Tensiones en una Argentina indigente

Martín Guzmán parece el hombre más racional del gobierno. Contemplemos incluso su comentario infeliz -la “sarasa”, un tropiezo de inexperto- durante la presentación del Presupuesto en Diputados. Su exposición mostró que Guzmán es un funcionario de pensamiento sofisticado para la media del gabinete, a riesgo de injusticias. Los rumores sobre cambios en el Ministerio de Economía podrían sonar sin embargo verosímiles en el contexto de la crisis cambiaria. El despeñadero por el que rueda de manera incontenible la economía también podría contribuir a creer en ellos.

Se sabe que a Guzmán se le reprocha dentro del gobierno que los mercados no hayan respondido como se esperaba al canje de la deuda. Fuera del gobierno, se le recrimina que la negociación le llevara ocho largos meses, con final parecido al que planteaban los acreedores al inicio de la negociación. Las dos cosas son verdad. También que no han sido responsabilidad exclusiva del ministro.

Guzmán creyó como tantos en su función que un trabajo relativamente bien hecho empezaría a despejar el camino hacia la recuperación: en su caso, postergar los vencimientos de la deuda que condicionaban la sostenibilidad de cualquier programa económico, imaginario o no. Esa es la conclusión a la que habría llegado cualquier actor racional. No es aplicable sin embargo a la situación de la Argentina. Desde el cierre del canje el BCRA no ha dejado de perder reservas y debió restringir más la demanda de dólares. El drenaje no cesa: se fueron 460 millones a lo largo de una semana de virtual feriado cambiario. Los bonos nuevos tienen ahora cotizaciones de una economía en default. Guzmán sufrió una fuerte desautorización con el endurecimiento del cepo. Pero también la está sufriendo el titular del BCRA Miguel Pesce por su inexplicable implementación. Ya han sonado nombres para su reemplazo.

La Corte Suprema ha quedado presa entre dos fuegos: la presión del gobierno y los reclamos callejeros en defensa de las instituciones, que se repetirán en estos días.

La crisis de confianza del gobierno es resultado de la dinámica en la relación presidente-vicepresidenta más que de las acciones o desaciertos de Economía o del Central. También en este punto los actores racionales han sufrido una enorme decepción en todos estos meses: el presidente Fernández no parece interesado en lograr mayores niveles de autonomía respecto de la vicepresidenta, de sus concepciones autoritarias sobre el ejercicio del poder y de sus objetivos últimos.

Lo dice con crudeza uno de los escasos interlocutores que comparten la confianza del presidente y la vicepresidenta: “Alberto no tiene destino sin Cristina”. Esto es algo que han entendido primero que nadie los gobernadores peronistas, dueños del poder territorial, y con alguna dificultad mayor los intendentes bonaerenses. Los gremios, el único poder permanente del peronismo, tampoco desconocían esta realidad. Ahora buscan un 17 de octubre para “abrazar” a Alberto, una apuesta que tiene mucho de autopreservación. Habla uno de los miembros del consejo directivo de la CGT: “No queremos trasladar la grieta a la coalición. Pero sí plantear un salto cualitativo del presidente. Hay mucha dudas en la sociedad”.

La crisis de confianza es resultado de la dinámica en la relación presidente-vicepresidenta más que de las acciones o desaciertos de Economía o del Central.

Por las mismas razones que la llevaron a escogerlo, tampoco parece haber destino para Cristina Kirchner sin Alberto Fernández. Por el momento, su arquitectura sigue siendo funcional a sus urgencias: el presidente se involucró en la guerra abierta contra la Corte Suprema con palabras desafiantes para su titular, Carlos Rosenkrantz. Ocurrió en momentos en que la Corte se dispone a considerar el reclamo de dos jueces que procesaron y de un tercero que debería juzgar a la expresidenta, desplazados por el Senado. Esa misma demanda podría ser tratada antes por la Cámara en lo contencioso administrativo, a la que también recurrieron los magistrados. Las palabras de Fernández fueron dirigidas a Rosenkrantz, pero retumban también en ese tribunal.

La Corte ha quedado presa entre dos fuegos: la presión del gobierno y los reclamos callejeros en defensa de las instituciones, que se repetirán estos días. Demasiadas tensiones e incertidumbres para esta Argentina indigente.


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