Un adiós a la medida del 10

Ningún lugar fue el mismo después del paso de Diego Maradona. ¿Por qué iba a serlo su funeral?

Desordenada, impredecible, vibrante, con la capacidad de poner bajo tensión todo lo estaba a su alrededor. Así fue su vida. Y así fue su despedida.

Lo que también apareció hoy ante los ojos del mundo fue una irrefutable muestra sobre la trascendencia de su imagen. Un día después de su último suspiro, todavía preservaba la capacidad de generar un conflicto político internacional.

El presidente francés, Emmanuel Macron, expresó con mejores palabras que muchos argentinos el sentimiento por “el dueño indiscutido de la pelota”. La prosa del mandatario incluyó su convicción de que “las visitas a Fidel Castro y Hugo Chávez tendrán el sabor amargo de la derrota”; porque “es en la cancha donde Maradona hizo la revolución”.

“La única derrota es la de una clase política que tiembla ante el uniforme amarillo de los trabajadores”, le contestó el ministro del Poder Popular para las Relaciones Exteriores de Venezuela, Jorge Arreaza.

Maradona hubiese disfrutado de ese cruce picante para dirimir cuál fue su aporte más importante para las comunidades que lo cobijaron. Y claro, hubiese hecho conocer su opinión para inclinar la balanza.

Porque más allá del fútbol, siempre pareció estar a gusto con el rol político que muchos líderes le concedieron.

Después de todo, el problema por ese protagonismo y por los efectos de sus intervenciones no era suyo. No fue él quien buscó manipular a dirigentes políticos a partir de su imagen, sino más bien todo lo contrario.

Hoy la política argentina buscó rendirle un homenaje por tantos servicios prestados al país. Y como tantas veces con él, las previsiones fallaron. Indomable como su ídolo, la masa canceló toda expectativa de orden.

Un adiós políticamente incorrecto. A la medida del 10.


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