Naiara, la princesita del chamamé que hace bailar a Bariloche

Hace tres años, descubrió que el acordeón era su pasión ante la sorpresa de su familia, donde no había músicos. Hoy, con 16, despliega su talento con la sencillez y alegría que la identifican.

Cuando Naiara estaba por cumplir 13 años le pidió a su padre, Walter Ghent, que le comprara un acordeón. El papá la miró desconcertado. En la familia no había ningún músico. Mucho menos alguien que tocara ese instrumento. Además, recordó un antecedente poco favorable que lo hizo dudar en un primer momento.

“¿Cómo te voy a comprar un acordeón? La vas a tener tirada como la moto”, replicó Walter, rápido de reflejos. Pero Naiara no estaba dispuesta a aceptar un no como respuesta. En ese momento no sabía por qué había nacido esa necesidad de querer aprender a tocar el acordeón.

Su padre se puso en campaña y comenzó a consultar entre algunos conocidos si alguien tenía un acordeón. Empezó a afinar el lápiz como para ver si cerraban las cuentas. Para una familia de trabajadores sencillos de un barrio del Alto de Bariloche todo es más duro. Pero de tanto golpear siempre se abre una puerta. Una persona le facilitó el instrumento que anhelaba su hija.

La familia hizo un nuevo esfuerzo. No sobraba el dinero, pero nadie reprochó la decisión de comprar ese ansiado instrumento.

Walter le entregó un acordeón de 120 bajos a Naiara. “Me la pasó al revés”, recuerda la chica. Era la primera vez que tenía un instrumento de esas cualidades entre sus manos. Nunca más se separaron. La joven descubrió un mundo maravilloso a partir del sonido que salía de esas teclas. Y se enamoró.

La joven artista tiene un talento sorprendente. Foto: Chino Leiva

Tres años después, Naiara toca con una soltura que encandila. En el recuerdo quedaron aquellos primeros acordes tímidos que surgieron casi de manera fortuita o de mirar tutoriales por Youtube. A fuerza de horas de ensayo y de un buen maestro, la joven logró adquirir un virtuosismo sorprendente para un artista tan joven. Apenas el fuelle comienza a hincharse y los dedos recorren a toda velocidad el teclado de su acordeón a piano, la vivienda familiar se inunda de alegría. No para menos. El chamamé contagia entusiasmo y más cuando se toca con pasión.

Adquirir esa capacidad fue un camino difícil. Demandó mucho esfuerzo y energía, como la que tienen tantos jóvenes de este Bariloche que cumple hoy 120 años de existencia.

Naiara valora las clases que le dio Germán López. Lo considera su maestro. López advirtió que la chica tenía un talento especial. Y decidió enseñarle.

Naiara tiene 16 años y todo un futuro como música. Foto: Chino Leiva

“Cuando conocí el acordeón mi vida cambió por completo”, explica. Nunca imaginó que encontraría en el chamamé su forma de expresión musical. “No me gustaba y ni siquiera lo escuchaba”, reconoce. Es más, no estaba dispuesta ni siquiera a ponerse una boina o una bombacha de campo. “Yo decía que nunca me iba a vestir de gaucho”, relata. Su mundo era otra cosa. Sus gustos musicales iban por otro camino.

Sin embargo, encontró en ese estilo algo que la atrapó. En la primera etapa no recibió mucho respaldo. “Eran casi todos comentarios negativos, porque decían que el chamamé se tocaba con una verdulera no con un acordeón a piano”, cuenta.

Con el paso del tiempo, les demostró a esas personas que le daban pocas chances que estaban equivocados.

La primera vez que subió a un escenario en un salón de eventos populares de la calle Beschtedt el acordeón pesaba más que nunca. “Germán me invitó a tocar tres temas. Estaba renerviosa, me temblaban las piernas”, rememora.

Pero la música fluyó y la respuesta favorable del público fue inmediata. Comprendió que se sentía feliz sobre un escenario.

Participó del grupo de la Sele Vera y Los Pampas, pero dio un paso al costado. Foto: Chino leiva

Después, se sumó al grupo de la Sele Vera y Los Pampas, con los que compartió cientos de horas de ensayo y recorrió gran parte del país. Nunca pensó que su pasión por el acordeón la llevaría a viajar por decenas de festivales y fiestas populares. Sus padres se convirtieron en sus compañeros de ruta.

Decidió meses atrás dar un paso al costado y dejar el grupo por motivos personales. No fue una resolución fácil porque Sele y Los Pampas estaban en el mejor momento. Sus padres respaldaron su decisión. Sin embargo, Naiara valora esa etapa como una de las mejores y de mucho aprendizaje.

Hoy, alterna las horas con el acordeón y sus estudios. Cursa cuarto año en el colegio Amuyén. Decidió parar y tomarse el tiempo necesario, pero con la idea de conformar un grupo para salir a tocar. Añora los escenarios. La semana pasada el Chaqueño Palavecino la llamó y hablaron media hora. Le dejó la invitación para que viaje a Salta.

Naiara compone sus propios chamamés. Foto: Chino Leiva

Naiara sonríe. Encontró en la música su pasión. Mientras compone sus propios chamamés.

Su padre está convencido de que tiene una gran oportunidad por delante. Su madre, Victoria, observa cómo las manos de su hija se desplazan con tanta facilidad por ese teclado y esos bajos. A Naiara le cuesta explicar sus sentimientos cuando toca. “Es algo que fluye”, resume con sencillez Naiara Ghent, la princesita del chamamé.


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