Sonia y Mayra, la madre y la hija que hacen barbijos para regalar en Río Colorado

Con lo que tenían, hicieron 200 barbijos y los regalaron. En una hora y media se quedaron sin stock. Ahora, les donan tela para que sigan produciendo para quienes lo necesitan.

Jorge Tanos

riocolorado@rionegro.com.ar

Cada vez que ocurren hechos complejos hay localidades, como Río Colorado, en las que florece la solidaridad. Las respuestas son inmediatas y espontáneas. Por estos días, grupos de comerciantes, empresarios, clubes deportivos, pusieron en marcha cadenas solidarias para colaborar con las familias que están si poder trabajar, cumpliendo con el aislamiento social obligatorio para combatir la pandemia del coronavirus.


Entre todos esos gestos, figura también el de Sonia Lezica de Zabala (71 años) y su hija Mayra (37 años). Desde hace unos días, en su casa en el barrio de Villa Mitre, con tijera en mano, una máquina de coser, alfileres, una plancha y muchas horas de trabajo, las dos hacen barbijos y los entregan en forma gratuitas a todos aquellas personas que los necesiten.
La idea surgió el sábado último, en una charla familiar, al notar que muchas familias de la localidad la están pasando mal, les es difícil conseguir la comida diaria, y más complicado conseguir un barbijo. Y si logran encontrarlo lo tendrían que pagar a un costo importante.


“Yo sé usar la máquina. Por qué no compramos unos metros de friselina y armamos los barbijo para darlos sin ningún costo a esa gente que no lo puede pagar. Compramos con lo que tenemos y hacemos hasta donde lleguemos, por lo menos ayudamos un poco”, propuso Sonia.
Sin dudarlo Mayra y Karina (la segunda hija, que colabora desde su casa en la localidad vecina de La Adela) acompañaron el pedido y rápidamente comenzaron a buscar cómo hacer un barbijo.


Además de tener el tamaño recomendado para cubrir boca y nariz, tiene un detalle con cuatro cintas que suplanta el elástico, para que la persona se lo ate por detrás de la cabeza, así evita que el contacto de las manos con la cara.


Desde el domingo, las mujeres se abocaron de lleno a las producción. Primero cortaron las cintas; después es el turno de recortar la tela de un metro por un metro cincuenta; luego fue el turno del armado, las costuras, el planchado y finalmente las desinfecciones de cada una de las piezas, con un rocío de alcohol (también preparado con receta propia, 30% a agua y 70% alcohol). El armado de cada uno demanda uno 25 a 30 minutos.


Para el lunes a la mañana habían logrado tener sobre la mesa unos 200 barbijos prolijamente ordenados en varias filas.
Cuando hicieron públicas sus “ofertas” en las redes sociales, ellas creyeron que el “stock” duraría un par de día, suficiente tiempo para armar cifras similares.
Pero fallaron con esos cálculos.


“Nos sorprendió la repuesta de la gente. Por un rato nos asustamos, la gente nos desbordó y en una hora y pico no teníamos más nada. Y eso que entregamos 1 o 2 como máximo por familia. Después íbamos haciendo y entregando. Eran las 11 de la noche y venían a buscar. Una locura”, comenta asombrada Mayra .


Tampoco se hicieron esperar las colaboraciones o donaciones de particulares o de comerciantes, que les llevaron materiales para que no se detuvieran y continúen con la producción.


Y lo hicieron. El lunes y martes, a las siete de la mañana, apenas después de tomar los primeros mates , comenzaron con el trabajo comprometido. Solo pararon por una hora al mediodía, para almorzar algo rapidito y seguir hasta la hora de la cena y luego como “postre” terminar con algunos barbijos más que están casi al terminar.


Cuando miraron la hora faltaban segundos para la medianoche.
Durante todo el proceso, no descuidaron el trabajo de mamá o de abuela. Mayra tiene dos pequeños: una nena de 5 años y un nene de 7, que va a segundo grado, que deben hacer las tareas que llegaron desde el jardín y de la primaria.


“Vamos cosiendo, planchando, sumando, mirando videítos. Cantamos todos juntos la canción del jardín, vamos corrigiendo tareas”, comenta Mayra y acota Sonia, con humor: “entre los deberes, los juegos de los chicos y los barbijos, si nos ven desde la vereda pensarán que estamos locos” , sonríe.


”Si lo que hacemos, sirve para ayudar a gente que lo está necesitando, es suficiente, porque eso nos pone bien”, dice Sonia. “Con esto no lucramos y tampoco queremos molestar ni perjudicar a la gente que están haciendo esto en su comercio. Solo queremos dárselo a aquella gente que hoy no puede, que tiene que decidir entre comprar un barbijo o comprar harina para hacerse el pan, o compra la leche para su hijo”.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios