Nuris, la bailarina que jamás perdió la pasión

La artísta durante toda su vida se enriqueció con el contacto de los otros. La danza y la terapia fueron sus herramientas para poder hacerlo en distintos puntos del país.

Nuris Quinteros durante años fue bailarina y acompañante terapéutica. Sabe bien que cuando no alcanzan las palabras el arte es la mejor herramienta para sanar. La mujer se aventuró durante años y llevó sus enseñanzas a personas no solo de Roca, sino también en diferentes puntos del país.

Nuris nació en Córdoba y siendo muy pequeña se mudó junto a su mamá y su abuela (nona, como le dice ella) a Esquel, en la provincia de Chubut. Allí desde sus cuatro años comenzó a bailar y a sus 14 cuando vió por primera vez la presentación de María Fux ( bailarina y coreógrafa) en un aniversario de la ciudad se sorprendió: «yo quiero hacer eso» expresó. Años después María sería su guía y colega. Estudió y se recibió de maestra de danza.

María Fux en San Luis dictando capacitaciones con Nuris. Foto: Andres Maripe.

«Trabajando desde el arte uno va encontrando la parte sensible del ser humano, entonces eso te permite abrazar y dejarte abrazar porque se genera un código común. Todos queremos bailar, escribir, tocar el piano, hacer música. Es inehente para el ser humano la necesidad de expresarse y no siempre desde la palabra por eso es tan importante el contacto humano», contó en una entrevista exclusiva a DIARIO RÍO NEGRO.

En medio de la charla, la mujer recordó que en su adolescencia varios emprendedores levantaron un instituto de arte, del cual ella participaba. Tiempo después debieron cerrarlo debido al golpe militar de 1966. «El arte siempre libera el pensamiento y fue visto como peligroso para la juventud», opinó y agregó «ahí es donde uno tiene que seguir pintando, bailando, cantando y que nada quede doblegado. Siempre hay que levantar la cabeza, con orgullo y la bandera de los ideales«.

La bailarina explicó que gran parte de su trabajo solidario se debe a la labor de sus padres. Su papá era ecónomo y su mamá trabajaba en el sector de servicio social. Ambos se desempeñaban en el hospital. Allí tuvo mucho contacto con los paisanos y la gente de campo que frecuentaba el lugar. «Mis papás eran muy sensibles a ese acontecer, eran muy generosos de recibir gente en su casas», apuntó.

Hubo un tiempo en el que Nuris decidió trabajar en la justicia rionegrina en Bariloche. Ese lugar le daba la certeza de tener un sueldo, obra social y vacaciones, algo que muchas veces no es posible con el arte. En ese momento era muy joven y probó suerte en Roca donde tenía más posibilidades de crecer en ese ambiente jurídico.

En esa ciudad logró tener su escuela de danza. Lo hizo primero en el Club Progreso con la idea de abrir el espacio en un lugar público, pero tiempo después decidió trasladarla a su casa, hasta que logró alquilar un salón sobre calle Chacabuco el cual llamó «El galpón». «Lo arreglé le puse butacas y hacíamos varias actividades como teatro o bailar folklore, que no eran comunes en la zona», indicó. Allí Nuris creció como bailarina junto a las personas que asistían a sus clases.

Reconocimiento por su trabajo en el ámbito de la salud. Foto: Andres Maripe.

Seguir adelante


Pablo era su único hijo y falleció luego de luchar contra una dolorosa enfermedad. En medio de la tristeza Nuris recibió el apoyo de su mamá que la impulsó a buscar un nuevo rumbo y se fue a trabajar a San Luis a un hospital de salud mental por tres semanas, pero terminó quedándose 20 años.

En esa provincia decidió estudiar la carrera de acompañante terapeútico en la Universidad Católica de Cuyo. «Me dio una cantidad de elementos para fortalecer mi tarea creativa. Creo que fue un acierto, fue un gran esfuerzo, porque yo trabajaba, tenía mi casa y obligaciones sociales, pero me sentía muy motivada, porque era otra posibilidad de fortalecer los recursos para la salud», expresó. En ese lugar encontró mucho amor, calma y la posibilidad de desarrollo personal, lo que le permitió seguir de pie.

Nuris vinculó sus herramientas terapeúticas con la danza. Foto: Andres Maripe.

Al tiempo Nuris volvió a Roca siendo bailarina y acompañante terapeútica. Al llegar se contactó nuevamente con el hospital donde trabajó en el sector de salud mental. «Eso me permitió acercarme a la mujer que está en un hospital, al niño que está triste y alegre. Así son los distintos colores de la vida que tiene el arte», expresó.

Al llegar nuevamente a Roca, Nuris fue reconocida como ciudadana destacada. Foto: Andres Maripe.

Así a sus 68 años comenzó a contener y sostener a quienes padecían patologías clínicas, psiquiátricas o motrices desde un enfoque psicosocial, con el objetivo de sanar, reparar y humanizar. «Hay una energía, una vibración que se brinda al otro y el otro está ahí, pendiente. Cuando uno pasa por situaciones de mucha pena, de mucha pérdida, esto te sostiene«, remarcó. También dirigió y participó en la recuperación de pacientes alcohólicos.

Pero su deseo por seguir danzando estaba latente, por ello, decidió recordar su trabajo como acompañante y volvió a bailar.

 «Yo creo que la vida es una danza. Nosotros somos seres de movimiento, no estamos sentados, o el que está en un trabajo quieto siente la falta de movimiento. Estos somos, nos paramos, vamos, venimos, es lo que naturalmente hacemos», explicó.

En medio de la entrevista Nuris citó a la escritora Bellara que destacaba que el baile «‘debe estar en las casas, en las calles, en la gente’. Y yo hice eso. Salí de una escuela de danza, fui al hospital, y del hospital volví enriquecida porque siempre conté con el apoyo de las enfermeras, de los profesionales, del personal, que se quedaban encantados cuando veían que un paciente podía estar en la cama y mover sus brazos con una cinta, con un elástico de color».

Así hoy Nuris es la construcción de lo que pudo hacer con el contacto con los otros, tanto en el campo de la salud como en el arte. «Muchas veces uno cree saber. La verdad es que el conocimiento es la inmensidad del mar, no se termina está más allá», concluyó.


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