Eureka Academia: el día que los niños tomaron la ciencia por asalto
Un grupo de docentes y profesionales de las ciencias exactas decidió transformar la curiosidad en acción y fundó Eureka, un espacio de experimentación científica para niños. Entre cohetes de agua, masa conductora y merendadas compartidas, redescubrieron algo que la escuela a veces olvida: que aprender también es asombrarse.

“Eureka”, exclamó Arquímedes al descubrir el principio que lleva su nombre. “¡Lo descubrí!”. Veintitrés siglos después, cuatro docentes de General Roca repiten la palabra con otro sentido, pero con el mismo brillo en los ojos. También ellos encontraron algo, un modo distinto de enseñar, de aprender y de volver a emocionarse con la ciencia.
Fernanda de Dios, ingeniera civil y docente del Instituto María Auxiliadora; Zammyr de Janon, diseñador industrial y experto en robótica; Joan Soler, profesor de física y matemática; y Alejandro Álvarez, profesor de matemática. Cuatro profesionales de las ciencias exactas, pero de caminos distintos. “No somos todos de matemática, ni del mismo lugar, pero nos llevamos bien y tenemos un pie dentro de las ciencias”.
La idea de Eureka nació, como casi todo lo bueno en argentina, entre mates y charlas de pasillo. “Siempre nos cruzábamos en las escuelas, compartíamos aulas o proyectos, y soñábamos con hacer algo distinto, algo con nuestra impronta”, recuerda Zammyr. No querían seguir la fórmula del pizarrón y la tiza: buscaban ensuciarse las manos, volver a la experimentación que en la escuela suele quedar postergada por los tiempos o la falta de recursos.
“Pensábamos en cómo hacer para que los chicos vivan la ciencia, no solo la lean”, agrega Joan. Y así, entre una conversación y otra, fueron armando el boceto de lo que sería su laboratorio de ideas. “Un día dijimos: ‘Bueno, basta de planear, hagámoslo’. Nos sentamos con el mate, tiramos un nombre, diseñamos un logo, abrimos una cuenta de Instagram y salimos a ver qué pasaba”, cuenta Fernanda.

Lo que pasó fue una explosión. “Esperábamos siete chicos en el primer taller, y vinieron veinticinco”, dice Zammyr, todavía sorprendido. “¡Veinticinco! No lo podíamos creer”. El debut fue con cohetes de agua, una experiencia que ya habían probado con adolescentes, pero esta vez el desafío era mayor: niños de siete años, con toda la energía y la torpeza encantadora de la infancia.
“Tuvimos que rediseñar la experiencia para ellos, pensar en sus tiempos, su motricidad, su curiosidad. Y fue hermoso. Verlos lanzar el cohete y gritar de emoción fue… eso, un Eureka”, cuenta Joan. No estaban solos: las parejas de Joan y Alejandro, ambas maestras de primaria, les dieron una mano. “Nos ayudaron a bajar a tierra, porque nosotros damos muchas cosas por sabidas, había que adaptarlo a los mas chicos”, reconocen.
El éxito fue inmediato. Los chicos se engancharon, las familias preguntaban por nuevos talleres, los mensajes llegaban por redes. “Un día estaba dando clases en el IUPA y escuché: ‘¡Profe, profe!’. Era un nene con un violín enorme. Me dice: ‘¿Cuándo es el próximo taller de robótica? Estoy desesperado en casa’”, cuenta Zammyr, entre risas.
En las aulas también se empezaron a notar las huellas del entusiasmo. “Una seño me dijo: ‘¿Ustedes hicieron un taller de cohetes? Porque todo el curso no para de hablar de eso’”, recuerda Fernanda. Así se fue formando un pequeño grupo estable, un núcleo que hoy sigue creciendo.
En Eureka no hay celulares, no hay distracción ni aburrimiento. Hay masa, baterías, leds y preguntas. En uno de los talleres, por ejemplo, probaron si la masa podía conducir electricidad. “Al principio todos decían que no, cuenta Joan, y después, cuando vieron que sí, que por la sal y el agua conduce, fue un ‘wooow’ colectivo. Se llevaron pedacitos de masa a sus casas para seguir probando”.
Lo que buscan es que los protagonistas sean ellos a la hora de resolver algo; que no se trate de que ellos le den una consigna cerrada, sino que puedan probar, experimentar, ver qué pasa. Y la propuesta no se agota en la ciencia. “Siempre tratamos de poner algo de arte, dice Fernanda. Pintar, usar colores, que ellos hagan cosas que también los conecten con lo creativo.” Trabajan con la metodología STEAM (ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemática), y el arte, explican, funciona como un puente entre lo técnico y lo humano.
Cada taller es distinto: algunos terminan con cohetes en el aire, otros con mesas llenas de dibujos, masa o cables sueltos. Todos con risas. Y siempre con merienda. “Cuando se acerca la hora, ya empiezan a cantar ‘¡queremos comer!’”, se ríe Joan.
En esas pequeñas escenas cotidianas hay algo más grande que enseñar ciencias, hay una forma de volver a descubrir el asombro. “Nos pasa a nosotros también, confiesa Zammyr. El primer cohete que lanzamos, hace años, fue increíble. No podíamos creer la altura que tomó. Era como ser chicos otra vez”.
Tal vez por eso el nombre les calza perfecto. Eureka no es solo un grito de descubrimiento, es la celebración de lo que ocurre cuando la curiosidad encuentra su lugar. Y cada “¡funciona!” de un niño vale más que cualquier nota. En sus redes (@eureka.academia) comparten lo que hacen.

“Eureka”, exclamó Arquímedes al descubrir el principio que lleva su nombre. “¡Lo descubrí!”. Veintitrés siglos después, cuatro docentes de General Roca repiten la palabra con otro sentido, pero con el mismo brillo en los ojos. También ellos encontraron algo, un modo distinto de enseñar, de aprender y de volver a emocionarse con la ciencia.
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