Sueños sarmientinos: el trigo

Héctor Ciapuscio (*)

El interés de Sarmiento por la riqueza agraria del país, que es sólo un capítulo de su hiperactividad, reconoce frases famosas que integran un discurso progresista. Una cita histórica se refiere al caso del alambrado de los campos en los que desde la Colonia reinaba la ganadería cerril. Hubo un inglés, Richard Newton, que importó en 1846 desde Liverpool y para sus tierras en la provincia de Buenos Aires una cantidad de atados de alambre a fin de preservar sus plantíos de la depredación de animales. En Chascomús, una cuña de terrenos entre el Salado y Samborombón, cercó su campo y pudo dedicarlo al trigo. Pocos años después hubo algunos estancieros que, vistos los beneficios del cercado, adoptaron también el “hilo de fierro”. Se disparó una discusión pública sobre las ventajas o inconvenientes de la innovación y fue Sarmiento quien la dirimió en interés del progreso agrícola, proclamando que el pan de trigo que da trabajo a muchos y alimenta a los hombres es anterior y superior a las vacas. Retó a los estancieros de “la provincia vacuna” y convirtió el procedimiento en política de Estado. “¡Alambren, no sean bárbaros!”, fue su consejo estentóreo. Siendo senador provincial, el sanjuanino propició una ley de tierras públicas que llevó en 1857 a la construcción de Chivilcoy –con idea edilicia de la norteamericana Baltimore– y a la propiedad de la tierra por parte de los arrendatarios existentes. En 1868, presidente electo, fue invitado a visitar el pueblo, próspero y agradecido. Su discurso, antológico dentro del período de la Organización Nacional, reflejó la fuerza de su optimismo sobre el futuro del país. Allí dejó estampada otra de sus frases: “Les prometo hacer cien Chivilcoys en los seis años de mi gobierno”. “La Argentina toda será así, con tierra para cada padre de familia, con escuelas para sus hijos”, completó. Ese pueblo había sido su personal utopía por largos años y sonreía en su corazón al comprobar la realidad práctica que tenía ante los ojos. “Heme contento aquí”, dijo, “donde el gaucho argentino tiene casa donde vivir, donde hemos podido acomodar veinte mil inmigrantes y el extranjero es tan dueño como el natural del país”. La pampa, señaló, “no está, como se pretende, condenada a dar exclusivamente pasto a los animales, sino que en pocos años ha de ser asiento de pueblos libres, trabajadores y felices” (1). Veía a ese poblado como un pionero y un ejemplo para el futuro de la patria. “Digo, pues, a los pueblos todos de la República, que Chivilcoy es el programa del Presidente Don Domingo Faustino Sarmiento, doctor en leyes de la Universidad de Michigan, como se me ha llamado, por burla”. Justamente allí, en ese distrito bonaerense que inspiró aquella ilusión sarmientina, se produjo hace poco la inauguración de una fábrica que puede verse simbólicamente como un caso de concreción del sueño del prócer. Con una inversión superior a los 20 millones de dólares, los Grobo, una empresa de emprendimientos tan formidables que parecen de yanquis o brasileños y que un profesor de Harvard calificó como “el Toyotismo en la agricultura”, puso en marcha un complejo industrial con una producción mensual de 1.600 toneladas de pastas con destino de exportación a Brasil, el Mercosur, América Central y África. Es un salto de integración vertical en la cadena del producto. El trigo de la región ya no será exportado a granel como siempre se hizo; se comercializará en forma de manufacturas y crecerán sus beneficios. El artífice de este –entre muchos– ejemplo de dinamismo empresarial es Gustavo Grobocopatel, un hijo de inmigrantes (“gauchos judíos”, un oxímoron, según Borges) que se ha constituido en una vertiginosa usina de realizaciones y en el ideólogo de una nueva revolución verde en el Mercosur. Es conocido como “rey de la soja” –él, risueñamente, dice que aspira a “rey del fideo” dado que, además de lo de Chivilcoy, es el primer productor de trigo–, en razón de que siembra decenas de miles de hectáreas en Argentina, Uruguay y Brasil, donde está asociado a Mitsubishi. Preside una empresa de actividades múltiples que factura anualmente 1.500 millones de dólares (60% en servicios), tiene 1.100 trabajadores directos y 15.000 indirectos en 3.800 pymes y se ha constituido, esto es quizá lo más significativo, en líder intelectual para un empresariado progresista. Así, como exitoso empresario, explicó en el coloquio “Desafíos para consolidar el crecimiento”, efectuado por Idea a principios de noviembre, algunas de sus ideas referentes a la educación, la investigación y la tecnología. “Hay que realfabetizar al país en relación a la tecnología”, declaró. Y, en el terreno de las utopías, señaló que siendo la Argentina un gran exportador de proteínas al mundo debería proponerse, mancomunada con Brasil, la creación, a imagen de la entidad mundial de los petroleros, de una OPEP de las proteínas capaz de manejar sus decisiones y sus intereses futuros. En buena hora estos hechos e ideas que evocan sueños de Sarmiento. (1) Entre las tantas expresiones literarias de su entusiasmo por la agricultura también fue histórico, ya presidente en 1870, su bautizo de Esperanza, Santa Fe, llamándola “Cuna de la colonización argentina”. A pocos años de fundada, 400 familias de argentinos, suizos, italianos y franceses con actividades centradas en el trigo tuvieron el orgullo de recibir al presidente de la Nación. Hay una poesía alusiva a esa visita que José Pedroni tituló “Sarmiento en Esperanza”. Dice: “Como Moisés, en el agua / echó su bastón de mando, / y el río se puso dulce / con aquel bastón flotando. // Entró en la tierra de todos / con el sombrero en la mano, / y fue saludando a todos, / y al trigo como a un hermano. // Dijo cosas muy hermosas: / llamó al gringo ciudadano. // Cuando la tarde caía / la tierra cantó su canto, / y él estaba que seguía / la canción de tanto en tanto. // Al irse, del río oscuro / tomó su bastón de mando / y dijo que no lloraba, / que estaba el bastón llorando”. (*) Doctor en Filosofía


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