Video | Incendio en El Bolsón: “Había fogatas en forma de estrellas, se nos caían las lágrimas”
Javier Iturriaga es profesor de educación física, el jueves estaba en la zona del Cajón del Azul y cuenta lo que vieron cuando se iniciaba el fuego.
Una de las redes de refugios de montaña más lindas del país está en El Bolsón, el pueblo patagónico con impronta hippie que vive al pie del imponente cerro Piltriquitrón, en Río Negro. Cada verano aquel lugar atrae a miles de personas por sus pozones de aguas cristalinas, ríos de deshielo y senderos bañados en naturaleza. Pero el jueves 30 de enero, todo se tiñó de negro en aquel lugar, después de que un incendio intencional se apoderara del bosque.
En El Bolsón trabajan brigadistas de distintas localidades para apagar el fuego que comenzó en la zona del camino al Cajón del Azul y rápidamente se expandió hacia la zona Mallín Ahogado. Más de 800 personas entre turistas y residentes tuvieron que ser evacuadas. Javier Iturriaga es profesor de educación física y el jueves estaba en la montaña. Habían ido con un grupo de trekking el lunes y ese era el día en que bajaban para volver.
Venían de Casa de Campo cuando se encontraron con la noticia por los senderos. Primero se encontraron con un chico que estaba solo, tomando aire. Le preguntaron que había pasado y les respondió que había humo. No pensaron que era algo grave y siguieron, hasta que encontraron a dos extranjeros que estaban buscando un camino alternativo para bajar, por el humo.

Siguieron su paso atentos para ver que sucedía. Hicieron cien metros y se cruzaron con una cabalgata de las que llevan a turistas a pasar un día al Cajón del Azul. Javier cuenta que ellos avanzaban gritando «hay fuego, vuelvan para atrás», y los pasaron rápido a su lado. En ese momento, se organizaron con la otra profesora que acompañaba al grupo. «Teníamos un handy, pero dijimos vayamos con el grupo para el río, al kiosquito que estaba a unos 20 minutos, y mientras, yo iría a ver que estaba pasando», cuenta.
Avanzó unos 50 metros y se encontró con Franco y a su pareja, dos senderistas. Los jóvenes estaban echándole el agua que ellos llevaban a una fogata, armada con ramas en «forma de estrella», a unos 40de llegar a Wharton en el medio del sendero troncal. Javier de inmediato los ayudó a desarmarla. «Franco me cuenta que cuando llegaron había dos personas con los caballos tratando de apagarla, pero como no podían, se habían ido rápido. Desarmamos, tirando tierra, agua y me dicen que más adelante había humo», relata Javier.

A 200 metros hay un mirador y se fue hasta ahí, para ver si lograba dimensionar el problema. Se veía un humo blanco y se escuchaba crujir el bosque, hasta que se un humo negro comenzó a subir al cielo y pensó que si avanzaba, tal vez, podían quedar atrapados. Franco le dijo que no tenían más agua y que iban a volver, pero antes de hacerlo filmó y sacó fotos a las fogatas.
Cuando se fueron se prendieron dos o tres focos más. «Nunca había visto algo así, se prendían como con magia, con mucha velocidad, uno, otro, los apagaba y se volvía a prender. Ahí digo ‘si me encierra, me supera esta situación’.
Comienzo a subir por el sendero y veo a dos baquianos que venían con motosierras y otro aparece en un cuatri que estaba coordinando la logística. Me dice que salgamos por el sendero que está por arriba del camping Los Pozones. Me lleva en el cuatri hasta ese lugar. Ahí estaba mi grupo y la familia que vive ahí. Estaban super mal, dos nenas llorando y habían traído una camioneta para cargar sus cosas», dice Javier.

Confiesa que ahora, al mirar las imágenes ve que hay una rama prendida, y alrededor no hay fuego. «O sea, no es que se había prendido, para mí esa rama era una antorcha. Lo mismo el árbol, que estaba prendida la corteza y no alrededor», relata y cuenta que después que publicó los videos en sus redes (@rioazul.turismoalternativo) lo llamaron de la Oficina de Investigación en la Comisaría 12.
«Les conté que previamente a encontrarnos con la primera persona que nos avisa del humo, nos cruzamos con dos camionetas, una negra que bajaba y una blanca que subía. A los 20 minutos, se prendió el fuego. Fuimos los primeros que no pudimos pasar, de ahí volvimos y comenzamos a levantar gente. Yo creo que el que había encendido estaba ahí cerca, podía estar entre la gente, o ser un baquiano que escapó por el bosque».

Algunos fueron a ver por donde podían salir para que no los encierre el humo. Decidieron seguir viaje, se organizaron, cargaron agua, pero apareció un hombre que les dijo que había cambiado el viento, que se tenían que ir rápido. Franco y el chico que venía solo, no habían llegado así que salió a avisarles. No los vio pero grito para que lo escuchen.
Cuando había que doblar para cruzar la tranquera y el río, apareció otra moto, y les dijo que había vuelto a cambiar el viento, que vayan por arriba a La Playita. En el grupo ya sumaban 12 personas. Luego de una hora, con incertidumbre y temor, llegaron al refugio. Allí cruzaron a la familia del camping que entre lágrimas escapaban hacia arriba con un par de sus cosas.
Se encontraron con mucha gente, algunos que habían llegado a pasar el día. Primero, la incertidumbre dominaba, si armar las carpas, si estar atentos para salir. Los voluntarios del refugio hicieron una olla popular y sacaron todo del refugio para dormir. Los que habían ido a pasar el día no tenían abrigo, así que entre todos los fueron abrigando. Eran como 250 personas, que pasaron la noche allí a la espera de la indicación para bajar, con el sonido de alguna guitarra que sonaba.

«Creo que fue algo que ayudó que los caballos volaban, iban hasta arriba y llevaban información. Era el horario pico en el solemos bajar todos, estaban dadas todas las condiciones en cuanto a temperatura, humedad, para que se prenda el fuego. Por eso es terrible, hubo premeditación y alevosía, sabían que por ahí bajamos e íbamos a pasar», se ofusca Javier.
Sostiene que por casi 24 horas fueron contenidos, acompañados, refugiados, alimentados, guiados, por quienes fueron un eslabón muy importante para que esto no fuera una catástrofe humana. «Quedó a la vista, que no hay un plan de contingencia para casos así, pero todo salió bien. Creo que a futuro, si podemos volver a este lugar, tiene que plantearse que debe estar señalizado, con un plan de evacuación a mano de todos».
«Se habla de los turistas que hacen asado, tiran la latita, el cigarrillo, eso también es muy importante no hacerlo, pero acá no fue eso, sobran las pruebas de que fue intencional. No fue mayor de casualidad, el viento nos ayudo para salir y toda esa gente que labura como loca», destaca.

Pasaron la noche en el refugio, y bajaron al otro día, todos a salvo. Hasta ese momento, no vieron la magnitud de lo que estaba pasando. «Nos partió el corazón descender por el bosque devastado por el fuego. Se te caían las lágrimas literalmente», relata.
Antes de despedirse, agradece a quienes lo están dando todo, voluntarios, bomberos, personal del Splif, guardaparques, enfermeros, rescatistas y muchos anónimos que andaban por ahí en el refugio, prestando una bolsa de dormir, compartiendo un plato de comida, cantando una canción para el ama.
Una de las redes de refugios de montaña más lindas del país está en El Bolsón, el pueblo patagónico con impronta hippie que vive al pie del imponente cerro Piltriquitrón, en Río Negro. Cada verano aquel lugar atrae a miles de personas por sus pozones de aguas cristalinas, ríos de deshielo y senderos bañados en naturaleza. Pero el jueves 30 de enero, todo se tiñó de negro en aquel lugar, después de que un incendio intencional se apoderara del bosque.
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