mancha y la escondida al celular y la tablet

“Todo ha cambiado mucho, hay que acostumbrarse”, dice. Aldo recuerda que, cuando era estudiante y durante muchos años como portero, los alumnos jugaban a la mancha, a la escondida, a la liebre (uno corría y otros intentaban agarrarlo), al huevo podrido.

“Tener una pelota de goma o un fútbol de cuero en el aula era un lujo”, dice. “Hoy los chicos juegan con la tablet, el celular, todo cambió. También la disciplina, el respeto”, agrega.
Por otro lado recuerda los duros inviernos cuando no existía el gas natural en Jacobacci, las temperaturas superaban los 20 grados bajo cero y las nevadas empezaban en abril y terminaban en septiembre. La escuela recibía leña que llegaba por tren. “Partidas de 20.000 kilos. Nony me decía ‘Andá a buscar a dos alumnos de 7º para acomodarla’. La entrábamos al depósito y después teníamos que hacharla para mantener las salamandras y la cocina siempre con leña porque se escarchaba el agua… se escarchaba todo. Hoy por suerte tenemos gas”.


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